domingo, 28 de diciembre de 2008

DOS ESCULTORES: ÁNGELEZ LÁZARO GUIL Y ANGEL ASENJO FENOY

Estas navidades nos han traído la novedad de dos obras escultóricas, ambas en Guadix, el busto de Torcuato Ruiz del Peral, imaginero de Exfiliana del siglo XVIII, escuela granadina, obra de la ilustre Ángeles Lázaro Guil, autora de tantas obras importantes, muchas de ellas en la fachada de la catedral de Guadix; y la
talla de Jesús Cautivo de las Penas, del joven imaginero accitano, Angel Asenjo Fenoy, autor, entre otras, del nuevo coro de imágenes de la catedral de Guadix que sustituyen, en nueva versión, precisamente las de Ruiz del Peral destruídas desgraciadamente en la guerra civil de 1936. La talla de Angel Asenjo pertenece a la escuela granadina y se venerará en la iglesia de San Francisco de su ciudad.


Ángeles Lázaro, escultora veterana, es seguramente una de las mejoras actualmente de nuestro país, pronto nos dejará para marcharse a Francia, según noticias, y Angel Asenjo Fenoy, profesor y licenciado en Bellas Artes en Granada, antes pasó por Roma y Sevilla, quien tiene un futuro prometedor.


Nuestra enhorabuena a ambos artistas.

martes, 16 de diciembre de 2008

NIEVE Y NAVIDAD




¡Hermosa Sierra Nevada, Muhacen y Veleta, cima de España, desde donde se contempla el mar y las nubes que nacen del viento! ¡Mar Mediterráneo, verso heroico, luminosidad sagrada de estos pueblos del Marquesado del Zenete y su valle de álamos y huertas!




Nevó, cayó por fin la nieve sobre los campos únicos de España. Alcanzó nuestra Sierra Nevada, Guadix y sus torres. ¡Es la Navidad de mis recuerdos! No me resisto a publicar aquí algunas fotografias del Guadix con nieve,tomadas, unas, del " Ojo de Guadix", donde aparecen excelentes fotografías de Torcuato Fandila, Magán, otras de autores anónimos. ¡Véanlas!






sábado, 6 de diciembre de 2008

CANCIONES PARA DORMIR AL NIÑO






A mis nietos Fernando y Claudio, junto al Belén.

I

¡Qué silencio tan divino!
El me mira y yo le miro.

II

Era de plata
La luna llena



Dentro del agua.
Y el Niño quiso
Tocarla.
Vino José
Y con la vara
Sacó la luna
Del agua.

III

Y se parecían
El Niño y María.
La misma mirada,
La misma sonrisa,
Las mismas palabras,
Las mismas caricias.
Mirando a Jesús,
A ella veías....

IV

Duerme mi Niño,
Rayo del alba,
Duerme lucero
De la mañana...

V

Tiene la rosa
Sangre y espinas.
La Virgen llora
Cuando la mira.
Nadie la toca
Que así es la rosa...

VI

Cordero que duerme,
A la medianoche
Capullo de nieve...

VII

Y siempre María
Todo lo guardaba.
Guardaba sus lloros,
Sus ropas de lana
Y su pelo rubio
Sobre la almohada.
Guardaba los besos
Que el Niño le daba
Y aquellas sonrisas
De la madrugada.
Y siempre María
Todo lo guardaba...

VIII

Cordero divino,
Que la noche vuela
Mientras yo te miro...


José ASENJO SEDANOAlmería, XII, 1988

JESÚS NACIÓ EN UN ESTABLO







Con mi felicitación navideña a todos mis seguidores.

Lo dice así Giovanni Papini recogiéndolo de los escritos evangélicos y la tradición que enlaza con Justino y Orígenes. Papini, un converso que “aspiró a ser Dios”, y terminó por escribir “La Vida de un Dios que se hizo hombre”, como él mismo confesaría explicando los motivos que le llevaron a su “Historia de Cristo”. Aconseja su lectura el cardenal Rouco Varela, prologuista de una reciente reedición. Es sobre todo la historia de un convertido, convencido de no alcanzar nunca la belleza y perfección de los evangelios. Véase, si no, la versión de San Lucas, tomada de labios de María.
Y es Papini quien nos recuerda en la primera línea de su Historia, que “Jesús nació en un establo”. En un verdadero establo, nada de casa renacentista. “Un establo real es la casa de los animales, la prisión de los animales que trabajan para el hombre”. Paja, estiércol y humedad. “El lugar más sucio del mundo fue la primera habitación del más puro entre los nacidos de mujer”. Y no fue por casualidad. ¿Acaso, se pregunta, “no es el mundo un inmenso establo donde los hombres engullen y estercolizan?”.
Los primeros adoradores del Niño (obviando a María y José), después de las bestias, serían los pastores, la gente más despreciada de ese tiempo. Gente sencilla acostumbrada a mirar las estrellas. Quizá representen a los humildes de todos los tiempos. Pastores habían sido Saúl y David, los primeros reyes de Israel.
Aunque para mí, el primer adorador de Jesús concebido, no nacido, fue Juan el Bautista, feto de seis meses dentro del vientre de su madre Isabel... Dice el evangelio de San Lucas (Cap. 1, 42) que “así que oyó Isabel el saludo de María, exultó el niño en su seno, e Isabel se llenó del Espíritu Santo”. ¡Un no nacido arrodillado ante el Mesías feto de unos días! Hoy que tantos no nacidos son exterminados, que se les despoja de su identidad personal, corrigiendo el orden de Papini, es claro que el primer adorador del Hijo de Dios, fue Juan Bautista en el seno de María, su madre. Y tiene cierta lógica, los sacrificados y los perseguidos (fetos y niños) tendrían un primer plano en esa venida de Dios con nosotros, hermano de sus hermanos más despreciables... Después vendrían las bestias y los pastores, el mundo inmenso de los inocentes... Dios ensalzando a los humildes, a los indefensos, a los hambrientos. “Derribó a los potentados de sus tronos y ensalzó a los humildes”.
Otro historiador de Jesús fue Giuseppe Ricciotti (Roma, 1890-1964, arqueólogo y sacerdote católico. Cuenta en el prefacio de su obra “Vida de Jesucristo”, que la primera idea de escribir este libro se le ocurrió en circunstancias adversas, herido de guerra en un hospital en un hospital del valle de los Alpes, donde estuvo cerca de la muerte. En un momento de temor, se le vino a la mente que si salía vivo del campo de batalla (primera guerra europea) escribiría una Vida de Jesucristo. Junto a él, sobre su jergón, cuenta, tenía un ejemplar del Evangelio, cuyas páginas estaban manchadas de sangre que “sobreponían a guisa de rúbrica a los caracteres griegos, parecíanme un simbólico entrelazamiento de vida y de muerte.”
Sin embargo, no escribiría inmediatamente su libro. Le infundía pavor la sola idea de escribirlo, idea que nunca se fue de su cabeza, convirtiéndose cada vez más en una necesidad. Buen conocedor de la historia de Israel y de la Guerra de los Judíos de Flavio Josefo, conocía mejor que nadie la geografía evangélica, el mapa de la vida de Jesús. Tendría que venir la segunda gran guerra para renovar la agonía de aquel hospital de campaña, ahora en peores circunstancias. Europa nuevamente anegada de sangre, para comprender que había llegado la hora de salvar a una humanidad llamada civilizada en trance de muerte. Y se puso a escribir y a rezar. No podía quitarse de la mente aquel Evangelio de su jergón de soldado manchado de sangre. ¡Otra vez la guerra!
En la Pascua de 1941 aparecería su voluminosa e interesantísima Historia de Jesucristo, cuya primera edición se agotó en un mes. Y así las sucesivas...
Riccotti también nos recuerda que Jesús nació en un establo. Retablo que el Peregrino de Burdeos pudo contemplar en el siglo IV bajo las bóvedas de la gran basílica que, en 325, mandara edificar Constantino, respetada por los persas invasores en 614 y que, hace unos años, vimos también nosotros un día de lluvia, con soldados con metralleta. Basílica de tres rostros: ortodoxo, armenio y católico donde se venera un retablo con la imagen de la Virgen ofreciendo su Niño recién nacido a los peregrinos...¡Muéstranos a tu Hijo! Abajo, en la sombra, la gruta con la estrella luminosa donde se lee la inscripción. “Y el Verbo se hizo carne...” Aquella mañana de lluvia, llena de peregrinos de todo el mundo, católicos y ortodoxos, oficiales rusos firmes adoradores de la Estrella que siempre guía.... Son maravillosas las obras del Todopoderoso...


José ASENJO SEDANO

jueves, 4 de diciembre de 2008

EL BADOLERISMO GRANADINO: "LOS NIÑOS DE GUADIX"





CARLOS ASENJO SEDANO, publicó el pasado 1 de diciembre de 2008 en el periódico IDEAL, de Granada, el siguiente artículo sobre el bandolerismo granadino, que reproducimos a continuación:




TRAS las alteraciones de toda clase promovidas por la Guerra de la Independencia (1808/1814), especialmente en su epílogo de miserias, ruinas, desgobierno y afán de libertad, llegó un periodo, el reinado de Fernando VII, en que, por unas u otras razones, muchos desclasados se echaron al monte, al bandolerismo más o menos romántico, de acuerdo con la época, o simplemente al bandolerismo depredador. Una situación que el posterior reinado de Isabel II fue metiendo en cintura gracias a una acción de gobierno más vertebrada y a un desarrollo económico más generalizado y más eficaz, en el cual las nuevas mejoras en las comunicaciones no dejaron de ser un factor decisivo.Por eso, la aparición bandolera de los llamados 'Niños de Guadix', buscando cierta analogía con los famosos 'Siete Niños de Écija', no dejó de ser un fenómeno, además de anacrónico, también llamativo por sus connotaciones sociales. Sucedieron los hechos durante el reinado de Alfonso XII y la gestión de Cánovas, en el año 1880. Y su germen está en una escapada de seis reclusos de la cárcel de Guadix que, pese a la inmediata búsqueda por parte de la Guardia Civil, no fueron atrapados, posiblemente por la existencia de colaboradores extra muros. Son José Fernández Vázquez, de 40 años; José Valero Valverde, ¿?; Juan Serrano Serrano, de 30; Rafael Jiménez Sierra, de 24; Rafael Olivencia Cárdenas, de 26, y Juan Vázquez Sierra, de 26 años. El pueblo los conocerá como la banda o la partida de 'Sierra y Olivencia'. Durarán sus fechorías poco tiempo, pero serán magnificadas por su voluntaria y trágica muerte.Enseguida de escapados ya están organizados, sin perder tiempo para actuar en robos, atracos, chantajes, etc. en todo el territorio, especialmente rural, de su demarcación, que son los montes y cortijadas de la zona de Guadix, en donde pronto les surgen cómplices y encubridores. Actúan en grupo o por parejas, pero escapan individualmente, y su actividad es múltiple y simultánea, aquí y allí, sincronizada y sin previo aviso, pero sí violenta y contundente Pero, como sucede frecuentemente en estos casos, por un azar, en el ferrocarril de Atarfe, son sorprendidos, por simples sospechas, dos de ellos, aunque sin armas. Pero esto no desanima a los restantes cuatro bandidos que, entre otras actividades, se dedican a ayudar a otros presos y a castigar soplones. Su historia es la sucesión de atracos, robos y castigos en toda la comarca sin que la Guardia Civil logre poner el menor remedio a pesar de reforzar constantemente las fuerzas destinadas a esta operación. A veces localizan a los bandoleros, pero siempre se les escurren de las manos. Y su osadía y seguridad llega al punto de atreverse a presentarse en las fiestas de Navidad de Guadix e integrarse en los grupos callejeros de muchachos que se divierten, de noche, con instrumentos de cuerda, zambombas y otros objetos, cruzándose sin temor con paisanos que les conocen, y que no se atreven a cantar. Y la jactancia del Olivencia llega al punto de proponer y conseguir dar una serenata al Jefe de Policía de la ciudad, bajo sus balcones, en la puerta de su domicilio. Y de ahí se van al Casino, de donde ven salir al comandante de la Guardia Civil, al que saludan ceremoniosamente, y al que siguen de cerca tocando sus guitarras y bandurrias a manera de homenaje, y obviamente, de burla. Y, como es de rigor, no faltan las visitas a burdeles y demás tugurios públicos y pecaminosos.Como he dicho, la partida es localizada con frecuencia por los espías de la Guardia Civil, y los guardias llegan hasta a enfrentarse con ellos y cruzar tiroteos que resultan infructuosos, ya que, en el último momento, los bandoleros se escurren. Así hasta que, en la primavera de 1881, se hace cargo de la escandalosa situación el teniente coronel primer jefe de la Guardia Civil de la provincia de Granada, quien decide acabar con este juego. Y enseguida pone en circulación una eficaz estrategia de 'chivatos' que no tardan en filtrarle que los dos jefes de la Partida, Sierra y Olivencia, suelen pernoctar en el cortijo de 'Los Agustinos', en La Peza, bajo la cobertura del cortijero, su mujer, embarazada, y sus cinco hijos. Cortijo que inmediatamente es sometido a vigilancia con guardias camuflados de campesinos. Y elige un numeroso grupo de guardias, buenos tiradores y valientes Y a esperar que los bandidos entren en la ratonera.Y efectivamente, en una noche infernal de ventisca y frío, los bandidos entran en el cortijo. E inmediatamente comienzan los civiles a estrechar el cerco y a conminarles para que se rindan, a lo que los bandidos se oponen terminantemente sin dejar de disparar por todas partes, aunque en un intervalo, se convienen con los civiles, para que abandonen la cortijada, el cortijero, su mujer y sus hijos, para ellos solos continuar la lucha.Muy numerosos los civiles, y hechos ya dueños de la situación, y cercados los bandidos, la suerte estaba echada. Por eso la Guardia Civil insistía en su rendición con la promesa de que nada les sucedería, creyendo ser muchos más los cercados.. Pero los bandidos no aceptaron la oferta, respondiendo a tiro limpio. Por lo que la Guardia Civil hubo de agujerear las paredes de la cortijada para forzarles a salir. Pero nada consiguieron. Entonces, la Guardia Civil recurrió al remedio extremo en estos casos: prenderle fuego al Cortijo. Rociándolo de gasolina, y echando los manojos encendidos por las chimeneas. El resultado fue aminorarse el tiroteo desde el interior hasta desaparecer. «¿Nos achicharraréis, pero no nos rendiremos!», voceaban. Entonces, todo el cortijo humeante y desmantelado, los guardias decidieron entrar. Y allí se encontraron a los bandidos Sierra y Olivencia carbonizados. Eran los únicos que estaban dentro. Los otros dos fueron detenidos poco después.

Fotos de Agapito Cirera y José Polo, guardias civiles muertos valientemente luchando en La Peza y en la cueva de Campillos con "Los Niños de Guadix".

miércoles, 3 de diciembre de 2008

EN TORNO A "LOS GUERREROS"








En octubre de 1970, la Editorial Destino de Barcelona, publicaba mi primera novela, “Los Guerreros”, que fue recibida con notable éxito por la crítica literaria. La novela había sido presentada al Premio Nadal en 1965 llamando la atención del jurado, como me manifestaría su secretario, Rafael Vázquez Zamora. Cinco años después, la editorial decidió su publicación, lo que, sin duda, constituyó una grata sorpresa para mí, más por los muchos comentarios que se escribieron, especialmente en Barcelona. En Sevilla, fueron los escritores Manolo Ferrand(Premio Planeta) y José Ortiz de Lanzagorta, ya fallecidos, los que se pusieron en contacto conmigo –era la eclosión de la llamada “Narrativa Andaluza”- y yo me encontraba en Cádiz, donde residía por razones de trabajo. Todo era novedoso para mí, ya que siempre he vivido ajeno a la vida literaria, entonces tan floreciente en Sevilla (Halcón, Alfonso Grosso, Antonio Burgos, Salado, Julio de la Rosa, Luis Berenguer, Manolo Barrios, Muñiz Romero, García Viñó, José María Requena, López Pereira, Vaz de Soto...)...
A José Ortiz de Lanzagorta, escritor y crítico literario, lo conocí personalmente una tarde en San Fernando, dónde convinimos en vernos y charlar. El venía con Loli, su mujer, y yo iba con la mía, Adela. De ahí salió una larga amistad que duró hasta su muerte.

De entonces es el artículo que José Luis escribió sobre mi novela
, publicado enEl Correo de Andalucía”, Sevilla, el 28 de mayo de 1971, que doy a continuación con memorable recuerdo.

ASENJO SEDANO Y SU ÉPICA DEL FRACASO DEL AMOR.

Aquella era una ciudad de guerreros impenitentes. Un gobernante allí tenía que ser antes que nada un buen jinete para saber mantenerse en pie y para saber tirar de las riendas a su tiempo. Allí todo el mundo luchaba a su modo y nadie podía vivir sin tener sus enemigos propios. Esto venía a ser como el secreto de su vitalidad”. (Pág. 36)

Dos familias jugando a la guerra. Dos bandos, en un mismo pueblo, coreando la tragedia. Dos estirpes caducas con el odio siempre a punto. Dos adolescentes (Rodrigo Espinosa y Blanca Fonseca) víctimas de la eterna enemistad. Y como fondo, las murallas, las torres, sus torreones arruinados, la frontera inexorable de moros, judíos y cristianos: Guadix.
Esta es la anécdota, esta es la piel que sirve a José Asenjo Sedano para cubrir su relato (1). Un relato esencial, escueto, desnudo, donde las relaciones sintagmáticas recuerdan también bloques de piedras donde aparecieran, en una determinación sucesiva y ordenada, las torres y los torreones (vocablos esenciales) protagonistas de la tragedia. Un mundo cerrado al que, de trecho en trecho, una grita, una brecha nos indicara la caducidad. Patetismo contenido. Economía de lenguaje. Atemperado barroquismo sólo conceptual. ¿Envoltura de un símbolo? Intentemos una aproximación.

Cualquiera que pueda ser la postura del lector ante la obra literaria, sigue siendo válida aquella afirmación de Fidelino de Figuereido (“experiencia moral”, diría Rauh) de que cada escritor, como en los viejos siglos, tiene siempre sus propias palabras centrales recortando y señalando, en medio de nuestra oscura recepción del conjunto, un mirador o atalaya (torreón, en este caso, como indicábamos antes) desde donde explora el horizonte que el autor ya ha elegido para cristalizar su mundo.. Porque la obra de arte lleva siempre y como una trabazón orgánica “realidad-símbolo”, y son en esas torres de las palabras esenciales de las que pueden, de alguna manera, iluminarnos. Son en (“Los Guerreros”) esa espada siempre desnuda, esa cita inicial del Cantar I del Poema del Cid, el mismo nombre del protagonista, la ciudad que continua creciendo (fatalmente para Espinosa y Fonseca) fuera de sus murallas viejísimas. Es el lento y solemne modo de contar, cuento de juglaría casi, y esa especie de “tiempo en fieri”, de intemporalidad deliberada (distorsión que a veces llega a la anulación de los planos espacio-temporales en un relato, por otra parte, rigurosamente lineal), la que nos pone precisamente a la escucha de las posibles pistas disfrazadas por esta bella historia de amor y de muerte.
“Si algo admito en la narrativa hispanoamericana –dice Martínez Menchén- es su constante afirmación, su perpetuo auto de fe como tal narrativa, su optimismo un poco primitivo en la misión del escritor, en la importancia que puede tener el contar bellamente una historia en un mundo que, a mi parecer, está ya algo de vuelta de todas las posibles bellas historias que puedan imprimirse.” (2)




“Los guerreros”, ¿es sólo una bella historia, que ya sería bastante, un “Romeo y Julieta” andaluz –como se ha escrito recientemente- una “Love Story” a la española, sobria y mítica, o estamos ante una epopeya simbólica llena de leves ironías, unas castas irreversibles o irreconciliables –verdadera clave de unas divisiones ideológicas nunca cicatrizadas- por encima de la gesta personal de aquellos dos amante adolescentes?

Espinosa y Domínguez (luego, Fonsecas) constituyen respectivamente la aristocracia de la sangre, arruinada, y la burguesía comercial pusilámine decimonónica, desfasada, envidiosa de la nobleza pero inoperante, caduca ambas, enfeudadas en sus casas, puertas adentro de las murallas que, por el contrario, no sirven para contener el crecimiento que se realiza fuera de ellas. Y Guadix (el pueblo) como el coro de la tragedia, con sus vpces engañadas o engañosas que se materializan en tertulia de botica (los poetas, los intelectuales de trastienda) que terminan en la nostalgia de una épica fracasada. Pero Asenjo, aquí, no hace más que tomar el tema que estaba ya en el aire de la propia ciudad desde que Manuel (“El Niño de la Bola”, de Alarcón) mata absurdamente –caricatura romántica- a su amada, muriendo, a su vez, ante un pueblo dividido por incitaciones y venenos interiores que reclaman sangre de héroe donde alimentar treguas futuras.
Porque la muerte románticamente absurda de Rodrigo de Espinosa es, en “los guerreros”, el fracaso del amor, de la reconciliación profunda, de la superación del odio. Si, llegará la paz para aquel pueblo, pero una paz trágica, silenciosa, fatal, de cementerio, una paz por cansancio del odio y de la guerra, una paz aparente, ya que, “los días de verano, grupos de niños salían corriendo por las orillas del río y montaban en terribles caballos de caña. Se arrojaban piedras unos a otros y, al final, volvían lesionados, con manchas de sangre en la cabeza. Entraban victoriosos por el viejo arco de San Torcuato (ya sin santo y sin lámpara) y se detenían en la plaza a la luz de la luna para desmontar de sus corceles” (pág.181). Los niños inician el juego que dejaron pendiente los mayores.

Todo esto, Asenjo Sedano nos lo cuenta con una impresionante simplicidad de medios, con una extraña serenidad narrativa (incluso desdibujando o dejando cabos sueltos que hacen más lejano su punto de vista) y donde unos mínimos toques poéticos, entre medievales y bíblicos, cruzan la acción dándole un cierto clima desmayado, sin cansancio.
Como granadino, algo de Alarcón (raíz temática) y del mismo Lorca (pulso trágico) parecen batir sus armas bajo la mente de estos personajes. ¿Acaso no estaba ese mismo jinete, esa pasión a caballo en “Bodas de sangre”? (Porques la víspera las bodas de Blanca, cuando Rodrigo, como el Leonardo lorquiano, intenta romper “el muro de piedra entre tu casa y la mía”, porque “montaba a caballo y el caballo iba a tu puerta”). Pero el aristocratismo de ciertos personajes, en Asenjo, al contrario –por ejemplo- de Valle Inclán, no tienen necesidad de ampulosidades descriptivas. Solo sirve para destacar una deliberada y anacrónica situación y que lo inmediato no se nos manifieste bruscamente. Pero todo en “Los guerreros”, es actual. También lo irrisorio, también lo que hay de burla en esta historia.

Si tenemos en cuenta la fecha que figura al final de la novela (julio de 1965) se comprenderá lo que esta obra (¿qué razones demoraron tanto tiempo su publicación siendo, como fue, de las finalistas del “Nadal” de entonces?) tiene de mejorable en su técnica y en algunas ariscas simplicidades de su estilo, pero sin quitar, a su vez, lo que tiene de precursora.
Alcazaba de Guadix

Los guerreros” nos descubren un buen novelista andaluz que sabe muy bien lo que quiere contar y cómo contarlo. No es poco para el futuro de esta nueva narrativa del Sur, en cauce ya hacia logros importantes.

(1) “Los guerreros”, Ediciones Destino, colección Áncora y Delfín, Núm 351, 182 págs., Barcelona, 1970.
“Los guerreros”, Ediciones Orbis S,A. y Ediciones Destino S.A., Barcelona 1984.
(2) A. Martínez Menchén, “Del desengaño literario”, Editorial Helios, Madrid, 1970.



JOSÉ LUIS ORTIZ DE LANZAGORTA
(“El Correo de Andalucía”, Sevilla 28 de mayo 1971)

sábado, 29 de noviembre de 2008

TRAFALGAR 1805-2005










Cuando hace años, 1960, llegué a Cádiz, la ciudad milenaria languidecía como una isla en el mar. 15 de septiembre, noche ya, el Paseo de Canalejas, junto al Puerto, resplandecía solitario de un verde vegetal. Eran los tiempos renovadores del marqués de Villapesadilla, los tiempos fantásticos del Trofeo Carranza. Relucían en la bruma las altas chimeneas de los buques trasatlánticos que viajaban a América con emigrantes españoles. Los vería todavía despidiéndose con pañuelos blancos, el bramar de las sirenas y los sones de Suspiros de España. Lágrimas y pañuelos también en los muelles por aquellos hermanos y amigos que muchos jamás volverían. ¿Qué sería de ellos? El trasatlántico no tardaría mucho en perderse por la Punta de San Felipe hacía la Bahía y la mar abierta...
Muchos años pasé en Cádiz, la ciudad mercantil y marinera, cuna de libertadores. En ese tiempo florecía su industria naval, los grandes astilleros, la botadura de gigantescos petroleros que convertían a la ciudad en un festival. Músicas, pitadas de los grandes y pequeños buques surtos, alegría de una ciudad próspera. ¡Bellos recuerdos aquellos de la Bahía, la Bahía de los barcos y de los poetas: Juan Ramón, Alberti, Cernuda, Pemán y tantos más! La Bahía como un espejo al atardecer, en la bajamar cuando las luces verdes y rojas de los Puertos –Puerto Real, Puerto de Santa María- comenzaban a florecer en la lejanía. Cuando los ánsares pasaban hacia Doñana y las pequeñas embarcaciones rompían el agua hacia las Puercas, mar adentro...
La Bahía también de la batalla de Trafalgar. De los grandes navíos de la Combinada francoespañola, refugiados allí por una decisión inútil de su almirante. Durante mi tiempo de Cádiz oiría hablar muchas veces de la famosa batalla y sobre todo del heroísmo de una ciudad en aquellos momentos trágicos. “La mar no se cansaba de arrojar a las playas muertos desfigurados, muchos de los cuales apenas podían identificarse. Todo Cádiz era un cementerio.” (Carta del capitán Sevilla).
Cinco años de mi arribada a Cádiz, se hablaba de los ciento cincuenta años de la batalla y, con motivo de su conmemoración, la Diputación Provincial publicó un interesante estudio, “Los días de Trafalgar”, del erudito gaditano Augusto Conte Lacave, prólogo de Miguel Martínez del Cerro. Augusto Conte, que poseía una de las bibliotecas y uno de los archivos particulares mejores de Andalucía, cosa no rara en Cádiz incluso en ese tiempo, formaba parte de aquellos ilustres gaditanos que llegué a conocer, como eran Cesar Pemán, Gener Cuadrado e incluso el mismo José María Pemán, a quien recuerdo paseando por la ciudad con su amigo el dominico Padre Vicente, muerto no hace mucho en Almería, y presidiendo la Academia Hispanoamericana, ya muy deteriorado, de chaqué, recibiendo a Jesús de las Cuevas y a Juan de Dios Ruiz Copete. Pemán era muy visible en la ciudad, en su Plaza de San Antonio...
El libro de Augusto Conte tiene el mérito de ser un estudio sobre la batalla de Trafalgar escrito en el mismo Cádiz, con testimonios casi de primera mano. Avisa en advertencia preliminar que aunque no lo parezca, “ hay muchos puntos oscuros que esclarecer, muchos detalles dispersos que reunir, muchas informaciones curiosas que recordar y aun lo conocido, en este como en otros hechos históricos, se puede y debe todavía enfocar desde nuevos ángulos de visión.”
Los planes de Napoleón, como es sabido, fueron descritos por el mismo Tayllerand: “Mi resolución está tomada. Mi escuadra ha salido de El Ferrol el 13 de agosto. Si en virtud de mis instrucciones se une a la de Brest y entra en el Canal de la Mancha, todavía tengo tiempo para enseñorearme de Inglaterra.” Pero esto no sucedió, ya que la escuadra cambió su rumbo e incompresiblemente se dirigió a Cádiz, que fue su muerte.
La escuadra quedó inmovilizada a causa del levante en calma, viento trágico, que impidió su salida de la Bahía, como hacía años le pasó a la escuadra del almirante Bruix, que tardó tres días en salir de puerto. No podía abandonar la Bahía la Combinada y cuando lo hizo por imperativo imperial, fue para sucumbir bajo las baterías inglesas de Nelson y de Collingood, ayudadas por el terrible temporal del Suroeste que destrozó aquellos bellísimos navíos de velas y varios puentes, orgullo del mar. Cuarenta mil hombres, sesenta y siete navíos y cinco mil cañones se encontraron en aquella batalla, la última batalla de barcos a la vela, también la última batalla entre caballeros, que antes de entrar en combate, vistiendo ambos contendientes sus mejores galas, desenvainadas la espadas, arengadas las tropas, al viento banderas y estandartes, se prepararon para una lucha sin cuartel. Perdieron la vida diez mil hombres y se hundieron veinticuatro navíos. En la larga lista de muertos: Nelson, Churruca, Alcalá Galiano...Gravina herido, Villeneuve, cuyo barco el viento arrojó contra las rocas del castillo de san Sebastián, fue cogido prisionero...
La obra de Conte se completa con numerosos apéndices, cartas privadas sobre la batalla, noticias de desaparecidos, ¡tantos tristes recuerdos que la vieja ciudad vivió desde sus murallas, entregada sin distinción de banderas al socorro de tantas y tantas víctimas! Cádiz, ciudad heroica...
Buena idea esa de rendir homenaje a tres bandas, España, Gran Bretaña y Francia, en el escenario de aquel mar insólito, a los héroes caídos, casi cinco mil, en aquella memorable batalla. “Honor y gloria a los héroes de Trafalgar”. Doblaron a duelo las campanas de Cádiz, las mismas que hace doscientos años, como lo hicieran también, por decisión de Reino Unido, todas las campanas de la Commowealth..


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Faro de Trafalgar

José ASENJO SEDANO


(Artículo publicado en el periódico IDEAL, de Granada, el 25 de octubre de 2005)

sábado, 22 de noviembre de 2008

ANITA FRENTE AL ESPEJO





En abril de 1985, ¡cuánto ha llovido!, publiqué en ABC de Sevilla el siguiente artículo dedicado al gran novelista Manuel Halcón, académico de la Lengua, artículo que forjaría nuestra amistad ya que, desde entonces, pasamos a llamarnos primos y lo fuimos hasta el final de su vida, que todo lo borra. Halcón era todo un señor andaluz.

El hombre le ha dado, sin saberlo, alma al espejo”, escribe Manuel Halcón en su novela “Monólogo de una mujer fría”. Quizá porque el espejo nos desdobla, nos muestra la cara oculta, real, irreal, que nunca vemos. O tal vez porque en el otro, o en la otra, podemos imaginar todo aquello que acaso nos hubiera gustado ser. Lo normal es que pase sus horas frente al espejo aquel o aquella que está satisfecho/a con su físico. Encantado, como Narciso, con su imagen.
Sólo una vez, que se sepa, se atrevió Diego Velásquez a pintar un desnudo y, para hacerlo, delicadamente lo puso de espaldas. Era un desnudo íntimo. Venus en divina contemplación, en culto personal. El pintor, para hacer el retrato, sospechamos que, pudoroso, se colocaría detrás de una cortina, adorador de ese instante místico de la diosa.
Muy diferente de la Maja de Goya, exhibidora y pecaminosa, más pendiente de los ojos de los demás, que del casto y frío ojo del espejo impoluto, al que desprecia. La Maja es gustadora de tentaciones y codicias, seguramente porque no es mujer de monólogo, sino mujer de escaparate y diálogo. No hay pudor en la Maja.
Todo esto se me ocurre a propósito del desnudo literario de Anita Peñalver –“espléndida, soberbia, armoniosa”- que comienza a mirarse en el espejo como una gracia rubeniana y flamenca y acaba “por fijarse” en un solo espejo, el central del tríptico, donde aparece pletórica y exultante. Anita, con torbellino, no es más que una amante a la española, tan lejos de una amante a la francesa. Anita es capaz de todo por ese amor que fija y nos fija, que la hace capaz de las mayores locuras. De ahí su generosidad, de su romanticismo y beatería.
Pero a mí, lo que más me llama la atención de esta novela modelo de Manuel Halcón, tan equilibrada y clásica, es esa querencia campera que trasciende de sus páginas. Es Anita, pero también es Andalucía. “¡Qué pacífico está el campo! Solo aquella cuadrilla lejana. ¿Qué hacen esas cuadrillas?” Andalucía, como la Venus velazqueña o la Anita de Halcón, también se tiende desnuda cara al espejo del río en soliloquio amoroso y blando. Y huele, es curioso, a suya, a poleo, jaramago o arvejana.
Mucho de común tiene la mujer y el campo. Tanto que, a veces, leyendo el “Monólogo”, no estaba seguro de estar ante la uno o el otro. Se notaba mucho ese manso olor de la tierra húmeda, de la tierra caliente, ardorosa, tan a punto. “¡Qué prodigio! Llegar tan tarde y aún a tiempo”. Llegar siempre. Tal vez por eso sea esta novela –en sus bodas de plata- tan novela del Sur. Tan nuestra.


José ASENJO SEDANO

viernes, 21 de noviembre de 2008

LOS POBRES QUE VUELVEN





De pronto, la calle ha comenzado a llenarse de pobres. Las calles y las plazas.. Como si la España zarrapastrera y esperpéntica, al cabo de los años, hubiera resucitado y todo el ancho campo urbano se hubiera convertido en desconcierto y mercado. De nuevo, la España lacerada y triste, la de Galdós, Baroja o Valle Inclán, con sus historias horrendas de crímenes y raptos. Tal vez la España negra y turística nunca perdida.
Se ven saltimbanquis haciendo acrobacias a ritmo de redoble y tambor. La cabra equilibrista, el niño de la cucaña goyesca. El niño pájaro. El niño músico con sus ojos de increíble picardía. El niño angelical sin paraíso. Niños macabros arrojados como trapos en la acera, pálidos y medio muertos, la mandíbula caída, presa de un sueño satánico y embrujado. Niños como el Lazarillo de Tormes, víctimas del primer ciego perdido.
Se ven parejas de importación, sin papeles y sin oficio, de rodillas y en cruz, mostrando su pobreza a la vergüenza pública. Mujeres jóvenes con niños de pecho. Abortos en la cuneta. Obreros en paro contando su desventura a un público silencioso, retablo de una vieja farsa, historia por entregas de un horrible caso de locura y desamparo...
Ancianos de manos trémulas. Pordioseros. Jóvenes vergonzantes escondiendo el rostro bajo la sombra de un pañuelo de amargura. Cojos, mancos, pillos, prostitutas, drogadictos, locos, tontos... un largo censo entre moderno y medieval, al que ha venido a incorporarse un largo censo de importación inmigrante, la mayoría músicos de flauta, saxo y acordeón...
Conmovido y asustado, forzosamente he tenido que evocar la España eterna y sin remedio de truhanes, embusteros, sacamantecas y sacacuartos, esa literatura infame del hambre, origen de nuestra novela descarnada y verdadera....La España sabia, triste y generosa capaz de morir en los cuernos de un toro una tarde de domingo. Más cornadas da el hambre...
La España incrédula de romerías y conciertos, de gritos y botellones. ¡Cuánto sol en las veletas del viento! La carretera llena de coches sin destino, autovías sin término, balada de atropellos y accidentes, sangre alquitranada, mueca del llanto....
José ASENJO SEDANO

sábado, 15 de noviembre de 2008

DE VUELTA A KAMMANDÚ



Sierra de Lújar.


In memoriam de Pepe Corral Maurell.




Pepe Corral. Nos encontramos la primera vez en la casa del poeta Rafael Guillén. No sé si por azar, tomó una de mis novelas que estaba en la librería y la leyó de corrido. Le alucinó (me contaría después) el mundo desolado, extraño e inhóspito de Crónica, mi novela de Guadix. Fue como si se asomara a un abismo y, desde entonces, no pudo librarse del vértigo que, a muchos, da mi pueblo. Fue por eso por lo que se dedicó a regalar a su costa ejemplares de la novela y a enviar, incluso a mí, postales del paisaje de Guadix, que tanto le impresionaba. Fruto de aquella lectura fue un artículo que publicó en Ideal, en la rueda de los días, (su sección), hace ya muchos años.



Por entonces yo era ciudadano de Cádiz. Hacía varios años que yo había dejado atrás la torre de la Catedral de mi pueblo. La torre, los inviernos y sus muchas soledades. Hasta el resplandor de la nieve sobre la Sierra. Guadix, todavía era el Guadix de Alarcón y quizá el de Mendoza y hasta el de Mira de Amescua. Un Guadix recoleto, pobre, amurallado en sí mismo. Era el Guadix de la posguerra. No había cambiado aparentemente, pero eran muchas las cosas que ya no serían lo mismo.



Era ese Guadix contado el que a Pepe Corral le atraía y por eso se convirtió en su mejor propagandista. Se convirtió en mi amigo. Un día me presentaría al antropólogo Manolo García Sánchez, una de sus admiraciones, a quien había hecho llegar mi novela. Otro día -yo ya estaba en Almería- nos conoceríamos personalmente. Desde la ventana de mi despacho del Instituto Social de la Marina, se veía el puerto pesquero y el astillero arsenal donde todavía se fabrican esos pequeños barcos que navegan por nuestro mar. Con el olor marino, hasta nosotros llegaba el olor de la madera recién cortada, del barniz y de la brea. Se fue entusiasmado con ese primer encuentro con este mundo -el de los pescadores de bajura- que él había vislumbrado en los amaneceres de Almuñecar (Sri Lanka).



Nos vimos algunas veces más. Nos escribíamos. Sobre todo durante sus largas estancias en Kammandú (léase Capileria). Desde tan alto mirador, se sentía vital y fantástico. Las cartas de Pepe Corral Maurell llegaban en catarata, salpicadas de nieve y de plantas aromáticas. El esplendor del paisaje, lo sumía en éxtasis y le hacía lúcido, transparente como el aire serrano. Me escribía este verano: "Sin pretenderlo, también formamos parte de los demás". Y me remitía fotocopias de artículos periodísticos y de cartas de amigos comunes, de Rafael o de Paco Izquierdo, llenas siempre de cariño y de sana ironía. Me hablaba de su gato.O de Aurelio, el pintor gaditano vecino suyo. Parafraseaba a Matilde Molina de Haro y me decía:" Se escribe, para no morir..."Me hablaba de su pariente Melchor Fernández Almagro o de su tío el marino Emilio Diaz Moreu o de don Ramón Maurell...Y de sus raices de Úbeda...Y de las gaviotas argentadas (blancas y negras), distintas de las gaviotas entreveradas (del color de la playa), de las que quedan pocas...Me elogiaba las reflexiones de Ruiz Molinero, por el que sentía verdadera admiración...



Para que me hiciera una composición de lugar, en carta de septiembre pasado, me describía su situación en Kammandú: "Superar el tiempo entre la espuma de la cascada del viejo molino bizantino de Asquasiar, rodeado de flores amarillas, oréganos y mastranzos, húmedas y perfumadas, flexibles juncos y mariposas, es una sana cura física y espiritual. Al norte, aquí mismo, mientras te escribo, el Veleta y el Mulhacén, al Sur el Mediterráneo por los huecos que Sierra de Lújar deja a cada lado y, al frente, disimulada por las rocas, La Atalaya, refugio de los budistas malayo-tibetanos donde no cesan los turnos en la búsqueda de la paz consigo mismos..."
Capileira (Kammandú)


La verdad es que, desde mi última, esperaba carta suya de un día para otro. Más, sabiendo que se encontraba de paso en Granada de regreso de Sri Lanka. Ya sé que esa carta no llegará. Por una llamada telefónica he sabido el motivo: Pepe Corral Maurell (escritor, periodista, poeta, arqueólogo, amigo...) se ha muerto. Muerto sin tiempo de avisar a nadie. Muerto de tal manera quea uno le cuesta que se haya muerto. Es más fácil pensar que Pepe Corral se ha vuelto a Capileira, su Capileira, a Kammandú, donde efectivamente lo han enterrado, cerca de las cumbres que pronto se cubrirán de nieve y de cielo. De esperanza. Como en unos versos suyos que me remitía hace poco, estará:


allí donde la lluvia
se apiada de la tierra
y las lágrimas llegan
en ansia de ternura...






De regreso a Kammandú, donde, como dice Rafael Guillén, vivirá en estado de imaginación permanente, creando un mundo fantástico y en paz para él y para sus numerosos amigos...






JOSE ASENJO SEDANO






(Del libro "El Mirador de San Fandila", colección de temas accitanos, Excmo. Ayuntamiento de Guadix, 2001).






viernes, 14 de noviembre de 2008

MARTIN, EL SANTERO DEL SALIENTE





-Martín.


Estaba apontocado en el muro de travertino del santuario y miraba el horizonte con ojos de pájaro asustado. ¿Qué hacía allí con las manos enlazadas, los ojos ennieblados, siguiendo el vuelo de los aguiluchos que pasaban dando gritos sobre la cumbre pelada?...


Me dijo que se llamaba Martín. Como era invierno y habíamos subido peregrinos al Saliente, hacíamos sobremesa tomando el sol en la plaza. Había manchas de nieve en los repechos del Roel, a mil quinientos metros sobre el nivel del mar. Me dijo que tenía hechos muchos caminos. Se miró las suelas de los zapatos como para que viera las huellas que llevaba impresas. Sonrió y se quedó mudo, pendiente de las colinas desérticas.
-Poca vida por aquí,-comenté.
-Poca.
-Pero usted hizo su petate y se vino...


Volvió a su sonrisa y a medir con la mirada el espacio de tierra que cubría con sus pies. Era la tierra que le correspondía: lo que podía abarcar con las suelas. A veces no merece la pena caminar tanto, se rompen los zapatos y no por eso se tiene más...
-No.


Fuí yo el que ahora se echó a reir. Los caminos, al cabo, van siempre con nosotros. Hay caminos largos y caminos cortos y hay caminos que no llevan a ninguna parte.


-Otros...
-Otros pueden traernos aquí.
Bajó la cabeza y asintió. Esa era su historia.
-Pero antes tuve que ir a muchos sitios.
Abrió los brazos como si quisiera mostrármelos.
-¿Dónde estuvo usted?
-Por ahí...
Los ojos retornaron a su mapa personal; a sus pies y a sus manos. Más abajo, donde están todas las cosas.
Sabía lo que pretendía decirme con ese gesto.


-¿Cómo fue que no se casó?,-se me ocurrió preguntarle. Supuse que no era de aquí.-Porque usted vive solo, no tiene a nadie...


-Yo soy de Martos,-me dijo.- Tuve mi novia allí, y antes de que pudiéramos casarnos, se me murió.


-¿Se le murió?


-Se me murió.


Se le borró la sonrisa y una nube triste sobrevoló su mirada. Había sido el sepulturero de Martos y, cuando ella se murió, tuvo que enterrarla.


-¿Usted la enterró?


Mis palabras se hicieron eco de las suyas. Levantó los ojos y vi como aquellas nubes se hacían de nieve.


-Por eso me marché de Martos. No sabía adónde ir...Me hubiera gustado morirme...


-Y andando andando fue usted a parar a otro cementerio...


-Era como si me buscaran.


Me contó que fue a Guadix. En Guadix el cementerio está al resguardo de un monte envejecido. Es tierra de otra tierra. Uno espera ver salir de la arcilla fémures y húmeros milenarios. El monte se agrieta por la lluvia y el viento toca aquí su arpa fúnebre. Las nubes, sobre las tapias y los cipreses, pasan con sus alas de silencio...


-Y se quedó a vivir con los Hermanos Fossores de la Misericordia...


-Me contaron que había unos hombres santos que enterraban a los muertos. Y me quedé con ellos.


Cuando el duelo familiar llega a las puertas del cementerio, los Fossores se hace cargo del difunto y lo lleven con rezos a la sepultura.


-Es como en la iglesia...


-Eso.


-Pero un día se fue...


-Me fuí. Cuando abría una tumba, me parecía que la desenterraba...No podía...


-Y otra vez al camino...


-No tenía a nadie. ¿Qué podía hacer?


Oyendo el viento de los caminos, el repicar lejano de las campanas, viendo el paso de las nubes y las noches estrelladas, comencé a sentir dentro la voz de Dios...


-¿Le llamaba Dios?


-Lo buscaba y Él venía a mi encuentro. Soñaba que era como mi madre. Me quitaba las lágrimas y me hacía dormir en sus brazos. Era como un perro fiel.


-¿Dios?


-No, yo.


-¿Le gustan los perros?


-Una noche oí una voz que me decía: Martín, vete al Saliente, allí está tu madre esperándote. Y me vine aquí.


-¿Conocías el santuario?


-No, fuí preguntando.


Una mañana, saliendo el sol, lo vio desde lejos y el corazón le dijo que lo había encontrado.


-Subí y vi abierta la puerta del santuario. Entré y me puse de rodillas. Allí estaba la Virgen:Le dije: ¡Madre!. Y ella me sonrió. Sabía que era ella.


Estaba Martín acompañado de otro santero. Me contaron que vivían de la limosna de gentes piadosas del lugar. Nunca bajó Martín del santuario. Permanecía horas y horas delante de la imagen de la Virgen a punto de vuelo y, cuando de noche se iba a su celda, antes subía al camarín y besaba sus pies...


-Le digo: Madre, ¿quiere usted algo de mi? Ella me sonríe y me dice: Anda, vete a descansar. Pero a la medianoche vengo callandico y la encuentro rodeada de ángeles que la suben y la bajan de cielo, que la mecen y le cantan y yo me echo a llorar, ¿sabe usted? Yo le digo: Madre mía, cuando me muera, quiero morir a tus pies...Yo tambien quiero subirte al cielo...¡Llévame contigo!...




Y la Virgen se lo llevó como él quería. Fue durante una misa de peregrinos. El santero Martín subió al camarín a depositar un ramo de flores y, todos vieron como de repente se desplomaba y quedaba exánime a los pies de la Virgen...Fue así como murió.
JOSÉ ASENJO SEDANO

(Relato histórico, publicado en la obra "Cuentos del Santuario del Saliente", Colección Batarro, Albox (Almería), 2003. Texto corregido)

viernes, 7 de noviembre de 2008

LLUVIA




Si el agua es lluvia en su remanso,
¿qué es la nube cuando vuela?
¿Qué son las aves
que el sol naciente hiere y sangra?
¿Son alcores o son el pálpito
del olmo cuando gime?
¿Vive el agua en el otoño
o es espejo que el viento apaga?

Sigo absorto el vuelo sideral
que el viento agita
y me siento nada
mientras vuelo.

Brillan los ojos silentes de la luna
rielando su estúpida mirada.
Reloj sin horas, sepulcral espera
que agota y mengua y acaba mientras espero.

La luna lapida la noche en agonía,
lluvia helada, mudez que habla
y anhela salir callada de su espera...

Todo es frío y polvo
que vuela veloz hasta la orilla.
La vida es breve, ave que transmigra
y posa esperas en la torre extinta que vigila.
El salto final, es el espacio.




José ASENJO SEDANO

martes, 4 de noviembre de 2008

EL MIRADOR DE SAN FANDILA



En 2001, "La colección de Temas Accitanos", publicó mi libro EL MIRADOR DE SAN FANDILA, comentarios periodísticos (1964-1967), que tuvo cierto éxito entre mis lectores. Ignoro si el libro se enuentra agotado o todavía quedan ejemplares en las librerias de Granada o Guadix. En el Mirador detengo mi mirada sobre diversos paisajes de la geografía andaluza por mi conocidos, el mar en sus dos orillas (Guadix, Granada, Almería, Cádiz) y mis recuerdos marineros y literarios. Pienso publicar en este blog alguno de esos comentarios.



Ahora, en pleno mes de noviembre, mes de fríos y de nieves, de cielos luminosos y nubes de paso, evoco el otoño de Guadix desde este Mirador, el sol vespertino ya en su ocaso y los álamos del río como lanzas velazqueñas encendidas. Ese lienzo de mi niñez con la torre de la catedral en su centro señalando su hora más callada. ¡Cuantas memorias de amigos, silencios, pisadas, nostalgias...Mi casa de la Concepción, la soledad de la Plaza, el lloro de un niño, el ladrido de un perro, la tos del transeunte, el rezo del rosario de mi madre en su silla, siempre en sus manos! ¡Ha pasado tanto tiempo!



Era cuando yo leía los cuentos de Alarcón, la Pródiga, El Niño de la Bola, El Capitán Veneno... Mis primeras lecturas al calor del brasero, los gatos entre las piernas...Y el repentino repique de la catedral anuciando la muerte de un canónigo...

El Mirador de San Fandila estaba extramuros, al otro lado de mi iglesia de san Miguel, una cueva capilla, ¿un anacoreta mozárabe?, ¿un martir? San Fandila murió en Córdoba en tiempo de moros. Yo tomé este cerro de sus contemplaciones celestiales como título de ese libro y así sigue... Es un lugar emblemático de Guadix.


domingo, 19 de octubre de 2008

IBN TOFAYL, DE GUADIX



Publica el escritor e historiador Dr. Carlos Asenjo Sedano, correspondiente de la Real Academia de la Historia, el siguiente comentario sobre el filósofo Ibn Tofayl, en el periódico IDEAL, de Granada, 19 de octubre de 2008:






AL Andalus nos alumbró tres lumbreras filosóficas, intelectuales, más incardinadas en las estructuras mentales europeas, occidentales, que en las otras estrictamente semíticas u orientales. Son Avicena, Ibn Tofayl y Averroes. Y hoy, por la anarquía reinante en la complejidad de las relaciones de la fe religiosa con la razón -¿viejo tema de siempre, hoy tan desequilibrado a favor de la razón, es decir, de la ciencia!- quisiera fijarme aquí en ese personaje singular que fue el guadixí Ibn Tofayl (ca. 1.116/ 1.185), asentado precisamente, en lo político, dentro del aparato almohade, tan intransigente, y, sin embargo, Ibn Tofayl, tan astutamente heterodoxo, hasta el punto de abrir, enseguida, las puertas al gran disidente religioso que fue Averroes, el fustigador de la tradicional fe del carbonero, el malikismo, que en su entorno, a la sazón, como no podía ser de otra manera, era el islamismo, postura o herejía de la que no tardó en contagiarse el cristianismo hasta hoy día, a pesar de santo Tomás.Como es sabido, Ibn Tofayl, de cuya genealogía o clan todavía había familias en Guadix a la llegada de los cristianos de la reconquista, según los censos de población indígena conservados aún, fue el autor de una obra, famosísima hasta hoy, que Pococke tradujo al latín, y de ahí la versión castellana como 'El Filósofo autodidacto', un precedente, para la crítica, de 'El Criticón', de Baltasar Gracián, y hasta de 'El Emilio', de J. J. Rousseau, y cuyo argumento, en síntesis, radica en presentarnos a un hombre, Hay, desde niño, criado en soledad y en plena naturaleza, aislado de toda vida e influencia social, que por escalas ascendentes sucesivas, va descubriendo, diríamos, todo el evolucionismo humano hasta llegar a la conclusión de la existencia del alma y, por ahí, de Dios, al margen de todo proceso didáctico y doctrinario ajeno, como una simple tendencia del espíritu humano a integrarse con sus orígenes. Una obra cuya forma y estructura mental es de una modernidad llamativa incluso para hoy. Una doctrina posiblemente aprendida en Plotino por el guadixí, que lo lleva directamente a planteamientos panteístas y, consiguientemente, a postulados heréticos tanto para el islamismo como para el cristianismo, con una doble consideración de la verdad, según sea desde el punto de vista religioso o de la fe, o desde el punto de vista de la razón o de la ciencia, cuyos puntos de vista no tienen necesariamente que coincidir. Y cuya conclusión más elemental estaba a la vista: todo el legado religioso, incluido Dios, no tiene que ser una verdad aceptada por la ciencia, y viceversa aunque hay que tender a la fusión de ambos puntos de vista; es decir, conciliar fe y razón. Las consecuencias filosóficas, sociales, políticas y vitales de este planteamiento son fáciles de deducir, especialmente hoy en que notoriamente la intelectualidad occidental, y con ella su avanzadísima ciencia, ha optado, de alguna manera, por la senda racionalista, luego magnificada por el cordobés Averroes. Un Averroes tildado de maldito por Duns Scoto, de perro rabioso, por Petrarca, de ladrón loco, por Gerson, ese que Orcagna pintó en el camposanto de Pisa, al lado de Mahoma y del Anticristo, y a quien en la capilla de los españoles de Santa María Novella, de Florencia, lo vemos al lado de Arrio, oprimido por la planta de Santo Tomás en el fresco de Tadeo Gaddi; una especie de demonio encarnado, según nos cuenta don Marcelino, el gran erudito en materia de heterodoxos, con mejor voluntad que buenos resultados, como después se ha visto. De alguna manera, un Averroes que había bebido en la fuente del herético guadixí, su compadre en la erudición y en la amistad.En aquella época en que vivió Ibn Tofayl, previos a su amigo Averroes, siglo XII, no mucho antes de las Navas de Tolosa, 1212, en que se hundió el poderío almohade, incluso a pesar de la precedente dominación almorávide, la impresión que se tiene de aquel Andalus es que todavía el sustrato social y humano de la población hispanogoda, mozárabe, era no sólo notable sino muy mayoritario, incluso en sus manifestaciones culturales tradicionales, tales como el lenguaje bilingüe, la práctica de los ritos cristianos más o menos degradados, con obispos y sacerdotes ejercientes, ciertos cultos sobretodo en lugares apartados, rurales, a la manera de los antiguos pagos romanos, templos apartados aunque marginados, ya que el concepto de arquitectura religiosa, entonces, era de pequeños volúmenes, a diferencia de la revolucionaria actitud traída por el Cister y, luego, por el Renacimiento.Y fue en aquella sociedad, de alguna manera todavía tolerante con los mozárabes, aunque se les llamara la vil canalla, en la que surgen personajes tales como Ibn Tofayl, descolgados de toda ortodoxia, escépticos, marginados y solitarios. Una nueva sociedad dominada y atornillada por los almohades que acaban con aquel modus vivendi tradicional, ya que es entonces cuando se clausuran, o se derriban, los viejos templos hispano godos, se deporta a los obispos y a los mozárabes más inquietos, y se impone el credo único, la lengua exclusiva, la enseñanza coránica obligatoria en las madrazas Es entonces cuando surgen las nuevas mezquitas que nos van a llegar a la reconquista de los Reyes Católicos, v.g. la del Azafrán de Baza, la de las Sesenta columnas de Guadix Todo junto a un nuevo urbanismo, una nueva cultura que, por otra parte, recupera para un nuevo desarrollo más notorio a nuestras ciudades Pero la vieja sociedad indígena, así, ahora, sin sus obispos y sacerdotes, sin sus pedagogos, sin su cultura tradicional, sin sus ritos y creencias , ahora queda descolgada también de la fe y de su jerarquía pedagógica. Y es ahí donde surgen personajes como Ibn Tofayl que, en la soledad y la introversión, tratan de buscar a Dios -como su Hay- dentro de su corazón, más allá de las estructuras convencionales de la sociedad y la iglesia o la mezquita. Buscar a Dios dentro de uno mismo, sin intermediarios , que, de alguna manera, es lo que, en la actualidad, se han propuesto muchos hombres. Una senda o una actitud que, a falta de una pedagogía exterior suficiente o, incluso, de un dogma aceptable o admitido, ha llevado a esta sociedad nuestra, cada día más, al parecer, a admitir la teoría de la doble verdad que ya había hecho mella en Ibn Tofay y, luego, en Averroes. Que una cosa es ver la vida, lo trascendente, la historia y, en definitiva, Dios, con los ojos de la fe, incluida la del carbonero, y otra con los ojos de la razón. Sin que la opción de lo uno anule la simpatía por lo otro, aunque lo otro, la Razón sobre el caballo de su ciencia, hoy día parece que se impone, gracias, entre otros argumentos, a las aportaciones del guadixí Ibn Tofayl y el cordobés Averroes, a los que, antes, Plotino y la escuela de Alejandría les habían prestado alas suficientes, sin que, actualmente haya mucha preocupación por armonizar ambos puntos de vista. Panteísta, nihilista, 'El filosofo autodidacto' es el libro más individualista que nunca se haya escrito, el más temerario ensayo de una pedagogía enteramente subjetiva, en que para nada interviene el elemento social, según M. Pelayo.

lunes, 29 de septiembre de 2008

ESCARAMUZA AL PIE DE LA ALHAMBRA








“En medio de dos hermosos ríos llamados el uno Genil y el otro Darro, los cuales ríos no nacen de fuentes, sino de derretidas deshechas nieves que hay todo el año en la Sierra Nevada”, ubica Ginés Pérez de Hita la ciudad de Granada en su novela famosa sobre las Guerras Civiles de los Moros, divulgada pronto por el mundo conocido (más de sesenta ediciones en solo un siglo), motivo y causa de la Granada romántica de poetas, escritores y dibujantes de posteriores tiempos. Naturalmente, en el Darro se coge oro fino y de Genil, plata fina, “ y no es fábula, que yo, el autor de esta relación, lo he visto coger...”, dirá enfático.
Se trata de una novela de caballerías, tan de su tiempo, que por fortuna el murciano o veleño, escudero del marqués de los Vélez, conocedor del árabe y soldado en las Alpujarras, nos dejó escrita, convertida hoy en una de las joyas de la “Arabia Antiquities of Spain”, con los grabados del arqueólogo británico James Cabanah Murphy y otros.
En la obra que comentamos, “Las Guerras Civiles de Granada”, capítulos III y IV, Pérez de Hita nos relata, con profusión de colores y detalles, la pelea, más que simple escaramuza, que mantuvieron el noble Muza, hermano del Rey Chico, con el Maestre de Calatrava, don Rodrigo Téllez Girón, cuadro que más parece tapiz por la composición de sus puntadas y belleza oriental. Teniendo noticias, por sus habituales correrías por la Vega, de las fiestas que se hacían en Granada por la coronación del rey Boabdil, señor del Albaicín, en detrimento de su augusto padre el rey Muley Hacen, señor de la Alhambra, (que tanto enriqueciera el colosal monumento), solicitó don Rodrigo Téllez del recién coronado rey nazarita permiso para participar en las reales fiestas en su honor, haciendo escaramuza con alguno o algunos caballeros de los de su corte. Gustó al rey de Granada el desafío y gesto del castellano, noticia recibida con gozo en el Generalife donde el monarca se solazaba con sus amigos cortesanos, conviniendo todos enseguida que este sería festejo principal, sorteándose a quien correspondería primero el honor de pelear con el valiente y osado castellano, tocándole la suerte al noble Muza, hermano del rey, gentil y valeroso caballero.
Días de esplendor, según las crónicas, fueron aquellos en la ciudad festiva, con juegos, músicas y versos, torneos y bailes donde competían los más antiguos y claros linajes del reino, jóvenes valientes, que culminaría con la escaramuza anunciada de los dos contrarios combatientes.







Importante, antes de la pelea, por su esplendor y belleza cortesana, es detenernos, como hace nuestro cronista con su viva imaginación, (y encaja en la hermosura del paisaje y del monumento) describir los trajes y vestidos, joyas y elegancia de aquella corte luminosa y decadente, actores de un tapiz romántico, teatro grandioso y fantástico para los muchos lectores de la obra de Ginés Pérez de Hita y los muchos viajeros que, atraídos por su relato, visitarían la ciudad con ojos cargados de fantasía oriental, paraíso inventado, si no soñado, por el murciano, hombre levantino. Llama la atención el rico y vistoso desfile de caballeros y damas granadinos que aparecen en la novela, cuadro de brillantes colores, los hermosos trajes de los protagonistas, en consonancia con la belleza y esplendor de la Alhambra que aparece coronando la Vega, balcón desde donde la realeza femenina de Granada sería testigo de batallas y del torneo medieval.


Contemplemos el regio desfile:
Primero, el Rey: “Se puso aquel día muy galán, conforme a su persona real convenía. Llevaba una marlota de tela de oro tan rica que no tenía precio, con tantas perlas y piedras de valor que muy pocos reyes las pudieran tener tales. Mandó el rey saliesen doscientos caballeros aderezados de guerra, para seguridad de su hermano Muza”, todos muy ricamente vestidos, que no hubo caballero que no vistiera seda y brocado... El Rey salió por la puerta de Bibalmazán, .llevando a su hermano Muza al lado y todos los caballeros con él. Todos los caballeros llevaban adargas blancas, lanzas y pendoncillos... Por capitán de ellos, Mamad Alabez, valiente y leal caballero...


La Reina: “Lucía marlota de brocado de tres altos “con tantas y tan ricas labores, que no tenía precio su valor, porque la pedrería que por ella tenía sembrada, era mucha y rica. Tenía un tocado extremadamente rico y encima de la frente hecha una rosa encarnada por maravilloso arte y en medio engastado un carbunclo que valía una ciudad. Cada vez que la Reina meneaba la cabeza a alguna parte, daba de si aquel carbunclo tanto resplandor, que a cualquiera que lo miraba privaba de vista”.


El valiente Muza: “Pues el alba aun no era bien rompida, cuando el buen Muza ya estaba de todo punto muy bien aderezado para salir al campo.” Llevaba el moro su cuerpo bien guarnecido, sobre un jubón de armar una muy fina y delgada cota, que llaman jacarina, y sobre ella una muy fina coraza, toda forrada en terciopelo verde, y encima una rica marlota del mismo terciopelo, muy labrada en oro, bordada de muchas DD de oro, hechas en arábigo, letras iniciales del nombre de Daraxa, su amada. El bonete era del mismo color, verde con ramas labradas de mucho oro, con las mismas iniciales dichas. Llevaba una muy fina adarga fabricada en Fez y un listón por ella atravesado verde, en medio de una cifra galana, que era la mano de una doncella, que apretaba en el puño un corazón del que salían gotas de sangre, donde se leía: “Más merece”.


“El Maestre, así que lo vio venir, luego coligió que aquel caballero era Muza, con quien había de hacer batalla...”
El Maestre: “Iba muy bien armado, y sobre las armas, una ropa de terciopelo azul muy ricamente labrada y recamada de oro. Su escudo era verde y el campo blanco, y él puesta una cruz roja, hermosa, la cual señal también llevaba en el pecho. El caballo del maestre era muy bueno, de color rucio rodado. Llevaba el Mestre en la lanza un pendoncillo blanco, y en él la cruz roja como la del escudo, y bajo de la cruz, un lema que decía: “Por ésta y por mi Rey”.
Al verlo llegar, el Rey comentó a los suyos: “No sin causa este caballero tiene gran fama, porque en su talle y buena disposición se muestra el valor de su persona.”



Enseguida mandó el Rey tocar clarines y dulzainas, a las que respondieron las trompetas del Maestre, señal convenida, momento en que los dos valientes caballeros arremetieron sus caballos con grande furia y braveza, dándose grandes encuentros sin que ninguno perdiera la silla. El caballo del Maestre no eran tan ligero como el de Muza que se movía en su entorno con facilidad dándole algunos golpes al Maestre. Pero este, mas avezado y más fuerte, levantándose en los estribos, lanzó con mucha furia su lanza hiriendo el caballo de Muza en la quijada, golpe que acusó el vistoso animal que se puso a dar saltos y corcovos, obligando al jinete a saltar de la silla y, rugiente como un león, se fue hacia el Maestre dispuesto a desjarretarle un golpe mortal. El Maestre, diestro en la pelea, más experimentado, saltó rápido de su caballo, “tan ligero como un ave” y, embrazando su escudo, dejada la lanza, con la espada en la mano se fue para Muza que venía con su cimitarra levantada, dando comienzo a una tremenda lucha cuerpo a cuerpo de manera que pronto se deshicieron armas y escudos... que terminó cuando el Maestre hirió al joven Muza en el muslo y le arrancara el bonete de la cabeza quedando el casco al descubierto...Mal quedó el valiente caballero, lo que no le impidió herir en el brazo al Maestre, lo que acabó por encender su saña y herir con su espada a Muza, que rodó malherido por el suelo...El Maestre, viendo a su contrincante caído y muerto su caballo, clemente y satisfecho, determinó poner fin a la batalla, dar mano de paz a su enemigo y hacer con él amistad de caballeros, cosa que Muza agradeció con gallardía....





¡Ay, Dios, qué buen caballero
el Maestre de Calatrava!,








diría el romancero por los campos y villas de Castilla, memoria de tan famoso lance.

Desde las torres de la Alhambra, asomadas a sus ventanas, contemplaron la Reina y su corte de damas la famosa escaramuza entre caballeros que fuera tan famosa en aquel reino. Fátima, la amada de Muza, ricamente vestida de damasco verde y morado, del color del pendoncillo que llevara Muza, toda la ropa bordada de las MM griegas de su amado, que derramaría lágrimas por su amado herido. La bella Daraxa, que tenía puesto su amor en un caballero abencerraje, y tantas otras que con su alegría y belleza alegraban los patios del hermoso recinto nazarita, la mirada perdida en la espléndida Vega con sus aguas y alamedas donde los caballeros galopaban haciendo ostentación de su destreza, dejando nubecillas de polvo en los caminos...Abajo, la ciudad con sus mezquitas, plazas, gritos y juegos, muros y puertas, jolgorio de fiesta y fuego y pólvoras...
El Rey felicitó al Maestre con toda suerte de cortesías y enseguida dio orden de volver a Granada y a su alto castillo...Entró el regio cortejo por la calle Elvira...

ARCO DE ELVIRA


El Arco de Elvira, con sus restos de muralla, abierta al campo y la nieve. No es ahora la puerta por la que antaño viniera el moro Cegrí con la mala de los cristianos y de Granada. Por aquí, muy cerca, estaba la alameda donde fuera ajusticiada Marianita. Por esta calle entraría también Joan de Dios en busca de los moros vencidos, rescoldo enfermo de la ciudad perdida en fiero lance. La calle se alarga, Molino de la Corteza, Lavadero, Rueda Bolas...Por lo alto, asoman techumbres, azoteas y palomares, las casas viejas del Albaicín, equilibrio de luz y de gracia. Todo parece leyenda. Hasta el cielo pintado con pizarrín de colores. Niños invisibles sueltan sus cometas de llanto. El sol es de tiza, como una postal perdida en manos del viento. San Andrés. La calle se desliza, se quiebra, lo mismo que la rama de un almendro. Flores de ópalo y maceta. Vuelan las avispas en los balcones vacíos, las puertas cerradas a cal y canto. Todo el barrio lleva el peso de la colina, casa sobre casa, muro sobre muro, barandales de Federico. Ultramarinos, comidas, tabernas, portales de muebles antiguos... así, hasta el Corpus Christi, Correo Viejo y la Alcaicería. Plaza de Bibrambla...

Paseaba el rey moro
Por la ciudad de Granada..

BIBRRAMBLA

La Plaza de Bibarrambla entre la calles Catalino (que lleva a las Pasiegas), la de Libreros, Zacatín, Príncipe, Salamanca y Pescadería. En su centro, la fuente de los Gigantes. En este lugar, o próximo, mandó el cardenal Cisneros la quema de la biblioteca musulmana, ante la indignación de las gentes. Dos criados del cardenal murieron en la refriega y él mismo tuvo que refugiarse en el palacio episcopal, de donde lo rescató la tropa del marqués de Tendilla. Nunca perdonarían los granadinos tan lamentable pérdida. Este suceso costaría a la ciudad la expulsión de miles de moros...








EL ÚLTIMO ROMÁNTICO

En 1992 pasaría por Granada quizá uno de sus últimos viajeros románticos, el holandés Cees Nooteboon quien, desde el Generalife, contemplando la ciudad, quizá rememorase los sentimientos del Rey Chico aquel día en que el Maestre de Calatrava venciese en lid de caballeros a su hermano de sangre el joven Muza. Escribió:
“Medita, medita en el Generalife, entre rosas, palmeras y laureles, agua verde oscura con nenúfares flotantes y ranas ocultas, murmullo de surtidores bajo los cipreses, las blancas montañas a lo lejos. Por aquí pasearon Théophilr Gautier y Richard Ford, Washington Irving y Louis Couperus, los pensamientos están dictados por un noble código de felicidad y melancolía, solo escapas a él si estás blindado con plástico....( ) Aún es por la mañana temprano, tengo los jardines del Generalife para mí, estoy solo con los pájaros y los surtidores, las torres rojas, el verde de los árboles que llega hasta el borde mismo de la ciudad allí debajo. La copla tiene razón, ser ciego en Granada debe ser el peor de todos los castigos...”

Granada, ciudad siempre de los dos bandos, como aquella de los cegríes y abencerrajes, caballeros moros, Genil y Darro, Alhambra y Albaicín, rumor de pájaros, cipreses y álamos, nieves perpetuas...



José ASENJO SEDANO




(Ensayo publicado en la revista ENTRERIOS, Granada, 2008. Número especial dedicado a La Alhambra, el Palacio)