domingo, 28 de diciembre de 2008

DOS ESCULTORES: ÁNGELEZ LÁZARO GUIL Y ANGEL ASENJO FENOY

Estas navidades nos han traído la novedad de dos obras escultóricas, ambas en Guadix, el busto de Torcuato Ruiz del Peral, imaginero de Exfiliana del siglo XVIII, escuela granadina, obra de la ilustre Ángeles Lázaro Guil, autora de tantas obras importantes, muchas de ellas en la fachada de la catedral de Guadix; y la
talla de Jesús Cautivo de las Penas, del joven imaginero accitano, Angel Asenjo Fenoy, autor, entre otras, del nuevo coro de imágenes de la catedral de Guadix que sustituyen, en nueva versión, precisamente las de Ruiz del Peral destruídas desgraciadamente en la guerra civil de 1936. La talla de Angel Asenjo pertenece a la escuela granadina y se venerará en la iglesia de San Francisco de su ciudad.


Ángeles Lázaro, escultora veterana, es seguramente una de las mejoras actualmente de nuestro país, pronto nos dejará para marcharse a Francia, según noticias, y Angel Asenjo Fenoy, profesor y licenciado en Bellas Artes en Granada, antes pasó por Roma y Sevilla, quien tiene un futuro prometedor.


Nuestra enhorabuena a ambos artistas.

martes, 16 de diciembre de 2008

NIEVE Y NAVIDAD




¡Hermosa Sierra Nevada, Muhacen y Veleta, cima de España, desde donde se contempla el mar y las nubes que nacen del viento! ¡Mar Mediterráneo, verso heroico, luminosidad sagrada de estos pueblos del Marquesado del Zenete y su valle de álamos y huertas!




Nevó, cayó por fin la nieve sobre los campos únicos de España. Alcanzó nuestra Sierra Nevada, Guadix y sus torres. ¡Es la Navidad de mis recuerdos! No me resisto a publicar aquí algunas fotografias del Guadix con nieve,tomadas, unas, del " Ojo de Guadix", donde aparecen excelentes fotografías de Torcuato Fandila, Magán, otras de autores anónimos. ¡Véanlas!






sábado, 6 de diciembre de 2008

CANCIONES PARA DORMIR AL NIÑO






A mis nietos Fernando y Claudio, junto al Belén.

I

¡Qué silencio tan divino!
El me mira y yo le miro.

II

Era de plata
La luna llena



Dentro del agua.
Y el Niño quiso
Tocarla.
Vino José
Y con la vara
Sacó la luna
Del agua.

III

Y se parecían
El Niño y María.
La misma mirada,
La misma sonrisa,
Las mismas palabras,
Las mismas caricias.
Mirando a Jesús,
A ella veías....

IV

Duerme mi Niño,
Rayo del alba,
Duerme lucero
De la mañana...

V

Tiene la rosa
Sangre y espinas.
La Virgen llora
Cuando la mira.
Nadie la toca
Que así es la rosa...

VI

Cordero que duerme,
A la medianoche
Capullo de nieve...

VII

Y siempre María
Todo lo guardaba.
Guardaba sus lloros,
Sus ropas de lana
Y su pelo rubio
Sobre la almohada.
Guardaba los besos
Que el Niño le daba
Y aquellas sonrisas
De la madrugada.
Y siempre María
Todo lo guardaba...

VIII

Cordero divino,
Que la noche vuela
Mientras yo te miro...


José ASENJO SEDANOAlmería, XII, 1988

JESÚS NACIÓ EN UN ESTABLO







Con mi felicitación navideña a todos mis seguidores.

Lo dice así Giovanni Papini recogiéndolo de los escritos evangélicos y la tradición que enlaza con Justino y Orígenes. Papini, un converso que “aspiró a ser Dios”, y terminó por escribir “La Vida de un Dios que se hizo hombre”, como él mismo confesaría explicando los motivos que le llevaron a su “Historia de Cristo”. Aconseja su lectura el cardenal Rouco Varela, prologuista de una reciente reedición. Es sobre todo la historia de un convertido, convencido de no alcanzar nunca la belleza y perfección de los evangelios. Véase, si no, la versión de San Lucas, tomada de labios de María.
Y es Papini quien nos recuerda en la primera línea de su Historia, que “Jesús nació en un establo”. En un verdadero establo, nada de casa renacentista. “Un establo real es la casa de los animales, la prisión de los animales que trabajan para el hombre”. Paja, estiércol y humedad. “El lugar más sucio del mundo fue la primera habitación del más puro entre los nacidos de mujer”. Y no fue por casualidad. ¿Acaso, se pregunta, “no es el mundo un inmenso establo donde los hombres engullen y estercolizan?”.
Los primeros adoradores del Niño (obviando a María y José), después de las bestias, serían los pastores, la gente más despreciada de ese tiempo. Gente sencilla acostumbrada a mirar las estrellas. Quizá representen a los humildes de todos los tiempos. Pastores habían sido Saúl y David, los primeros reyes de Israel.
Aunque para mí, el primer adorador de Jesús concebido, no nacido, fue Juan el Bautista, feto de seis meses dentro del vientre de su madre Isabel... Dice el evangelio de San Lucas (Cap. 1, 42) que “así que oyó Isabel el saludo de María, exultó el niño en su seno, e Isabel se llenó del Espíritu Santo”. ¡Un no nacido arrodillado ante el Mesías feto de unos días! Hoy que tantos no nacidos son exterminados, que se les despoja de su identidad personal, corrigiendo el orden de Papini, es claro que el primer adorador del Hijo de Dios, fue Juan Bautista en el seno de María, su madre. Y tiene cierta lógica, los sacrificados y los perseguidos (fetos y niños) tendrían un primer plano en esa venida de Dios con nosotros, hermano de sus hermanos más despreciables... Después vendrían las bestias y los pastores, el mundo inmenso de los inocentes... Dios ensalzando a los humildes, a los indefensos, a los hambrientos. “Derribó a los potentados de sus tronos y ensalzó a los humildes”.
Otro historiador de Jesús fue Giuseppe Ricciotti (Roma, 1890-1964, arqueólogo y sacerdote católico. Cuenta en el prefacio de su obra “Vida de Jesucristo”, que la primera idea de escribir este libro se le ocurrió en circunstancias adversas, herido de guerra en un hospital en un hospital del valle de los Alpes, donde estuvo cerca de la muerte. En un momento de temor, se le vino a la mente que si salía vivo del campo de batalla (primera guerra europea) escribiría una Vida de Jesucristo. Junto a él, sobre su jergón, cuenta, tenía un ejemplar del Evangelio, cuyas páginas estaban manchadas de sangre que “sobreponían a guisa de rúbrica a los caracteres griegos, parecíanme un simbólico entrelazamiento de vida y de muerte.”
Sin embargo, no escribiría inmediatamente su libro. Le infundía pavor la sola idea de escribirlo, idea que nunca se fue de su cabeza, convirtiéndose cada vez más en una necesidad. Buen conocedor de la historia de Israel y de la Guerra de los Judíos de Flavio Josefo, conocía mejor que nadie la geografía evangélica, el mapa de la vida de Jesús. Tendría que venir la segunda gran guerra para renovar la agonía de aquel hospital de campaña, ahora en peores circunstancias. Europa nuevamente anegada de sangre, para comprender que había llegado la hora de salvar a una humanidad llamada civilizada en trance de muerte. Y se puso a escribir y a rezar. No podía quitarse de la mente aquel Evangelio de su jergón de soldado manchado de sangre. ¡Otra vez la guerra!
En la Pascua de 1941 aparecería su voluminosa e interesantísima Historia de Jesucristo, cuya primera edición se agotó en un mes. Y así las sucesivas...
Riccotti también nos recuerda que Jesús nació en un establo. Retablo que el Peregrino de Burdeos pudo contemplar en el siglo IV bajo las bóvedas de la gran basílica que, en 325, mandara edificar Constantino, respetada por los persas invasores en 614 y que, hace unos años, vimos también nosotros un día de lluvia, con soldados con metralleta. Basílica de tres rostros: ortodoxo, armenio y católico donde se venera un retablo con la imagen de la Virgen ofreciendo su Niño recién nacido a los peregrinos...¡Muéstranos a tu Hijo! Abajo, en la sombra, la gruta con la estrella luminosa donde se lee la inscripción. “Y el Verbo se hizo carne...” Aquella mañana de lluvia, llena de peregrinos de todo el mundo, católicos y ortodoxos, oficiales rusos firmes adoradores de la Estrella que siempre guía.... Son maravillosas las obras del Todopoderoso...


José ASENJO SEDANO

jueves, 4 de diciembre de 2008

EL BADOLERISMO GRANADINO: "LOS NIÑOS DE GUADIX"





CARLOS ASENJO SEDANO, publicó el pasado 1 de diciembre de 2008 en el periódico IDEAL, de Granada, el siguiente artículo sobre el bandolerismo granadino, que reproducimos a continuación:




TRAS las alteraciones de toda clase promovidas por la Guerra de la Independencia (1808/1814), especialmente en su epílogo de miserias, ruinas, desgobierno y afán de libertad, llegó un periodo, el reinado de Fernando VII, en que, por unas u otras razones, muchos desclasados se echaron al monte, al bandolerismo más o menos romántico, de acuerdo con la época, o simplemente al bandolerismo depredador. Una situación que el posterior reinado de Isabel II fue metiendo en cintura gracias a una acción de gobierno más vertebrada y a un desarrollo económico más generalizado y más eficaz, en el cual las nuevas mejoras en las comunicaciones no dejaron de ser un factor decisivo.Por eso, la aparición bandolera de los llamados 'Niños de Guadix', buscando cierta analogía con los famosos 'Siete Niños de Écija', no dejó de ser un fenómeno, además de anacrónico, también llamativo por sus connotaciones sociales. Sucedieron los hechos durante el reinado de Alfonso XII y la gestión de Cánovas, en el año 1880. Y su germen está en una escapada de seis reclusos de la cárcel de Guadix que, pese a la inmediata búsqueda por parte de la Guardia Civil, no fueron atrapados, posiblemente por la existencia de colaboradores extra muros. Son José Fernández Vázquez, de 40 años; José Valero Valverde, ¿?; Juan Serrano Serrano, de 30; Rafael Jiménez Sierra, de 24; Rafael Olivencia Cárdenas, de 26, y Juan Vázquez Sierra, de 26 años. El pueblo los conocerá como la banda o la partida de 'Sierra y Olivencia'. Durarán sus fechorías poco tiempo, pero serán magnificadas por su voluntaria y trágica muerte.Enseguida de escapados ya están organizados, sin perder tiempo para actuar en robos, atracos, chantajes, etc. en todo el territorio, especialmente rural, de su demarcación, que son los montes y cortijadas de la zona de Guadix, en donde pronto les surgen cómplices y encubridores. Actúan en grupo o por parejas, pero escapan individualmente, y su actividad es múltiple y simultánea, aquí y allí, sincronizada y sin previo aviso, pero sí violenta y contundente Pero, como sucede frecuentemente en estos casos, por un azar, en el ferrocarril de Atarfe, son sorprendidos, por simples sospechas, dos de ellos, aunque sin armas. Pero esto no desanima a los restantes cuatro bandidos que, entre otras actividades, se dedican a ayudar a otros presos y a castigar soplones. Su historia es la sucesión de atracos, robos y castigos en toda la comarca sin que la Guardia Civil logre poner el menor remedio a pesar de reforzar constantemente las fuerzas destinadas a esta operación. A veces localizan a los bandoleros, pero siempre se les escurren de las manos. Y su osadía y seguridad llega al punto de atreverse a presentarse en las fiestas de Navidad de Guadix e integrarse en los grupos callejeros de muchachos que se divierten, de noche, con instrumentos de cuerda, zambombas y otros objetos, cruzándose sin temor con paisanos que les conocen, y que no se atreven a cantar. Y la jactancia del Olivencia llega al punto de proponer y conseguir dar una serenata al Jefe de Policía de la ciudad, bajo sus balcones, en la puerta de su domicilio. Y de ahí se van al Casino, de donde ven salir al comandante de la Guardia Civil, al que saludan ceremoniosamente, y al que siguen de cerca tocando sus guitarras y bandurrias a manera de homenaje, y obviamente, de burla. Y, como es de rigor, no faltan las visitas a burdeles y demás tugurios públicos y pecaminosos.Como he dicho, la partida es localizada con frecuencia por los espías de la Guardia Civil, y los guardias llegan hasta a enfrentarse con ellos y cruzar tiroteos que resultan infructuosos, ya que, en el último momento, los bandoleros se escurren. Así hasta que, en la primavera de 1881, se hace cargo de la escandalosa situación el teniente coronel primer jefe de la Guardia Civil de la provincia de Granada, quien decide acabar con este juego. Y enseguida pone en circulación una eficaz estrategia de 'chivatos' que no tardan en filtrarle que los dos jefes de la Partida, Sierra y Olivencia, suelen pernoctar en el cortijo de 'Los Agustinos', en La Peza, bajo la cobertura del cortijero, su mujer, embarazada, y sus cinco hijos. Cortijo que inmediatamente es sometido a vigilancia con guardias camuflados de campesinos. Y elige un numeroso grupo de guardias, buenos tiradores y valientes Y a esperar que los bandidos entren en la ratonera.Y efectivamente, en una noche infernal de ventisca y frío, los bandidos entran en el cortijo. E inmediatamente comienzan los civiles a estrechar el cerco y a conminarles para que se rindan, a lo que los bandidos se oponen terminantemente sin dejar de disparar por todas partes, aunque en un intervalo, se convienen con los civiles, para que abandonen la cortijada, el cortijero, su mujer y sus hijos, para ellos solos continuar la lucha.Muy numerosos los civiles, y hechos ya dueños de la situación, y cercados los bandidos, la suerte estaba echada. Por eso la Guardia Civil insistía en su rendición con la promesa de que nada les sucedería, creyendo ser muchos más los cercados.. Pero los bandidos no aceptaron la oferta, respondiendo a tiro limpio. Por lo que la Guardia Civil hubo de agujerear las paredes de la cortijada para forzarles a salir. Pero nada consiguieron. Entonces, la Guardia Civil recurrió al remedio extremo en estos casos: prenderle fuego al Cortijo. Rociándolo de gasolina, y echando los manojos encendidos por las chimeneas. El resultado fue aminorarse el tiroteo desde el interior hasta desaparecer. «¿Nos achicharraréis, pero no nos rendiremos!», voceaban. Entonces, todo el cortijo humeante y desmantelado, los guardias decidieron entrar. Y allí se encontraron a los bandidos Sierra y Olivencia carbonizados. Eran los únicos que estaban dentro. Los otros dos fueron detenidos poco después.

Fotos de Agapito Cirera y José Polo, guardias civiles muertos valientemente luchando en La Peza y en la cueva de Campillos con "Los Niños de Guadix".

miércoles, 3 de diciembre de 2008

EN TORNO A "LOS GUERREROS"








En octubre de 1970, la Editorial Destino de Barcelona, publicaba mi primera novela, “Los Guerreros”, que fue recibida con notable éxito por la crítica literaria. La novela había sido presentada al Premio Nadal en 1965 llamando la atención del jurado, como me manifestaría su secretario, Rafael Vázquez Zamora. Cinco años después, la editorial decidió su publicación, lo que, sin duda, constituyó una grata sorpresa para mí, más por los muchos comentarios que se escribieron, especialmente en Barcelona. En Sevilla, fueron los escritores Manolo Ferrand(Premio Planeta) y José Ortiz de Lanzagorta, ya fallecidos, los que se pusieron en contacto conmigo –era la eclosión de la llamada “Narrativa Andaluza”- y yo me encontraba en Cádiz, donde residía por razones de trabajo. Todo era novedoso para mí, ya que siempre he vivido ajeno a la vida literaria, entonces tan floreciente en Sevilla (Halcón, Alfonso Grosso, Antonio Burgos, Salado, Julio de la Rosa, Luis Berenguer, Manolo Barrios, Muñiz Romero, García Viñó, José María Requena, López Pereira, Vaz de Soto...)...
A José Ortiz de Lanzagorta, escritor y crítico literario, lo conocí personalmente una tarde en San Fernando, dónde convinimos en vernos y charlar. El venía con Loli, su mujer, y yo iba con la mía, Adela. De ahí salió una larga amistad que duró hasta su muerte.

De entonces es el artículo que José Luis escribió sobre mi novela
, publicado enEl Correo de Andalucía”, Sevilla, el 28 de mayo de 1971, que doy a continuación con memorable recuerdo.

ASENJO SEDANO Y SU ÉPICA DEL FRACASO DEL AMOR.

Aquella era una ciudad de guerreros impenitentes. Un gobernante allí tenía que ser antes que nada un buen jinete para saber mantenerse en pie y para saber tirar de las riendas a su tiempo. Allí todo el mundo luchaba a su modo y nadie podía vivir sin tener sus enemigos propios. Esto venía a ser como el secreto de su vitalidad”. (Pág. 36)

Dos familias jugando a la guerra. Dos bandos, en un mismo pueblo, coreando la tragedia. Dos estirpes caducas con el odio siempre a punto. Dos adolescentes (Rodrigo Espinosa y Blanca Fonseca) víctimas de la eterna enemistad. Y como fondo, las murallas, las torres, sus torreones arruinados, la frontera inexorable de moros, judíos y cristianos: Guadix.
Esta es la anécdota, esta es la piel que sirve a José Asenjo Sedano para cubrir su relato (1). Un relato esencial, escueto, desnudo, donde las relaciones sintagmáticas recuerdan también bloques de piedras donde aparecieran, en una determinación sucesiva y ordenada, las torres y los torreones (vocablos esenciales) protagonistas de la tragedia. Un mundo cerrado al que, de trecho en trecho, una grita, una brecha nos indicara la caducidad. Patetismo contenido. Economía de lenguaje. Atemperado barroquismo sólo conceptual. ¿Envoltura de un símbolo? Intentemos una aproximación.

Cualquiera que pueda ser la postura del lector ante la obra literaria, sigue siendo válida aquella afirmación de Fidelino de Figuereido (“experiencia moral”, diría Rauh) de que cada escritor, como en los viejos siglos, tiene siempre sus propias palabras centrales recortando y señalando, en medio de nuestra oscura recepción del conjunto, un mirador o atalaya (torreón, en este caso, como indicábamos antes) desde donde explora el horizonte que el autor ya ha elegido para cristalizar su mundo.. Porque la obra de arte lleva siempre y como una trabazón orgánica “realidad-símbolo”, y son en esas torres de las palabras esenciales de las que pueden, de alguna manera, iluminarnos. Son en (“Los Guerreros”) esa espada siempre desnuda, esa cita inicial del Cantar I del Poema del Cid, el mismo nombre del protagonista, la ciudad que continua creciendo (fatalmente para Espinosa y Fonseca) fuera de sus murallas viejísimas. Es el lento y solemne modo de contar, cuento de juglaría casi, y esa especie de “tiempo en fieri”, de intemporalidad deliberada (distorsión que a veces llega a la anulación de los planos espacio-temporales en un relato, por otra parte, rigurosamente lineal), la que nos pone precisamente a la escucha de las posibles pistas disfrazadas por esta bella historia de amor y de muerte.
“Si algo admito en la narrativa hispanoamericana –dice Martínez Menchén- es su constante afirmación, su perpetuo auto de fe como tal narrativa, su optimismo un poco primitivo en la misión del escritor, en la importancia que puede tener el contar bellamente una historia en un mundo que, a mi parecer, está ya algo de vuelta de todas las posibles bellas historias que puedan imprimirse.” (2)




“Los guerreros”, ¿es sólo una bella historia, que ya sería bastante, un “Romeo y Julieta” andaluz –como se ha escrito recientemente- una “Love Story” a la española, sobria y mítica, o estamos ante una epopeya simbólica llena de leves ironías, unas castas irreversibles o irreconciliables –verdadera clave de unas divisiones ideológicas nunca cicatrizadas- por encima de la gesta personal de aquellos dos amante adolescentes?

Espinosa y Domínguez (luego, Fonsecas) constituyen respectivamente la aristocracia de la sangre, arruinada, y la burguesía comercial pusilámine decimonónica, desfasada, envidiosa de la nobleza pero inoperante, caduca ambas, enfeudadas en sus casas, puertas adentro de las murallas que, por el contrario, no sirven para contener el crecimiento que se realiza fuera de ellas. Y Guadix (el pueblo) como el coro de la tragedia, con sus vpces engañadas o engañosas que se materializan en tertulia de botica (los poetas, los intelectuales de trastienda) que terminan en la nostalgia de una épica fracasada. Pero Asenjo, aquí, no hace más que tomar el tema que estaba ya en el aire de la propia ciudad desde que Manuel (“El Niño de la Bola”, de Alarcón) mata absurdamente –caricatura romántica- a su amada, muriendo, a su vez, ante un pueblo dividido por incitaciones y venenos interiores que reclaman sangre de héroe donde alimentar treguas futuras.
Porque la muerte románticamente absurda de Rodrigo de Espinosa es, en “los guerreros”, el fracaso del amor, de la reconciliación profunda, de la superación del odio. Si, llegará la paz para aquel pueblo, pero una paz trágica, silenciosa, fatal, de cementerio, una paz por cansancio del odio y de la guerra, una paz aparente, ya que, “los días de verano, grupos de niños salían corriendo por las orillas del río y montaban en terribles caballos de caña. Se arrojaban piedras unos a otros y, al final, volvían lesionados, con manchas de sangre en la cabeza. Entraban victoriosos por el viejo arco de San Torcuato (ya sin santo y sin lámpara) y se detenían en la plaza a la luz de la luna para desmontar de sus corceles” (pág.181). Los niños inician el juego que dejaron pendiente los mayores.

Todo esto, Asenjo Sedano nos lo cuenta con una impresionante simplicidad de medios, con una extraña serenidad narrativa (incluso desdibujando o dejando cabos sueltos que hacen más lejano su punto de vista) y donde unos mínimos toques poéticos, entre medievales y bíblicos, cruzan la acción dándole un cierto clima desmayado, sin cansancio.
Como granadino, algo de Alarcón (raíz temática) y del mismo Lorca (pulso trágico) parecen batir sus armas bajo la mente de estos personajes. ¿Acaso no estaba ese mismo jinete, esa pasión a caballo en “Bodas de sangre”? (Porques la víspera las bodas de Blanca, cuando Rodrigo, como el Leonardo lorquiano, intenta romper “el muro de piedra entre tu casa y la mía”, porque “montaba a caballo y el caballo iba a tu puerta”). Pero el aristocratismo de ciertos personajes, en Asenjo, al contrario –por ejemplo- de Valle Inclán, no tienen necesidad de ampulosidades descriptivas. Solo sirve para destacar una deliberada y anacrónica situación y que lo inmediato no se nos manifieste bruscamente. Pero todo en “Los guerreros”, es actual. También lo irrisorio, también lo que hay de burla en esta historia.

Si tenemos en cuenta la fecha que figura al final de la novela (julio de 1965) se comprenderá lo que esta obra (¿qué razones demoraron tanto tiempo su publicación siendo, como fue, de las finalistas del “Nadal” de entonces?) tiene de mejorable en su técnica y en algunas ariscas simplicidades de su estilo, pero sin quitar, a su vez, lo que tiene de precursora.
Alcazaba de Guadix

Los guerreros” nos descubren un buen novelista andaluz que sabe muy bien lo que quiere contar y cómo contarlo. No es poco para el futuro de esta nueva narrativa del Sur, en cauce ya hacia logros importantes.

(1) “Los guerreros”, Ediciones Destino, colección Áncora y Delfín, Núm 351, 182 págs., Barcelona, 1970.
“Los guerreros”, Ediciones Orbis S,A. y Ediciones Destino S.A., Barcelona 1984.
(2) A. Martínez Menchén, “Del desengaño literario”, Editorial Helios, Madrid, 1970.



JOSÉ LUIS ORTIZ DE LANZAGORTA
(“El Correo de Andalucía”, Sevilla 28 de mayo 1971)