domingo, 11 de octubre de 2009

GRACIAS

José Asenjo Sedano, mi padre, murió el 12 de agosto de 2009 en Almería. En los últimos minutos de su vida creía haber vuelto a la casa de sus padres en Guadix. A las tres ciudades de su vida, Cadiz, Almería y Guadix ha dedicado cariño y parte de su imaginación.
Sus tres hijos queremos expresar nuestro agradecimiento a las muestras de condolencia recibidas. Y sobre todo a los visitantes de este blog, que, en los últimos meses de su vida, representó un enorme aliciente para que siguiera escribiendo a pesar de su debilidad.

La novela por entregas "La casa número 6" la he compilado en un solo archivo en formato adobe acrobat, para poder imprimirse, leer en pantalla o descargar en un ebook como una obra unificada. Para descargar pinchar aquí

jueves, 12 de febrero de 2009

BICENTENARIO DE CHARLES DARWIN


12.02.2009 -
CARLOS ASENJO SEDANO











Reproducimos el siguiente artículo de D. Carlos Asenjo Sedano, Dr. en Historia, publicado en el periódico Ideal, de Granada, el 12 de febrero de 2009, con el título "Charles Darwin, a la vista".

CHARLES Darwin nació en Shrewsbury el 12 de febrero de 1.809. Comenzó a estudiar medicina, como su padre, en Edimburgo, pero, incapaz de soportar el dolor de los enfermos, pronto abandonó estos estudios, lo que le empujó al campo de la teología y hasta ejerció de cura en la iglesia anglicana. Pero cuando estaba a punto de ordenarse, su amigo y también sacerdote, Henslow, lo invitó a embarcarse en el buque Beagle, como naturalista, para dar la vuelta al mundo, viaje que duraría cuatro años. De este viaje y de las observaciones sobre el panorama que se le ofrecieron a Darwin dependería el futuro cambio de la biología y hasta de muchas concepciones transcendentes de la cultura occidental, incluida la religiosa, sobre la creación del hombre.
Por entonces, 1853, el conde Arthur de Gobineau publicó su Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, lo que, quizá, indujo a Darwin, unos años después, 1.859, a publicar su obra Sobre el origen de las especies. A partir de estos trabajos se puso sobre la mesa un problema esencial para el futuro: El problema racial, tratando de contestar a la pregunta: ¿Son todas las razas humanas iguales?...Y si no lo son, como se deduce de los mencionados estudios, ¿cabe una política para el mejor desarrollo de las mejores, en detrimento, y acaso exterminio, de las peores?...Esa es la cuestión, especialmente para la raza aria, y ahí, sobretodo, los alemanes, considerados la elite de las razas, raza a la que había que cuidar, según Gobineau, para el mejor perfeccionamiento de los humanos, evitando su contaminación o mezcla con otras razas inferiores. Conclusión: mejoremos lo mejor y eliminemos lo peor.. El análisis de la cuestión, en lo sucesivo, se hará teniendo en cuenta, como soporte científico, El origen de la especies, de Charles Darwin.
Enseguida otros pensadores comenzaron a sacar las lógicas consecuencias. Así Clemente Royer abominó del cristianismo y del comunismo por su tendencia a lo igualitario, y toda la política que de ese postulado se deducía, especialmente a favor de los débiles y desvalidos. Y Walter Bagehot haría la apología de la guerra como el mejor sistema para propiciar la selección natural de la especies, de que tan necesitada se muestra la Humanidad. Y así, pronto, en 1935, en Alemania se promulgó la ley 'para la protección de la sangre alemana y del honor alemán' al tiempo que se divulgaban las teorías de J. Müller y A. Carrel.
Es decir, que de aquel huevo que puso en circulación el conde de Gobineau, enseguida Charles Darwin sacó las oportunas consecuencias ayudado por su profunda observación obtenida en su largo viaje alrededor del mundo, de cuya observación, Charles Darwin había sacado dos ideas o teorías fundamentales: a) La lucha por la existencia se va haciendo por las sucesivas selecciones que va organizando la muerte; y b) La lucha por la descendencia que se va estructurando a través de la fecundación diferencial. -Y aunque Darwin no aludíó al origen del hombre, la observación deductiva de mucha parte de la ciencia a la sazón fue obvia: Primero: Si lo actual en el ámbito de las especies procedía de una sucesiva selección y mejora de lo precedente, estaba claro que en el futuro esas especies serán más perfectas que en el presente; y obviamente, en el pasado, especialmente en su origen, fueron más imperfectas y rudimentarias que hoy-. Segundo: Si este fenómeno abarcaba a todas las especies, obviamente el hombre, al final de cuentas una de tantas de esas especies, forzosamente venía sometido a esas mismas leyes. Es decir, que el hombre futuro será más perfecto que el actual en virtud de la selección natural de las especies. Y que ese mismo hombre, en sus orígenes, fue mucho más imperfecto, elemental y simple que el actual. De ahí que enseguida se estableciera, por los epígonos de Darwin, no por él, que el primer eslabón de la raza humana estaba en un primate, es decir, en un mono, luego desarrollado a través del mecanismo de la selección natural. La crítica cómica de la época se hizo eco del caso anunciando el licor Anís del mono con un mono cuya cabeza era la de Darwin.
Lógicamente, en torno a este problema, desde entonces se ha originado un enorme debate ya que, en definitiva, lo que estaba y está en juego es, nada menos, que el origen del hombre. Si creado en lo fundamental de su estructura mental y física, tal como dice el Génesis, por un Dios responsable y voluntario. O si derivado de un ser inferior, por mero azar, quizá un primate o similar, a través de la selección evolutiva de las especies, contradiciendo al Génesis. He ahí la cuestión que a todos afecta, y que aún es de una gran virulencia en los Estados Unidos en torno a las dos corrientes ya clásicas: El Creacionismo (Génesis) y el Evolucionismo. A lo que se ha añadido el llamado Proyecto inteligente creacional.
Al efecto, digamos que el Evolucionismo ha ganado ya muchos adeptos aunque no todos, especialmente desde el punto de vista de los ámbitos religiosos. Añadamos también que la postura expresa de la Iglesia, como se quejan los teólogos, no deja de ser ambigua. En todo caso, actualmente, se opta por distinguir entre Evolución y Evolucionismo, reservando aquél ámbito para el estricto campo científico de la evolución y selección de las especies, mientras el Evolucionismo queda para el mundo de las ideologías, las hipótesis y las fantasías. Así, aquel campo afirma o admite que efectivamente la Creación, o todo lo creado, evoluciona y quizá se perfecciona con el tiempo, pero no que la Evolución es la madre de todo lo creado. Es decir, que el proceso es al revés de lo que suele admitirse. Y así no se rechaza que, en el ámbito de la Creación, el Creador se haya podido valer de causas intermedias para el desarrollo constante y progresivo de la humanidad, pero siempre respetando el espíritu esencial propugnado tradicional y permanente por los mensajes religiosos de toda procedencia. Y también que las metáforas o alegorías expuestas en todos los Libros Sagrados de todas las religiones sólo son eso, alegorías o metáforas de una significación más profunda, expuestas, ahí, de una determinada forma, sólo a efectos de una mejor comprensión humana.
En todo caso, lo que, aquí y ahora, queríamos hacer resaltar es que, ante el inminente Segundo Centenario del nacimiento de Charles Darwin, ese hombre tan influyente en la mentalidad humana de Occidente, especialmente en el campo religioso, ya se preparan los estudiosos, especialmente en los Estados Unidos, para el interesante debate que se avecina alrededor de si los hombres responden a un proceso creacional de Dios o son simplemente una de tantas material evolucionadas en el espacio y tiempo de la dinámica universal, sin principio ni fin moral de ninguna clase. De cuyas diferentes respuestas se deducen actuaciones de los hombres muy dignas de tener en cuenta.

domingo, 8 de febrero de 2009

LA CASA NÚMERO SEIS (Capítulos 13 y 14)















NOVELA POR ENTREGAS.





AUTOR: JOSÉ ASENJO SEDANO












Capítulo 13

Después de estos sucesos, llegaron los comentarios, ese querer cada uno contar la historia a su modo. Todos tenían argumentos, habían sido testigos de tales o cuales hechos, lo que resultaba extraño y paradójico, ya que en torno a la casa existía un verdadero cinturón sanitario y eran contados los que conseguían colarse y romperlo. Lo que no impedía que el cada vez más precario semanario local, el Acci, no dejase de publicar pseudos reportajes sobre el crimen del marqués y sobre los yacimientos arqueológicos de la casa, que algunos convertían en mineros y ya había quién hablaba de ciertos tesoros ocultos, causa de todo el desaguisado. Páginas y páginas de un novelón por entregas propio para mentes obsesivas y morbosas. Se contaban historias nunca oídas del marqués decapitado y de la bailarina hija de un carpintero local, un hombre que tuvo que emigrar a Cataluña hacía años en busca de fortuna. Del Parralero, en Barcelona, todavía niña, a bailarina de fama, modelo de pintores borrachos españoles y franceses. Madame Rosita, primera bailarina, como la Otero, de famosos cabaretes. Un continuo danzar por Europa, flores y gasas, sombreros y medias, la prima donna del Folies Bergere. Todo ese currículo lo recogía Fandila en su periódico, que el cansado impresor de pelo blanco y manos doloridas lo recibía como maná ya que, ahora, aunque con retraso, cobraba su paga y pudo comprarse un sombrero nuevo que, al parecer, era su sueño. Él había conocido a la Rosita en el barrio, hacía años, una niña como todas, con rosas en las mejillas. Él también tenía sus historias que contar. Todos contaban su particular historia de la bailarina que viniera de París un día con un marqués a bordo de un lujoso chevrolet rojo, impresionante...Volvió a contarse con detalle la crónica del aterrizaje, hacía años, de aquellos aerostatos que vinieron volando desde París y Madrid, de clubes a los que pertenecía el marqués, una fiesta que acaparó los periódicos regionales e incluso alguno de Madrid, especialmente La Esfera y el Blanco y Negro con abundancia fotográfica.
-Nunca se vio cosa igual en la ciudad. Y mire usted que aquí han ocurrido cosas... Pero ninguna como ese desembarco de globos como soles envidia del mismísimo Julio Verne...
El impresor motivado le daba al pedal de la impresora, pasaba página y se consolaba de haber vivido para ser testigo del evento, aquella flota sobrevolando nuestra catedral y nuestros campos.
-¡Un espectáculo!
Ya todo el mundo sabía quien asesinó al señor marqués al que unos condenaban su vida libertina y otros perdonaban sus pecados, lamentando que hubiera tenido tan mal final.
-¿Usted qué hubiera preferido, que hubiera perecido en el aeroplano sobre el mar, o esa muerte infausto a manos de un anarquista sanguinario...?
La pregunta era una trampa mortal.
-Hombre, yo prefiero morirme en mi cama, rodeado de los míos...
-Ese hombre era un aventurero, no podía morir en la cama...Dicen que se había batido más de una vez en París por cuestiones de faldas...Siempre a la espada...
-Mala muerte tuvo.
-Lo mató, cuentan, la codicia y la infidelidad...
El impresor tuvo que quitarse el sudor de la frente.
-Lo mató una mujer...
-¿Doña Rosita?
-¿Quién si no?
-No sería por su mano, aquella mujer era muy delicada. Nunca se hubiera manchado las manos...
-Ella no, ella indujo al asesino, a su hermano, el anarquista...
Todas estas historias alimentaban el papel del semanario local y las horas nocturnas de la tertulia de radio. A todos les gustaba leer y escuchar...

Claro que la historia más noble de la ciudad que desbordó los comentarios del marqués y doña Rosita, la muerte desconocida y aclarada por la tenacidad investigadora de don Arcadio, juez habilidoso y experto, una historia pasada y sin culpables que condenar, pasó a segundo y último término con las noticias que cada vez se iban teniendo sobre los descubrimientos del subsuelo de nuestra casa, objeto de tertulias culturales en el casino, ahora liceo, y en la radio, levantando el interés general. Vivíamos sobre un polvorín de pueblos históricos, pobladores antiguos de la ciudad que ahora despertaban de su sueño. Don Pompeyo Romano (seudónimo, naturalmente) tenía sentada cátedra, era el que más se había aventurado en la galería, tenía ya confeccionado un plano con radiales cuyo final había que investigar. Se tenía claro el camino que unía la catedral y la alcazaba. Pero había más...
-No olvidemos que esta ciudad fue ibera antes que romana. La biografía de esta ciudad milenaria está enterrada, bastaría con levantar la capa de tierra que la ocupa para dejar al descubierto todo lo que oculta. Con los romanos, esta ciudad fue un gigantesco castro, un campamento militar encargado de defender esta parte de la Bastetania. Siempre fue esta ciudad campamento militar. Su estructura es militar. Es fácil reconocer como estaba organizada. Sobre esa estructura se fueron construyendo los sucesivos castros o campamentos...Lo último que tuvimos aquí fue un Regimiento Provincial que luchó en Bailén con su coronel don Bernardino. Los romanos fueron grandes ingenieros, capaces de obras importantes. Encontramos en esta ciudad restos de murallas y de acueductos. Canales y termas. Por aquí pasaba la famosa Vía Hercúlea o Augusta, como se ve en el registro de carreteras del “Itinerario Antonio”. Todavía se ven los trazados de esas carreteras...Si teníamos murallas, villas, puertas y baños, ¿cómo no íbamos a tener un teatro y una basílica, pagana o cristiana? Hay una tradición cultural de la ciudad que se remonta a siglos, más allá de la dominación musulmana que la continuó...¿Creen ustedes que la cultura surge de improviso, sin un cultivo necesario? No, amigos míos, igual que tenemos poetas y escritores musulmanes y cristianos, los tuvimos también romanos y vigóticos... Nunca lo sabremos hasta que no investigamos en las profundidades de nuestra ciudad oculta.
Don Pompeyo se tomó un respiro. Se le veía emocionado.
-Hemos abierto un camino. Sabemos donde estamos. Pero no basta con eso, necesitamos ayuda para proseguir nuestra investigación. Ya sabemos cómo debajo de la catedral, y de lo que fue mezquita, existe una catacumba paleocristiana con varios enterramientos. Vean este crismón sacado de allí. En la pequeña basílica hay signos cristianos: peces, palomas, corderos, cruces...Y dos sarcófagos, uno muy deteriorado, que suponemos guardan los cuerpos de los primeros apóstoles de la ciudad o de primeros cristianos...He invitado a varios doctos profesores a visitar la excavación y me han prometido venir lo antes que les sea posible...A mi me ha parecido leer en una estela Torquatus miles...¿Es una Martyria lo que hemos encontrado? Es curioso y significativo que este enterramiento sirva de base a la primera basílica cristiana de esta ciudad...Una catedral es un ara, un verdadero altar que se nutre con la sangre de los mártires... Si lo que hemos encontrado es lo que venimos esperando desde hace años, es claro que Roma dejó aquí su sello, somos una pequeña Roma penibética. Una cívitas romana. Yo sugiero que todas las aportaciones y estudios que se están realizando sean recogidos en un corpus histórico con vista a futuras investigaciones y se funde un centro histórico con aportaciones de otros centros de estudios...
Bla, bla, bla, bla...
Todos aquellos sabios discursos de don Pompeyo poco a poco fueron perdiendo el interés general cuando se veía que nada progresaban y que aquellos que tanto habían prometido con sus visitas, alejados de la ciudad, se olvidaban de todo... Así el mártir don Pompeyo se fue quedando solo, perdido entre sus libros y sus apuntes, entre sus notas para publicar en la universidad o en ese libro en el que venía trabajando desde hacía años, tan difícil de publicar. Nunca había dineros ni subvenciones...
-Habrá que revisar la historia de la diócesis a la vista de esos hallazgos,- decía el señor obispo desde su cátedra.-Tengo dadas instrucciones al señor deán y al señor arcediano para que ayuden al señor Romano en sus estudios sobre la catedral y la diócesis...
¿Qué es lo que pasaba? ¿Por qué todos los proyectos iniciados con tanto entusiasmo se desinflaban como globos al poco tiempos? El mismo Fandila, poco después desaparecido, dejó de publicar capítulos sobre el marqués y sobre las catacumbas de nuestra casa... Lo que habían descubierto, era lo que ya otros, más antiguos, sabían... Todos conocían que el barrio estaba minado, que había caminos que recorrían el subsuelo, salidas hacia numerosos parajes, fruto de la historia y de las guerras, guaridas de personas y de animales indefensos. Este era el país de los fantasmas...No era nada nuevo...
Nada de esto nos libraba a nosotros, habitantes de la casa número seis, de la presencia constante de fantasmas, fueran romanos o franceses. No se consolaba mi madre indefensa sentada como un vigía en su balcón. Pocos se atrevían a llamar a nuestra puerta, un suceso como otros.
Ni tampoco le valían a mi madre las promesas del obispo diciendo que pronto todo se arreglaría. Mi madre asustada y alarmada, había perdido la esperanza de ver un día solucionado nuestro problema particular, superado por los más importantes del cráneo morboso y aquella mina oculta, galería o lo que fuera...Se olvidaba nuestra situación acuciante, la necesidad de desalojar de una vez por siempre nuestra casa de habitantes misteriosos en los que nadie creía. Nos tomaban por locos, gente obsesionada por la guerra y por las muchas cosas que habían ocurrido en aquella casona antigua, llena de leyendas como todas las casas de la calle, viejas como la nuestra. No se daban cuenta que lo nuestro era diferente, que esta casa era como una pesada cadena para nosotros, había sido la mansión de centenares de refugiados, gente indeseable que amargaban nuestra existencia. Ninguna palabra consolaba a mi madre. De nada sirvieron las visitas de mi padre a la alcaldía, ni las que hiciera al obispado. Todo se arreglaría, pero no se arreglaba. Y así permanecía ahora abierta aquella boca de lobo de la galería que muchos visitaron y pronto olvidaron, dejándonos con el temor permanente de aquella amenaza. Fue por eso que mi madre, aquella mañana, en cuanto sonó la campana de prima de la catedral, se vistiera y se fuera con su luto a ver al señor penitenciario, hombre probo, a quien pidió hisopara nuestra casa con agua bendita, llorándole que no era posible continuar en aquellas condiciones.
-En esa casa vivimos sobre los mismos infiernos,-le contó mi madre.-¡Debajo de nuestra casa habitan los demonios, allí están, en la entraña de la tierra, y esa mina que dicen que viene a la catedral, no es verdad, esa mina baja al fondo de la tierra donde viven apiñados los diablos...!
Y le contó como sus hijos habían dado voces desde la puerta y les habían contestado desde dentro voces como de fieras enjauladas, voces que repetían sus nombres...La misma criadita, envalentonada, les había arrojado desde la puerta una botella de zotal por si se envenenaban con el olor...Pero, nada. Nada de nada.
Vino a casa el señor penitenciario y él mismo, en persona, había aspergiado su agua bendita con la ayuda seria de un monago de roquete, había rezado, hizo sus exorcismos, y se fue con promesas de salvación. Al rato vino un grupo de seminaristas con linternas, se asomaron a la cueva y salieron enseguida corriendo diciendo que dentro olía a cañería y a zotal...
-¡A lo que huele es a infierno!,-es lo que dijo mi madre.-¿No veis que esta es la puerta del infierno?
Los seminaristas no se detuvieron a comprobarlo y huyeron de la casa. Algo de verdad, pensarían, tenía que haber en las palabras indignadas de mi madre que se había atrevido, en su impaciencia, a salir hasta el rellano de su escalera.
Era claro que mi madre paciente no aguantaría más aquella situación por nosotros en cierto modo aceptada. Se hartaba de llorar cuando nos oía contar nuestras experiencias con fantasmas, pensando con razón que estábamos perdiendo la razón.
-¡Y vuestro padre no se da cuenta!,-se quejaba.
Habíamos sido testigos de cómo el cuadro de don Pedro, el malvado, arrinconado en la casa, había sido quemado en el corral y como el sujeto se retorcía en el fuego como una víbora lanzándonos miradas de horror. Quedó en el suelo un puñado de ceniza verde, como el título del marqués, que pisoteamos y regamos con nuestras meadas.
-¡Este ya no gritará más! ¡Este malvado guardaba al otro malvado!
Sin embargo, esa noche le oímos rugir en el corral. Nos aterrorizó con sus malditas amenazas en portugués, diciendo que nos mataría a todos. Mi madre gastó esa noche todas sus mariposas y rosarios, diciendo que no nos habían servido de nada los exorcismos del señor penitenciario. Cuando amaneció, corrimos al corral a ver lo que había pasado y descubrimos fuera de la ceniza el arcabuz humeante, achicharrado, como si saliera de su mano...
Al saberlo, mi madre sabia dijo que no aguantaba más. Que un hijo suyo no dormiría una noche más en esta casa.
-Que se queden los fantasmas con su casa, nosotros nos marchamos. Nunca debimos venir aquí, fue un capricho tonto de vuestro padre. Nos vamos a dónde sea, al río si hace falta...
La decisión de mi madre era terminante. Mi padre demudado, inquieto, no supo que replicar. Las palabras de mi madre, apoyadas por nuestro silencio cómplice, eran definitivas. Muchas personas que la oyeron, decían que cómo habíamos podido aguantar tanto...Pero, ¿adónde íbamos? En la casa de la abuela no había lugar para nosotros, demasiada gente.
-Aquí, ni se os ocurra,-fue la respuesta a nuestra gestión.-Ya somos bastantes en esta casa.
Y era verdad lo que decía la abuela encorvada y autoritaria, su casa llena de solteras y viudas, una casa como la de Bernalda Alba, solo que distinto. Y lo que no ocupaban las mujeres, lo ocupaba los muebles apilados, roperos, camas y mesas de hacía siglos, lo que se amontonó por inservible después de la guerra. Material de deshecho. Perder todos esos enseres, las vitrinas y librerías del abuelo repletas de encuadernaciones antiguos, libros del Padre Mariana, manuales de derecho administrativo, fotos antiguas..., hubiera sido un crimen. Mi madre exclaustrada protestó, pero tuvo que conformarse y buscar asilo en otro lugar.
-Desde luego que en este barrio, ni pensarlo,-fue su decisión, tirando de ropero y empezando a llenar su baúl,- No quiero más casas en esta calle de los muertos. ¡Yo quiero vivir!
Cuando una mujer como mi madre, harta de aguantar, toma una decisión como la suya, no hay argumento que la convenza de lo contrario. Sabía que mi madre buscaba su regreso a su barrio de siempre, al barrio de San Miguel, con su iglesia y su campanario, aquellas tiendas antiguas, aquellas casas blanqueadas y con terrado desde el que se dominaba el mundo. Una casa limpia y decente. En San Miguel estaban dormidos en piedra sus recuerdos, misas y comuniones, bodas y bautizos...Aunque los recuerdos sean como las hojas de los árboles que pronto se secan y se las lleva el viento. Hubiera sido bonito una casa al pie de la torre, donde vivían los primos, esos primos que se colgaban de las ventanas de forja de su casa, el día de San Antón, para no ser cogidos por el ganado: caballos, toros y vacas, que pasaban el día del santo con alarde de cencerros. Envidia les teníamos. Pero no era fácil una casa tan estratégica, cerca de las huertas.
No nos fuimos al río. Esa noche del ultimatun la pasamos en una casa de la Plaza, sus dueños, amigos de don Juan, nos la dejaron por una noche, hasta mañana en que seguro encontraríamos acomodo.
-Es favor de un buen y dilecto amigo,-le dijo don Juan a mi padre. Él sabía mejor que nadie el sufrimiento de mi madre, admiradora de su teatro.
Después de los años que vivíamos en la casa número seis, la casa de dos puertas y dos balcones, la puerta principal y la puerta de la cochera del señor marqués, dormiríamos lejos del infierno. La criadita enana, secreter de tantos misterios ocultos, saltaba de alegría besando las manos de mi madre. Entre luces, cuando da su último toque la campana del Sagrario, cerramos con llave la casa y marchamos en silencio, calle abajo, en busca de la Plaza iluminada.¡Fuera fantasmas! Nos llevamos lo preciso a la espera de la mudanza segura de mañana. Mi padre nos hizo promesa. Mi padre juró a mi madre que todo se arreglaría, que mañana tendríamos nuestra nueva casa en alquiler.
Aquella fue para nosotros una noche en calma. Lejanas, como olvidadas, se oían ahora las campanadas del reloj de la catedral. El silencio era una palabra cuyo sentido desconocíamos.
- No se oye nada. Se oyen los pasos de la gente cuando pasa...
El silencio era algo inédito para nosotros, que no nos atrevíamos a levantar la voz. Mi madre dormitando en su butaca, rosario en mano. Al fin, la paz. Por el cristal del balcón, la luz dorada de las farolas. Los altos murallones de las casas de enfrente. ¿Dónde estábamos? Si alguien decía una voz poco alta, enseguida había un siiihh...que todo lo cortaba. Como siempre, sin darnos cuenta, echamos todos los cerrojos de la casa sin fantasmas, era una costumbre que nos costaría desterrar. Lo primero era estar seguros de aquella amenaza constante de gritos y sueños. Cuando decidimos acostarnos, todos más recogidos, los niños al Este, las niñas al Oeste, lo hicimos como lo harán los soldados que de noche, en la guerra, salen a patrullar, agazapados, alertas a las argucias de un enemigo invisible. Aunque nos dimos cuenta que la casa, por su pequeñez, de un lado parecía más segura, de otro parecía más vulnerable. De una simple patada se podía derribar una puerta. Parecía una casa de muros de cartón, una casa solo de tabiques. Hasta muy tarde, sin poder dormir, extrañando la casa, estuvimos oyendo esos pasos de la noche que no se agotaban hasta que salían de la frontera de la Plaza. Después, nada. Luego, conforme avanzó la noche, ya nada se oía, todo era nada, y a eso no estábamos acostumbrados nosotros. El silencio total, el que nos helaba el corazón esa noche sin saber qué significaba, nos mantuvo en vela, hasta lloramos, hasta oímos conversar a mi madre diciendo que tampoco podía soportar esta casa... No oír nada es como no vivir, estar desnudos, ignorar por donde puede venir el enemigo que siempre está. Es sentirte indefenso. Por eso los más pequeños, angustiados, se vinieron a la cama de los mayores, abrazados a nuestros brazos, aguantando la respiración, corazón con corazón, vida junto a vida...¡Dios mío! ¡Esto tampoco! Ese silencio se parecía a una palabra que no nos atrevíamos a decir. ¿Quién no teme a la muerte? Oímos el lloro de mi madre como un niño pequeño en el regazo de mi padre, un lloro que añoraba una casa lejana, la casa de su niñez, ese paraíso perdido al que deseaba volver. Ninguna otra casa, grande o pequeña, podría nunca llenar ese vacío de su alma. Por eso lloraba como una niña, por eso llamaba a su madre que vivía en otra casa y no la oía...Varias veces la vimos levantarse y mirar la Plaza por el balcón, una plaza deshabitada, piedra sola, la farola que de madrugada se apagó...También la criadita huérfana llamó a su abuela, decía en sueños que tenía miedo, lloriqueó y mi madre desde siempre como una madre, le susurró como a un bebé para que se durmiera...
-Ama, tengo sueño.
Todos lo teníamos. Aquel silencio como una niebla espesa nos impedía dormir. Temíamos no despertarnos. Pero al fin nuestros ojos como luceros alrededor de la luna se cerraron y nos quedamos dormidos, flotando como peces en el agua, como pájaros en el viento, como la rosa en el rosal...
No tuvimos fantasmas esa noche. Pero tuvimos con nosotros el silencio que es otra manera de estar. Y no nos gustó el silencio, tan callado.
Cuando salió el sol y la Plaza se llenó de luz y de vida, sonó la campana de la catedral, el reloj, se oyó el ruido de la calle, nos tiramos despiertos de la cama a ver por el balcón la Plaza. El primero en levantarse fue mi padre, le oímos hablar con mi madre, toser, decir los planes que tenía para ese día. Desayunó y se marchó, en algún lugar lo estaban esperando. Nos levantamos también nosotros extrañando la casita, sin dejar de gritar, rompiendo el silencio de la casa. Teníamos que prepararnos para regresar a la casa número seis, preparar nuestros muebles y baúles que un carro de mudanzas llevaría a esa nueva casa que esperábamos. Nos tocaba ahora, como hacía años, abrir la puerta de aquella casa ahora solitaria y comprobar como respondía a nuestra corta ausencia. Mi hermano mayor, revestido de paternidad, estrenando pantalón largo, le tocó ser el portador de aquella llave grande de hierro forjado que llevaba en la mano como un arma sin fuego. Cruzamos la Plaza soleada, la fachada del ayuntamiento, y nos dirigimos por la plaza de la Catedral al barrio latino, nuestra calle vieja de la Concepción, calle empedrada, una calle de otro siglo con casas mudas y centenarias. El corazón nos temblaba. Abrió mi hermano con su llave la puerta de la casa como si abriera la puerta de la tumba de Lázaro. Empujó la puerta y nos quedamos como estatuas en el portal tantas veces corrido, con su campana, con el cancel y la escalinata de mármol como casa que fuera de un marqués. El olor de la casa nos recobró la vida vivida allí. Reconocimos el olor de las paredes, la humedad del pozo y del sótano, aire difícil de digerir y respirar. Mi madre angustiada se tuvo que coger del cancel y decir que ella no podía seguir. ¿Qué es lo que pasaba?
-Ay, yo no puedo...
Nos pusimos de repente todos a llorar. Sin darnos cuenta, notamos que la casa cerrada estaba llena de nosotros, aquello que respirábamos, el aire, la humedad, las lágrimas, era nuestro, éramos nosotros, ¡la casa estaba habitada! Todo aquello que oíamos desde el patio, era nuestra presencia presente allí, eran nuestros pasos y nuestras palabras, esas mismas que habíamos echado de menos esta noche en la casita de la Plaza. Era la criadita la que canturreaba arriba con su escoba, la que llamaba a mi madre, la que reía y saltaba y nos invitaba a todos a subir...Y éramos nosotros los que hablábamos en el salón, escuchábamos nuestras voces, nosotros abajo expectantes, asombrados, y nuestras voces y risas, nuestros lloros, arriba...¿Dónde estábamos, realmente?
Se lo oí a mi madre rompiendo en llanto:
-¡Mis hijos! ¡Mis hijos!
No nos atrevimos a subir por no encontrarnos cara a cara con nuestros fantasmas, dueños de la casa, unidos para siempre con los que allí vivían. Fantasmas ahora como los demás...
Aquella casa nunca nos dejaría.








Capitulo 14



Cuando mi padre feliz, hombre transfigurado, nos anunció la marcha hacia la nueva casa, ya estaba en la puerta el carro de mudanzas tirado por dos caballos cansinos, no supo que decir cuando vio a mi madre metida en llanto y a nosotros azorados sin atrevernos a pasar del portal. Sería mi hermano mayor quién le pondría al corriente de lo que estaba pasando, de los nerviosos que estábamos por la noticia de que nos íbamos de la casa para siempre, al fin nuestra casa. A todos nos había atemorizado escuchar nuestros gritos y palabras del piso de arriba, ahora ocupado por nuestros propios ecos... De repente la casa rebelde se había puesto en nuestra contra, escucha y verás, le dijo mi hermano tembloroso a mi padre, todos los fantasmas están en pie...
Mi padre palideció.
-¡ Esos gritos son vuestros! ¡Sois vosotros! ¿Qué hacéis ahí?
La pregunta era obvia si no estuviéramos en la calle, todos delante, casi en fila, en el portal, mirándole con la boca abierta. Nosotros no estamos ahí, estamos aquí.¿O, dónde estábamos?
-No lo entiendo. No sé lo que pasa.
-Oye. Es mamá, eres tu, somos nosotros... Todos estamos dentro de la casa, se quedan dentro nuestras voces, nuestros llantos y nuestros sufrimientos. Nos ha pasado como a los demás...Ahora estamos en los dos lados.
Mi padre no supo qué decir.
-Es mejor que nos vayamos para siempre de esta casa,-terminó diciendo.-¡Huyamos!
Ahora era él quien más prisa tenía en irse. Se le veía aterrado.
Serian aquellos hombres rudos que miraban sin entender, los que se encargarían de bajar los baúles y los muebles y cargarlos en el carro. Nosotros nos fuimos caminando hasta nuevo hogar que, oh sorpresa para mi madre mártir, estaba como ella siempre había deseado al pie de la torre de San Miguel, una casa con luz y con macetas, cerca de nuestros primos, en su calle de siempre. Mi madre rejuvenecida, con su onda en la frente, se apoyaba por el camino en mis dos hermanos menores, nuestros hermanos de la posguerra, esos hijos de su promesa. Cuando bajando la cuesta empedrada sobre la vieja muralla derruida reconoció la torre desmochada de la iglesia sin campanas y vio su calle de siempre, solo que más herida, no pudo menos que echarse a llorar como lloraría Colón al descubrir su sueño en América, segura de que regresaba a su mundo perdido...
-¡Volvemos a casa!,-decía abrazada a sus menores.-¡Volvemos a casa!
Era ella la que volvía, porque mis hermanos menores era la primera vez que la pisaban.
Se refería mi madre a su barrio sin fantasmas, extramuros de una ciudad antigua. Más sol, más alegría, más gente. Colocamos entre todos nuestros muebles y nuestras cosas, abrimos el balcón a la vega con su río, sus árboles y sus montes de ceniza. Mi madre pensó que entraba en el paraíso. También contagiados, lo pensamos nosotros. Oímos lejos la pitada de un tren que bajaba veloz, un soplo de humo sobre los árboles, sobre la chimenea de la fábrica, bajo un cielo de cal y de sueño. No pudo mi madre melancólica retener las lágrimas...
-Ahora es cuando voy a empezar a vivir,-decía bañándose la cara de sol, sin quitar los ojos del paisaje quemado.-¡Pensar que todo esto existía y yo no lo sabía!
Naturalmente, con los días, nos olvidamos de la casa abandonada. Dejamos de interesarnos por los fantasmas y por los descubrimientos arqueológicos que allí existen. A los demás les pasó igual. El Gobierno, por sus representantes, dijo que no había dinero para emprender una excavación subterránea que poco podía añadir a lo ya sabido. Este país está lleno de cuevas y galerías, de miles de secretos ocultos. Una búsqueda de ese tenor es demasiado costosa, todos nuestros pueblos históricos querrán lo mismo, que registremos sus tumbas y covachas, ya veremos, hasta ahora nos las hemos arreglado sin ellas. A veces, esos tesoros están mejor guardados bajo tierra que en los mismos museos. No tenemos personal que los cuide, muchos se pierden. El obispo, que había pedido que se abriese una galería por la barbacana que llegase hasta la cripta, también vio rechazada su petición hasta mejores tiempos. Los niños podrían seguir viendo las momias asomándose por las ventanas del paseo como ha pasado siempre. Aquella presunta basílica cueva paleocristiana, de ser cierta, seguirá en su lugar con los restos de aquellos santos de nuestra primera época. ¿De qué nos iba a servir aumentar nuestra colección ósea de mártires si nosotros no hacemos propósito de imitarles?
También nuestro periódico, pasado el tiempo, desprovisto de novedades, un nuevo semanario insolvente, que pronto dio en bancarrota como el otro. ¿Qué sería de Fandila?. Desapareció de la ciudad y algunos lo vieron valle abajo como un fantasma. Le preguntaron que adónde iba y les contestó que a América.
-¡Me voy a América!.
Allí debió marcharse. De nada había servido conocer al propietario de aquel cráneo perforado, ya muerto. ¡Existen tantos cráneos vacíos en este mundo por uno u otro motivo! Don Juan, hombre poeta y dramático, escribió una obrita para representar, sobre doña Rosita, la bailarina del Folies Bergere, y su triste sino. Se escribieron muchos romances, para cantar en ferias, del marqués y de la bailarina. Don Arcadio, jubilado, prosperó en la agricultura y hasta se compró un todo terreno para visitar su finca...No quiso saber más de sumarios...
Aquella casa número seis de nuestras desdichas, sin inquilinos ni habitantes, fue cerrada para siempre. Vecinos de la casa, contaron que se seguía oyendo gritar a los fantasmas, que se les vio envejecer y que algunos con el tiempo debieron morir, porque dejaron de oírse...
La casa sigue cerrada desde entonces, aunque algunos juren que han visto al marqués y a la marquesa salir de noche en su auto camino de su huerta....
¡Ah, tiempos!
Una tarde, a medio sol, nos sorprendió mi madre con una noticia:
-¿No sabéis? Ha venido esta tarde doña Rosita, la marquesa, y me ha regalado un florero. Ese, lo ha hecho ella misma.
Nos quedamos estupefactos.
-¿Doña Rosita?
-Bueno, su fantasma...Estuvo cariñosa y luego se marchó acompañada de mi menina...
-Pero, mamá...
-La marquesa vendrá todas las tardes a hacerme compañía. Es gentil y cariñosa. Dice que Hermes, el músico, sigue allí, no ha querido abandonar a su hija, la que murió de hambre y recitaba francés...Que Hermes está triste y yo le he dicho que la tristeza es flor del infierno... Que es mejor que aprenda a sonreír...Los tristes no verán a Dios...Y ella se ha echado a llorar...Me ha dicho que las lágrimas curan el mal de amores...
-Y la melancolía...
-Eso...


FINAL DE LA NOVELA POR ENTREGAS.-

domingo, 1 de febrero de 2009

LA CASA NÚMERO SEIS (Capítulos 11 y 12)













NOVELA POR ENTREGAS





AUTOR: JOSÉ ASENJO SEDANO

Capítulo 11



Esa noche nos quedamos solos en nuestra casa más que famosa. Y ya no eran solo los habitantes de la noche, eran también las visitas imprevistas del día, gente deseosa de ver, preguntar y saber. Si los fantasmas tenían rabo, si se parecían a nosotros o sólo era personajes de humo con ojos de fuego. Lo que más querían conocer, no sin temor, era si nuestro sótano conducía directamente a la cripta mortuoria de la catedral y si era posible que aquellos difuntos transitaran por allí y si habíamos oído en nuestras noches cantos funerarios, cosa que les estremecía y les llenaba de terror. Naturalmente, nuestros fantasmas, como ha quedado dicho más arriba, no eran eclesiásticos, eran gente moliente y corriente de la guerra pasada, refugiados de Málaga y de otras latitudes a los que el final de la lucha les había sorprendido allí. Gente que no sabía donde ir. Gente atrapada en su sueño, muertos de hambre. Eso lo explicaba todo. ¿Qué podíamos hacer? Era el pozo y era la mina misteriosa, la galería que recorría nuestro bajo mundo, un mundo que no nos pertenecía, lo que más interesaba y asustaba. Sobre todo, desde que el periódico local (semanario) publicó un reportaje más o menos exacto sobre el hipotético descubrimiento arqueológico que, parecer, se sabría después, era entrada y salida de nuestros fantasmas bélicos republicanos. El reportaje de Fandila se publicó a doble página con todas sus dificultades, fotos de las cuevas y del sótano, por supuesto de la casa, lo que le valió al director una llamada urgente desde Madrid del director general de prensa, nuestro paisano Aparicio, orgulloso de aquella novedad, concediendo a Fandila el premio de prensa correspondiente a ese mes y el título de periodista. Naturalmente, Fandila no cabía de gozo, esto aumentó su prestigio, aunque en el casino no terminaran de tomárselo en serio. Tampoco la emisora local dejó de emitir algunas puyas, sobre todo por parte de sus colaboradores más humorísticos, como eran Eduardo Beas y el corresponsal de deportes.... El caso es que don Juan Aparicio prometió, en próxima visita a su pueblo, visitar el dichoso descubrimiento, cosa que efectuó de incógnito acompañado de sus inseparables primos, don Carlos y don José María, el primero alcalde y el segundo ínclito poeta. De su juicio no tenemos información, aunque a poco, y no por culpa del impresor, alma en pena, el periódico despareció y nunca más se supo de Fandila... hasta años pasados, como se verá.
-Dios mío, ¿en qué casa vivimos?,-se quejaba mi madre.-Lo dice el juez es verdad: esta casa pertenece a otro mundo...No sé que pintamos nosotros en una casa como esta que hasta sale en los periódicos y no dejan de hablar en la radio... La gente nos mira como a bichos raros... ¿Seremos también nosotros fantasmas y no nos hemos enterado?
Mis hermanas, cuando oían a mi madre hacer estos comentarios se echaban a llorar y decían que querían irse para siempre de la triste casa...
-¡Mamá, vámonos a san Miguel!

Esa noche, la noche después de tantas cosas, fue una noche terrible. Temiendo lo que pudiera suceder, cerramos herméticamente nuestras puertas, se echaron dobles cerrojos y esperamos convencidos de que habría tormenta. Y la hubo. A las doce campanadas del reloj, oímos un viento espantoso, un romper de puertas y cristales, un crujir de lámparas y griterío infernal. ¿Qué pasaba? Pasaba que habíamos abierto las puertas del infierno y todos los demonios irrumpían con rabia dispuestos a destruir nuestra casa angelical. ¿Era el fin de nuestro mundo? ¡Qué noche tan oscura! La luz de la calle se había ido y andábamos en tinieblas rodeados del griterío infernal. Aterrados, temiendo que los demonios derribaran nuestras puertas, nos reunimos en nuestro salón dormitorio dispuestos para nuestro final. No podíamos llamar a nadie. Mi madre rezaba con lágrimas y era ella nuestra única y segura defensa.
-¡Dios mío!¿Qué pasa?,-chillaba mi madre.-¿Qué gritos son esos gritos?
La que más chillaba era la criadita menina jurando que se iría para siempre siempre de la casa...¡Virgen santa, salva a tu pueblo peregrino!,decía.¡Sálvanos del maligno!
Los que tanto gritaban esa noche de los cristales rotos, eran los refugiados. Durante siglos, la casa se había llenado de refugiados de todas las guerras: romanos, judíos, moros, cristianos, ateos...Refugiados rojos y fascistas. Huyendo de la muerte toda esa gente fugitiva se había acogido a nuestros sótano y a la galería cuyo fin desconocíamos. Ahora, presintiendo su exterminio, se apresuraban a escapar de un final inevitable...Muchos refugiados abandonaban apresurados la casa y se iban por el mundo con sus hijos y andrajos, con sus piojos y miserias, cautivos y desarmados como aquellos moriscos que tuvieron que salir de sus casas y embarcarse para el África...
-¡Son los refugiados!,-grité mirando por la cerradura.-¡Se van!¡Se lo llevan todo!
Lo peor no eran los gritos, era la peste que arrastraban, el hedor que llenó de podrido nuestra casa a punto de la asfixia. ¡Y no se podían abrir las puertas ni las ventanas para no ser arrasados! Así, hasta el amanecer.
Cuando se hizo la luz y se descorrieron los cerrojos, lo que vimos nos llenó de espanto. El enemigo había aniquilado todo lo que había encontrado a su paso. Toda la casa, escaleras y patio, estaba llena de sus despojos. Había armas de fuego, pantalones militares, cartucheras, cascos de acero, correajes podridos, banderas que ponían “Quinto Regimiento”, galones, solapas, gorros, mochilas, cartas, retratos...Cuando el jefe de los municipales vino aquella mañana a nuestra casa y comprobó el estropicio, se echó a llorar como un recluta.
-¡Dios mío!,-exclamó quitándose la gorra.-¿Qué ha pasado aquí?¿Esto que es?
La respuesta se la dio la criadita escoba en mano.
-En cuanto la justicia ha abierto la puerta oscura, el viento ha traído toda esa mierda. Ahora le toca a una servidora quitarla.
Don Juan se quedó admirado de la sabiduría de la simple.
-¡Es verdad que la casa estaba llena de refugiados!¡Se han ido los topos!
Y siguió:
-Es posible que sea eso,-dijo.-No hemos debido tocar esa puerta. Nunca pensamos que fueran tantos. Es verdad que esta ciudad vieja está llena de fantasmas...
-¿Usted cree?
-Todo lo que ha salido esta madrugada es la basura almacenada durante años. Toda esa gente vivía aquí. Eran basura abandonada. La corriente los ha echado fuera. Es como cuando se rompe un dique y el agua se desborda...
-¿Y todo eso llegaba hasta la catedral?
-Habrá que averiguarlo. Pero yo creo que esa mugre ha bajado de las cuevas...Creíamos que las cuevas estaban arriba. No, las cuevas más antiguas son las de aquí abajo...Todos aquellos moriscos que se pensaba que estaban en África, los muy ladinos se quedaron aquí escondidos. Aquí han crecido y aquí seguían...Moros y judíos...
Mi padre oía incrédulo al jefe de orden público. No entendía una palabra. ¿Cómo podía ser aquello de los moriscos tantos años? Empezaba a dudar de la credibilidad mental del actor jefe del orden público.
-Algunos de mis hijos, por no decir todos, han visto a esos fantasmas. No eran moriscos, se lo aseguro,-le dijo convencido mi padre.- Los fantasmas que esta noche han salido de aquí eran soldados republicanos, tropa hambrienta y sin afeitar. Había mujeres y niños ciegos por la insalubridad y noche de estas catacumbas. Yo no creo que en esta casa haya habido nunca moriscos...
Molesto, don Juan advirtió:
-Cuando venga la guardia civil sus hijos tendrán que declarar...Como comprenderá usted, esta deriva política del asunto, se sale de mi incumbencia. Un jefe de municipales no tiene competencias históricas,-aclaró reconviniendo.-Lo que he querido decir, amigo mío, es que ahora sus hijos tendrán que ir al cuartel y declarar lo que han visto. Son testigos principales...
-Ver, ver...,-tartamudeó mi padre,- no han visto nada: nadie ha visto nunca un fantasma. Lo que esta noche se ha oído en esta casa, lo han oído también otros vecinos...
Don Juan molesto no dio su brazo a torcer. Su deber era poner los hechos en conocimiento de la autoridad militar, esta es una ciudad ocupada, un pueblo en estado permanente de sospecha. Si han visto republicanos, es que hay republicanos...
Mi padre y todos nosotros tuvimos que ir al cuartel de la guardia civil, sito en una casa antigua como la nuestra con grandes escudos nobles en la fachada. La mañana era soleada, se veían pájaros en los tejados. Después de corta espera, el capitán nos hizo pasar a su despacho donde, antes de declarar, nos arengó sobre el delito que suponía ocultar enemigos en nuestra casa, gente republicana, rojos, según denuncias...
Mi padre negó categórico la denuncia.
-Lo que ocurre en nuestra casa es notorio en la ciudad: tenemos fantasmas. No sabemos cuantos, pero los tenemos y estamos asustados. Ya sabe como se sacó del pozo una calavera y como se ha encontrado ahora una galería, un túnel secreto que no sabemos donde va a parar...Nosotros no tenemos nada que ver en todo eso, todo el mundo sabe como yo soy adicto al movimiento...
-¿No serán presos escapados?,-terció el capitán.
Mi padre no lo sabía. Siguió contándole la pesadumbre que soportábamos desde hacía tiempo. La casa ha sido casa de refugiados, eso lo sabe todo el mundo, gente que vino huyendo de Málaga a raíz de la toma de la ciudad por las tropas victoriosas. Toda la casa se vio invadida por esa gente que no dejaban de pelearse entre ellos, discutir y mal vivir.
-Esa gente vivía de la indigencia y del socorro rojo. Entre ellos venía gente artista, músicos de flauta, guitarristas, cantaores y prostitutas de mal vivir...Esa gente tomó a saco la casa...Cuando nosotros vinimos a ocuparla en contra de mi mujer, ya esa gente se había marchado. Era una casa rota e infestada, llena de insectos y de malas ideas. Había carteles en las paredes con retratos de Lenín y de Largo Caballero que tuvimos que quitar con nuestras manos...Todos estamos enfermos por culpa de esa casa...
El capitán de los bigotes no parecía creer la historia increíble de nuestro padre lloroso, que juraba que nosotros nada teníamos que ver con esa gente...
-Yo le aseguro a usted, que ni mis hijos ni yo hemos hecho nada malo, no encubrimos a nadie, sino que padecemos la maldita condición de esa casa y estoy empezando a creer a mi mujer tiene razón, que lo mejor es salir cuanto antes de ella, irnos a vivir a otra casa con menos pretensiones...
-¿Pretensiones?,-inquirió el capitán.
-Si, porque esa casa fue cuartel de franceses cuando la guerra de la independencia. Allí vivía el gobernador militar. En nuestra casa, en la sala principal donde duermen mis hijos, el general firmaba sus sentencias de muerte. Mucha gente salió de esa casa para ser ahorcada...¿Comprende ahora?
-¿Todo eso es lo que usted sabe? ¿No tienen nada más que declarar?
-Bueno, en esa casa, durante unos años, vivió un marqués, el señor marqués de la Vega Verde, casado con una bailarina del cancán...
-¡Ah! ¿Usted se refiere al marqués que organizó aquella juerga de los globos?¡Demonio de marqués!,-celebró el capitán de los bigotes.
-El mismo, el mismo...
-Pero ese hombre murió en accidente aéreo...
-Es lo que dijeron los periódicos...
-¿Y no fue verdad?
Mi padre se dio cuenta de que se estaba metiendo en un terreno resbaladizo, él no sabía nada de ese accidente, solo se acordaba de cuando el señor marqués venía a la ciudad a bordo de un automóvil lujosísimo conducido por un chofer de gorra y guantes que le abría la puerta niquelada al bajar...
-Yo no se nada, solo me acuerdo de verlo con la señora marquesa, que era muy bella y salía en los magazines. Todo ese asunto del cráneo del pozo lo lleva el señor juez de instrucción, como sabe usted...
-Ya, ya...,-concluyó el capitán receloso.-Una pareja de la guardia civil se personará en su casa para hacer una inspección. Pueden marcharse, pero sepan que quedan a disposición de mi autoridad por si fuera preciso alguna verificación más. Buenos días.
Salimos como pájaros de una jaula, cariacontecidos, preocupados por el sesgo de los acontecimientos. Ese don Juan dolorido en su orgullo nos estaba echando los perros, no cabía duda.
Mi hermano mayor nos vino contando por el camino que esa noche abrió la puerta de nuestro salón la sombra de un hombre difuso vestido de militar con galones de barras en la bocamanga y con voz de sueño le habló del señor marqués...
A mi padre empezaban a asustarle aquellas confidencias nocturnas de sus hijos. Todos teníamos experiencias de fantasmas, los habíamos visto y hablado con ellos. Es verdad que algunos eran mudos, se limitaban a mirar, pasaban delante de nosotros como en una película, pero otros más vehementes se cogían a nuestra camisa y nos obligaban a oír sus penas y trabajos. No todos los fantasmas eran malos, más bien era gente desgraciada, gente si fortuna que no sabía dónde ir y por eso permanecían anclados en los bajos de nuestra casa...
Lo que ese oficial republicano le contó al oído a mi hermano mayor, es que el muerto que todos buscaban estaban tapado detrás del cuadro del negrero portugués, un individuo siniestro que se alistó a las Brigadas internacionales y alardeaba de matar negros indefensos. Ese sujeto no era marqués, era carnicero luso, asesino con otros del famoso rey don Carlos y de su sobrino, que luego se hizo pirata...
Pero mi padre no quería oír hablar más de esas historias que tanto nos estaban haciendo padecer. No quiso creer lo del cuadro.














Capítulo 12




Pasados los días eufóricos, una mañana, a pesar del calor, se presentó don Arcadio en nuestra casa acompañado de oficiales y albañiles dispuesto a concluir sus pesquisas judiciales.
-Señores, tenemos que felicitarnos por los descubrimientos históricos que hemos tenido la suerte de encontrar en esta casa,- dijo el señor juez como introito de su discurso.-Si no hubiera sido por el acierto de nuestras piquetas, habrían pasados años o siglos si que nadie conociera lo que este suelo encierra...Nosotros estamos aquí por otro motivo y no conviene olvidarlo. Estamos aquí para esclarecer la comisión de un crimen. El asunto de la galería se sale de mi competencia, corresponde a otra autoridad, nosotros vamos a lo nuestro. Es necesario que encontremos ese cuerpo y dejemos en paz a esta familia (se refería a nosotros) harta de tantas visitas. ¡Pobre mujer! (se refería a mi madre, permanentemente en su balcón). Lo nuestro es otra cosa.¡Somos la Justicia!
Se pusieron entusiastas los albañiles a trabajar esperando encontrar un tesoro empalado y dieron con el blanco del muerto.. Esta vez don Arcadio perspicaz lo tuvo claro. Su corazonada no le había engañado.
-Veamos lo que hay detrás del famoso cuadro de don Pedro. Nadie lo ha tocado nunca. ¿No les parece raro?
Se hizo como su señoría ordenó. Los oficiales solemnes descolgaron el cuadro 2m x 2m de la pared, dejando ver una puerta misteriosa sellada. ¿Qué es esto? ¿Qué esconde? ¿No será otra galería?...
Lo supo siempre la criadita, nuestra menina, riéndose a gritos.
-¡Ahí está el señor marqués!,-dijo antes de que nadie lo dijera.
El juez la miró con un sobresalto.
-¿Y tú como lo sabes?
-Porque me lo contó mi abuela, que vivió en esta casa y era la sirvienta de la señora marquesa.
-¿Y donde está tu abuela?
-Mi abuelita ya se murió, en paz descanse. Ahora es fantasma y me sale todas las noches. Todas las noches sale del sótano y sube a mi cuarto y me dice dónde está el señor marqués. Está ahí. Derriben el cuadro y lo verán...
Los niños y los locos dicen siempre la verdad.
Rompieron a golpes la puerta y, allí, detrás de la nube de polvo fétido, estaba, efectivamente, el señor marqués de la Vega Verde. Bueno, su cadáver revestido de calatravo. Abrieron la boca negra de lobo que apestaba a muerto. Olor a marqués decapitado. Olor a muerto reseco. No se veía nada, pero, con lámparas, se descubrió al fondo una cama niquelada antigua con escudo y, acostado, arropado y sin cabeza, estaba el esqueleto del marqués de la Vega Verde revestido de uniforme de caballero portugués, una cruz de calatrava y un collar de oro con escudo. Al pie, escrito, ponía su nombre y su título, alguien lo había escrito. Tenía las manos enguantadas, ensortijadas, los dedos afilados como dedos de tenedor devorados por gusanos... Ante la visión grotesca, todos se echaron atrás temiendo que el muerto se pusiera en pie. Nadie se atrevía a mirar el cadáver uniformado, asesinado, porque la cabeza sacada del pozo encajaba perfectamente en aquel rompe cabezas. Pudo comprobarse.
-No cabe duda de que la cabeza es suya. Este difunto es el marqués de la Vega Verde. Se acabó el secreto mortuorio. La Justicia ha cumplido.
Más siniestro y temible se volvió el cadáver cuando reconocieron en aquellos ojos sin ojos la mirada atroz del marqués cuando vivía y le gustaba ver caer sobre sus trigales los globos aerostatos que venían de París. Eran los mismos ojos codiciosos y lascivos.
-Pero, ¿quién lo asesinó?
Era la pregunta clave. Ya teníamos el muerto pero, ¿quién era el asesino? Se registró a fondo aquella sala escondida con mosaico. Parecía una cámara oculta, faraónica. Había roperos con trajes de hombre y de mujer, baúles atiborrados de camisas y faldriqueras, magazines y periódicos franceses, sombreros de copa, guantes, abanicos, zapatos, capas de terciopelo, abrigos de piel, retratos, muchos retratos del marqués niño, del marqués adolescente, del marqués en automóvil, del marqués en la ópera, del marqués en el Folies Bergere...Un rico equipaje que se supone cayó también al mar con el difunto y que las mareas habían arrojado a nuestra playa. Encontraron también una espada manchada de sangre, con la que seguramente fue segada la cabeza del marqués, arrojada a los profundos marinos del pozo encantado. De allí había salido para denunciar su muerte...
Nadie pudo contestar a la pregunta clave. ¿Y el asesino? Solo la criadita de ojos pícaros lo sabía.
-Mi abuela me ha dicho muchas veces quien mató al marqués...
Don Arcadio legal, hombre experimentado en pleitos y sumarios, no salía de su asombro, entre libros y legajos había olvidado lo de la sabiduría popular. Se lo había dicho su abuela fantasma una noche de vientos y tormentas, de relámpagos azules sobre la ciudad. La abuela le contó con lágrimas como el señor marqués engañaba a doña Rosita con una segunda bailarina del Folies Bergere, una tal Camila, de Marsella. Don Arcadio escuchaba escéptico la confesión de la criadita, una niña analfabeta, lista que muchas veces se hacía pasar por tonta.. Una abuela fantasma, ¡qué ironía! Contó la Josefa que aquel oficial con galones de barras, el comandante Ortiz, que se le apareció una noche a mi hermano, fue el que asesinó al marqués en el salón de estrellas y rombos, nuestro cuarto de dormir. Allí fue la discusión. El marqués pretendía sacarle a doña Rosita las alhajas que le regalara en tiempos de lujo, y doña Rosita se negaba. En ese momento apareció en escena el comandante rojo, hermanastro de la bailarina, sacó su pistola y le pegó un tiro en la frente al marqués. Horrorizada la marquesa, ordenó que quitarán aquella máscara espantosa de su vista, el rostro desfigurado del marqués disoluto, que el mismo comandante borró de su vista cortándole la cabeza ensangrentada y arrojándola al pozo, al fondo del Canal de la Mancha, como dijo, donde se perdió.
Don Arcadio escuchaba estupefacto.
-Y eso, ¿cuándo pasó?
-Eso pasó antes de que los rojos tomaran el cuartel de la guardia civil. Antes de los tiros. El marqués había venido esos días de Francia con su querida, que quiso meter en la casa. Discutieron con amenazas. La querida huyó esa noche temiendo por su vida y nunca se supo de ella. Mi abuela ayudó a vestir al marqués de caballero y a bajarlo al cuarto de abajo, donde se metían los baúles. Luego se colgó el cuadro del pirata delante de la puerta, un pariente suyo, quien lo ha guardado todo este tiempo. Los fantasmas sabían que el cuerpo del marqués estaba ahí.
-¿Y el perro? ¿Por qué mataron al perro?
-Mató el comandante el perro porque el animal intentó defender al marqués. Se le vino encima y lo mató. Mi abuela nunca se separó de la señora a la que quería como una madre. Doña Rosita era una santa, había sido bailarina y todo eso, pero ahora era una santa...Fue una viuda fiel del señor marqués...
Cuando el juez sabio escuchó de la criadita estas confesiones, dio por terminado el asunto. De esta triste historia nadie sobrevivía. Se autentificaron las declaraciones fantasmales, se dio por cerrado el sumario y todo quedó como estaba, que el señor marqués de la Vega había muerto en un accidente aéreo sobre el Canal de la Mancha.
-El comandante Ortiz, un anarquista, fue fusilado por los nacionales,- declararía el señor juez.-Se confirma la historia. Un tribunal de guerra lo condenó a pena de muerte. Se declaró autor de la muerte del marqués de la Vega Verde. He podido dar con su expediente militar...
Fue fusilado, con otros anarquistas en la Plaza, en la zona de solares y ruinas. Mucha gente, como en otro siglo, asistió a la ejecución del asesino que no quiso dar la espalda a las armas. Era ya el año 1940. Desde la cama, desde la misma habitación principal en que muriera a sus manos el marqués disoluto, nuestro salón de dormir, escuchamos aquella mañana los disparos de la fusilería y luego, salido el sol, veríamos desde nuestro balcón solitario pasar los féretros de madera sin pulir que transportaban sus cuerpos al cementerio. Los del comandante Ortiz y sus compañeros.
-Este asunto está finiquitado. No hay más que decir...,-aseguró formalmente don Arcadio, diciendo que con esta historia había llegado al final de su carrera judicial y que ese mismo año se jubilaba para dedicarse a la agricultura.
-¿Y la marquesa? ¿Qué fue de ella?
-La marquesa murió poco después en brazos de su criada fiel y su tumba está en el cementerio. “Doña Rosita, 1935”,-dijo don Juan, y lo contó además en su opúsculo anual. Como lo contaría con detalle nuestro periódico semanal con una foto de madame Rosita en sus años espléndidos, una belleza, bailando en el Folies Bergere.
Don Juan, con el pelo cano, siempre dramático, recordaría a la señora marquesa, a la francesa, como también muchos la llamaban, vestida de riguroso verde, con pedrería, joyas de perlas hasta el cuello.
-Era una mujer bellísima que había conocido reyes y duques y se paseó por toda Europa en los mejores automóviles de la época...¡Hasta duelos hubo por ella! Al final de la vida, renegó de todo aquello y se vino a morir a su pueblo, sin sospechar la tragedia que le esperaba.
-¿Y no se hizo fantasma?
El jefe del orden sonrió.
-Qué curioso, fue la única que no se convirtió en fantasma, ni ella ni el señor marqués descuartizado. Hay vidas que parecen novelas...Yo me pregunto si estaré viviendo mi vida o seré un personaje dramático. Creo que el drama supera a la vida...
Eran comentarios de un actor melancólico que vivía su drama personal. A cada instante tenía que imaginarse que la vida es sueño y que el sueño es un teatro donde la vida se representa sola...Todos somos actores de nuestro papel...¡Somos puro teatro!
Mi padre admirador de don Juan lo miró conmovido. Difícil papel el suyo...






Novela por entregas

Autor: José Asenjo Sedano, 2008

viernes, 30 de enero de 2009

LA CASA NÚMERO SEIS (Capítulos 9 y 10)










NOVELA POR ENTREGAS




AUTOR: JOSÉ ASENJO SEDANO












Capítulo 9




Indudablemente, la visita de Mr. Ike fue un éxito. Después de años de marginación y desprecio, se nos inculpaba de aquel pecado de la guerra mundial y, poco a poco, los tiempos comenzaron a ser otros mientras nosotros seguíamos siendo los mismos y comenzaron a llegar a Madrid de regreso embajadores sonrientes imitando a los americanos, más francos y más campechanos...El sol volvía a salir por oriente y los comercios comenzaron a llenarse de alimentos soñados, nunca olvidados. Si los niños pedían pan, ahora se les podía dar hasta con mantequilla americana. Y leche en polvo. ¡Qué fácil resultaba ahora todo! ¿Por qué no habríamos empezado por aquí y tantas cosas nos habríamos ahorrado? El artista laureado, nuestro don Aureliano, seguro que pensaría que todo ese cambio se debía al envío de su cuadro al señor presidente de USA, hombre agradecido. Al fin se reconocía el valor de aquella obra artística, España tierra de Velázquez. Todo lo bello triunfa siempre.
-¿A que la vida parece ahora más agradable?
Y era verdad: no hay nada como hablar y entenderse.
-Y si además se le manda al presidente un regalito...
La verdad era que si. Se fue notando el cambio, más trabajo, más dinero, más pan. Luego vendría lo demás. La gente ociosa empezó a encontrar trabajo, emigraba, se convertían en nuevos refugiados en pueblos extraños. Trenes largos de largas crenchas de humo corrían por los caminos de hierro llenos de gente fantasmal... Todos desaparecían...Los pueblos se fueron quedando vacíos, porque la prosperidad venía de las grandes poblaciones, de las fábricas, del humo... ¡Siempre fantasmas!
Un día vino a nuestra casa el periodista local que había fundado su periódico. Fandila Sánchez. Alto, risueño, simpático. Era inventor de ideas. Se inventó un equipo de fútbol, el Club 26, el mejor equipo del mundo. “Si quieres que el club no vaya al hoyo, mete en la rifa del pollo” Eran sus eslóganes de mucho éxito. También organizaba combates de boxeo con el mismo eslogan. Montó también una academia de enseñanza. Pero lo más importante fue el periódico semanal, con taller propio, una impresora manual del año catapún, que funcionaba. Las páginas del periódico estaban abiertas para todo el mundo, todos podían expresar aquí sus ideas sin ningún tipo de censura. La polémica se refería sobre todo a la vida local y social. Había columnistas que eran el terror del alcalde o del presidente del casino, que veían amenazada su credibilidad. ¿De qué otra cosa podía vivir el periódico? El periódico se componía en unos bajos de la calle Ancha y lo hacía laboriosamente, tipo a tipo, un viejo impresor, hombre de precaria salud, siempre triste.
-Pero señor director,-se quejaba mientras componía,-que llevo tres meses sin ver un duro...
-No se apure: ya verá como todo se arregla...
El director propietario hacía inventario de sus deudas, ¿es que mes ve a mi derrochar una peseta? Antonio, que llevo dos días a tostada y café.... Su respuesta era siempre su talante, su gran sonrisa esperanzada. Todo se arreglará...
-Si, pero no aguanto más...Vivo de prestado...
Nadie sabía de qué vivía el heroico impresor, nariz delgada y canoso. Quizá fuera un fantasma y por eso podía vivir sin comer...
-Esto va a cambiar pronto, ya verá usted,-seguía el dilecto director con sus felices promesas. A todos nos gustaba ese culto a la impresora, el olor del papel y de la tinta, ver salir compuesta la primera página milagrosa del semanario. Estaba claro que también el director de tantas cosas era un fantasma, un alma en vilo. Se le ocurrió resucitar la historia dormida del cráneo sacado de nuestro pozo. Tenía que haber más, estaba seguro de ello...Fandila pretendía ahora vivir de los muertos...Se sacarían varias páginas por entregas, como aquellas que en vida escribiera nuestro ínclito don Torcuato Tárrago y Mateos, que reinventó la historia patria a fuerza de novelones. Sería un largo serial de intriga y pasión...Se llegó incluso a anunciarlo en un recuadro del periódico: “Próximamente, este semanario publicará la historia completa del cráneo misterioso, etc.etc. Suscríbanse a nuestra novela por entregas...” Pero enseguida recibió un toque del señor juez, vía jefe orden público, ordenándole se abstuviera de entrometerse en el sumario del dichoso cráneo perforado...
-Ese asunto está sub judice...
Don Arcadio, hombre estudioso y super serio, no admitía intervenciones extrañas y menos de la gaceta local...
-Dígale a ese señor, que ni tocar mi cráneo judicial...
-No se puede decir nada en el periódico,-sentenció don Juan, hombre también periodístico, colaborador del seminario, portavoz de la autoridad judicial, cuando fue a visitar a don Fandila con la misiva judicial.-Y conoce a don Arcadio...
-Absténgase,-le aconsejó.- En su momento el señor juez levantará el secreto del sumario y entonces podrá escribir lo que quiera. Hay que darle tiempo al tiempo...
No obstante, a la espera de ese momento, el director del periódico se coló un día en nuestra casa, echó el cubo al pozo y comprobó que nada salía. Aquellas aguas ahora estaban limpias. Le mostramos el sótano, oscuro y frío, donde se adivinaban apetecibles historias de fantasmas...
-¿De aquí es de donde salen los fantasmas?,-preguntó irónico.
-Eso creemos...
-¿Y siguen saliendo?
-Ahora salen menos, pero siguen saliendo...
El periodista incrédulo no hacía caso de esas patrañas, pero eran interesantes para el periódico. El sabía muy bien quienes eran los fantasma del pueblo. El mismo los había esperado a la salida del almorejo...Por eso no dejaba de garrapatear en su cuaderno...
No es que salieran menos, es que ahora les hacíamos menos caso. La gente descreída comenzaba a creer cada vez menos en los fantasmas. Mis mismos hermanos mayores dejaban ahora descorridos los cerrojos esperando que algún fantasma se hiciera visible. Una noche vimos como varios franqueaban la puerta de nuestro dormitorio y se quedaban en medio del salón viéndonos dormir. Luego los vimos salir cuidando de no hacer ningún ruido...
-¿Lo has visto?
-¿Y tu?
-Era una mujer de luto con sus siete hijos pequeños. Son los mismos que vimos en la carbonera y les dimos un abrigo...
-¿Los del brasero?
-Ahora parecen más pobres. No dan miedo.
-No he querido decirles nada por no asustarlos...
Hasta ese extremo habían cambiado las cosas. Los fantasmas sentían miedo de los vivos, de nosotros. Andaban con cuidado por la casa, descalzos casi siempre, como si supieran que la casa ya no les pertenecía.
-¿Y por qué no habrán emigrado como otros?
Era un misterio. Se les veía apegados a la casa, eran de la casa como pinturas, ladrillos o puertas. ¿Adónde ir? Se trataba de fantasmas indefensos, mujeres y niños, cuando no ancianos decrépitos que tosían cascados en la noche. Debían saber que existen ciudades grandes y lejanas, con ríos y parques frondosos. Ciudades pobladas de millones de seres, hombres y mujeres. Nunca podrían acostumbrarse a vivir en una ciudad así. Les había tocado la parte más difícil de la vida, ser fantasmas de ciudad en casas antiguas, soterradas, donde había vivido muchos pueblos pasados. Era mejor quedarse aquí, tener al menos la noche, la madrugada, poder consolarse mirando los ojos de los vivos cuando duermen, ver como sonríen o como lloran...
Un día me dije: Quiero hablar con un fantasma, quiero que me cuente su vida. Quién es. Por qué no se ha marchado de esta casa triste. Mi madre nunca ha amado esta casa, ¿por qué sigues aferrado a ella? Y una noche esperé y vi como se abría la puerta del salón, cayó el pestillo y supe que era el fantasma que acudía a mi llamada. Se sentó en mi cama, no noté el peso de su cuerpo inexistente, el olor a sótano de su presencia. Quise verle la cara y no pude. No dijo nada esa noche. Luego vi como se retiraba. Al alejarse fue cuando me di cuenta de lo alto que era. La noche siguiente, más tranquilo, me contó que había sido guardia de asalto, todavía llevaba el uniforme, la gorra de visera, el correaje y la pistola. Las botas altas con polainas. Había estado en la guerra, en Extremadura. Estuvo en Asturias cuando la revolución. Conocía Valencia.
-Yo entonces era un guardia joven, que creía en la revolución...Me casé con una mujer que vive aquí, conmigo. Juntos viajábamos de Valencia a Alicante cuando la aviación fascista atacó nuestro barco, lo hundió y los dos perdimos la vida. Nuestros cuerpos no los devolvió el mar. Como no creíamos en la otra vida, como nuestra esperanza era el paraíso del proletariado, nos quedamos a la intemperie, sin tener donde ir. Desterrados de un mundo y de otro, nos unimos a una ingente multitud hermana de almas errantes apátridas y fue cuando vinimos a esta casa de refugiados. Desde entonces vivimos aquí. Les vimos llegar a ustedes cuando vinieron y quisimos echarlos. Fuimos nosotros los que les pegamos la sarna...
¡Pues vaya mala idea!
Otra noche subió con su mujer, joven y graciosa, que todavía vestía de miliciana, con su mozo azul y su gorro de soldado. Era lo que llevaba puesto cuando cayó aquella bomba por la chimenea del barco. Se le notaba tímida, se le había olvidado conversar con los vivos y todo el tiempo, junto a su marido, estuvo callada. Nos dijeron que otros refugiados hacía tiempo que abandonaron la casa...Después de tanto tiempo, no sabían qué sería de ellos. Seguían esperando, no sabían qué.
-¿Y no tienen miedo?
El guardia negó: Lo que tenemos es lástima. Ahora lloramos por cualquier motivo. Nos gustaría contar a todos lo que nos pasa, pero no podemos. Es imposible. Un muro nos separa.
Temí haberme convertido en fantasma y me desperté asustado. Estaba vivo, el guardia de asalto y su mujer habían desparecido.
Cuando contaba estas cosas a mis hermanos en la mesa mientras comíamos, se reían en mi cara y me llamaban soñador.
-Los únicos fantasmas que existen, son los que salen de noche por el almorejo.
Días después, el periódico local comenzó a publicar sueltos sobre el cráneo famoso, historias inventadas, que nadie se creyó. Quizá fuera por eso por lo que su señoría no se dio por enterado. A veces veíamos a don Arcadio con su levita negra y su sombrero de copa saliendo del juzgado. Nadie osaba preguntar al juez verdades sobre el asunto. Sabía su señoría que aquellas patrañas del periódico era una manera sibilina de subsistir, de atraerse lectores ávidos de novedades.
-Yo no me fío de lo que dice el periódico,-decía alguien en el casino.- No saben como vender más ejemplares...
-Pues algo de cierto debe haber en todo eso,-añadía otro.-Yo estoy guardando todo lo que se publica.
-Ya lleva el señor juez dos años con la dichosa cabeza,- rió un médico puericultor.
-Y los que te rondaré,-rió otro, aspirante a la alcaldía.
-¿Usted ha llegado a ver el cráneo?
-Lo vi en la casa de don Alberto. El forense lo tiene a bien recaudo.
-¿Y que le pareció?
-Que la cabeza corresponde a un fusilado. Uno de tantos como murieron en la guerra.
-¿Se atrevería a decir de quien era esa cabeza?
-¿Yo?
-Si, usted.
-Eso yo no lo puedo decir. Muchas veces esas cabezas así parece como si nunca hubieran pertenecido a alguien. Alguien que te saludaba, que habló contigo, con quien acaso te tomaste una copa de coñac.
Ese juego se prestaba a muchas conjeturas. Para unos, aquella cabeza pertenecía a un comerciante de sedas, un hombre de una cabeza descomunal, que tenía su tienda en la calle Nueva.
-Pudiera ser...
Otros decían que no, que esa cabeza seguro que era de Riquelme, el relojero, que murió en los primeros días de la revolución.
-Un judío...
-No lo dirás por la nariz...
-Pues si, ese cráneo tiene una nariz especial, ya lo creo. Al menos, para los negocios.
Un maestro de escuela, jugador de ajedrez, decía que esa cabeza era de un canónigo de la catedral.
-A ese hombre lo mataron en la guerra. Yo lo recuerdo de niño. Alguna vez jugué una partida con él. Era muy testarudo.
Pero esos comentarios de casino, pronto eran desmentidos por el periódico semanal, que añadía , frío frío.
Al periódico semanal, se unió la emisora de radio local, recién inaugurada, un avance en las comunicaciones que aglutinó a todo el pueblo. A la noche, todo el pueblo oía los comentarios jocosos de los comentaristas sobre fútbol, política o el cráneo...También se destapó en la emisora local un grupo de teatro que representaba los jueves una comedia leída...Tuvieron mucho éxito.
-Os la vais a cargar si seguís representando a García Lorca,-avisaba el representante local del régimen. –Ese autor está prohibido...
Pero, como se había demostrado, la ciudad noble y leal estaba a más de mil leguas del mundo y a nadie parecía importar lo que allí se contaba. Todos nos aprendimos el “Romancero gitano” y aquello de “Antonio Torres Heredia, hijo y nieto de Camborios...”
-Os la vais a ganar...
La emisora fue un éxito de oyentes y de ventas de aparatos de radio. Más que la TV cuando vino...
El que se subía por las paredes era el alcalde perpetuo, que temía por su continuidad. Ya lo tenía advertido el señor gobernador civil de la provincia...
-¡Voy a cerrar la emisora!,-gritaba en la puerta de la casa consistorial.-¡Esa emisora es sindical y no puede hacer programas a favor de los enemigos del régimen!
Pero nunca lo hizo. La política es así. Amenaza y nada más.
El caso es que la ciudad variopinta vivía ahora pendiente de sus medios de comunicación. Era un mundo que acababa de despertar.
























Capitulo 10



Metido el otoño, tenía don Arcadio, juez de instrucción, ultimado el sumario del cráneo del pozo. Más de mil folios en papel registrado y timbrado. Acompañado de ujieres, con el jefe del orden público y sus municipales, se presentó un día en nuestra casa número seis, como expresaba la diligencia. Mi padre citado, estaba allí temprano con su corbata, nervioso, esperando la llegada de la autoridad judicial. A las nueve en punto sonó la campanilla del cancel. Sombrero en mano, solemne, con su vara legal, apareció el usía en la puerta quien, antes de entrar, preguntó a mi padre su nombre y apellidos, edad, profesión, etc., datos de los que un oficial del juzgado iba tomando nota del día, hora y cuantas referencias fueron necesarias, temiéndonos todos lo peor...
-Por favor, usía,-señaló mi padre la puerta del patio.
Toda la comitiva se adueñó en un momento de nuestra casa. Nuestra casa antigua se vio ocupada desde el sótano a la torre. Don Arcadio, con un plano en la mano, fue señalando los lugares de la casa que deberían ser concienzudamente registrados sin omitir rejillas ni losetas. En uno de esos lugares seguro se escondía el cuerpo del delito. Tiene que estar aquí...
-El cadáver correspondiente al cráneo encontrado no ha podido salir de esta casa. Está en algún lugar escondido. Ahora nos toca buscar.
Enseguida aparecieron albañiles armados de pico y pala dispuestos a levantar la casa.
-Procedan,-ordenó el juez.- No dejen nada sin registrar y mirar. Nada sin levantar. Nada sin tocar.
Mi padre no salía de su asombro. Estas gentes vienen dispuestas a derribar la casa por culpa de una dichosa calavera...
-Tenemos indicios de la comisión de un crimen en esta casa y hay que aclararlo...
Toda la mañana estuvieron dale que dale, picando ladrillos y mosaicos, golpeando tabiques, huecos y ventanas...Al medio día, no se había encontrado nada. ¿Dónde estaba el muerto? ¿Se habría convertido en fantasma como los demás?
-No, el muerto está en la casa. Aparecerá,-aseguraba don Arcadio.
-Pero señoría...
Su señoría señalaba el suelo y los muros reiterando sus instrucciones.
Don Arcadio, hombre tenaz, padecía una afección hepática. Casado y sin hijos, todo su tiempo era para el derecho. También para la agricultura. Tenía una rica finca en la vega, donde pasaba muchas tardes en plena naturaleza, lejos del mundo. No en vano era hijo de labrador, de un hombre que puso todo su empeño en que su hijo superdotado hiciera una carrera universitaria. Y lo consiguió. Arcadio había sido siempre un buen estudiante. Amaba la agricultura y amaba el derecho. Tenía una capacidad probada para el trabajo, conseguía siempre su propósito. Lo del cráneo con la frente volada le atrajo desde el primer momento, estaba convencido de que esos huesos guardaban el secreto de un crimen pasional, tenía sus sospechas. El también conocía bien su ciudad. Sabía que el último inquilino de nuestra casa antes de la guerra, había sido el marqués de la Vega Verde, desaparecido en circunstancias extrañas. El marqués libertino jugaba todas las cartas de su baraja para ser el primer sospechoso. Cuando la famosa aventura de los aerostatos, se supo que un médico local tuvo que acudir urgentemente a la huerta a atender un enfermo importante y ese enfermo singular no fue otro que el señor marqués. Se sabía que la aventura de los zeppelines fue el final de aquella casa. Pero todo esto eran chismorreos del periódico local, historias fraguadas en torno a una taza de café. Se decía todo aquello porque el marqués nunca voló en globo, se limitó a ser el anfitrión de aquella trouppe venida de París, los recibió en la explanada de la finca, el marqués en mangas de camisa. Todo el campo de aterrizaje estaba cubierto de mesas y manteles, de botellas de champán y una orquesta ex profeso tocaba valses mientras caían los globos sobre los trigales...
-El único invitado a la fiesta fue el alcalde de la ciudad, don Segundo Primero, que murió hace poco. El era el único que podía contar...
Y poco contó. Cuando le preguntaban en el casino por aquella juerga, siempre se sonreía y se negaba a contestar. Movía la cabeza y decía: Las cosas del señor marqués...
Pero, curiosamente, era en esa fiesta nunca vista, donde tenía don Arcadio puestos los ojos. En esa fiestas campestre tenía que estar el secreto de este crimen: al menos las fechas coincidían. Experto jurista, hombre de buena memoria, investigador nato, estaba seguro de que el cuerpo del señor marqués de la Vega, no estaba en el fondo del Canal de la Mancha.
-Pero si a este hombre le daban pánico los aviones. Jamás voló.
-¿No? ¿Y los periódicos?
El juez se reía:
-Ese cuerpo está, como estaba la cabeza, dentro de esta casa. Ese cuerpo pondrá cada cosa en su sitio.
Mi padre le oía perplejo, no atreviéndose a contradecir a su señoría, dueño de la verdad categórica.
-¿Y no se lo llevarían los refugiados?.-La pregunta era de un ujier de cara triste.
La pregunta no tenía respuesta. Era una estupidez. ¿Para que querían los refugiados los restos de un marqués muerto?
Varios días se buscó por corrales, cuartos oscuros y el sótano de la casa, quizá antigua bodega.

Durante esos días de trasiego, mi madre afligida no salía de su balcón. Procurábamos ocultarle los nulos resultados de la pesquisa judicial. La Josefa, nuestra criadita enana y valiente, con su mandil, no se separaba de los albañiles dando su opinión. Decía que el cráneo podía ser de un cochero que muchas veces paseó a la señora marquesa por el pueblo, la marquesa atrás con su sombrilla.
-A ese cochero, que se llamaba Jeremías, le robaron el caballo. Era tanta el hambre que se lo comieron entre muchos. Decían que era carne de ternera, pero no fue verdad, no, era carne del caballo del cochero. Por eso se murió del disgusto...Como a los gatos, alguien echaba sus cabezas al pozo...
Los albañiles reían las ocurrencias de la criadita enana.
-Entonces,-la pregunta ahora era a don Juan, actor famoso,-¿cree usted que esa muerte fue un crimen pasional?
¡Quién sabe! Don Juan, estando el juez delante, no se atrevía a opinar.
-En cuestión de amores es difícil opinar. Hay amores que matan y eso lo comprobamos continuamente en el teatro y en las novelas.
-¿Y quien mata más?
-Mata el hombre y mata la mujer. Aunque según estadísticas, mata más el hambre.
La criadita limpia se quedaba en éxtasis oyendo a don Juan. Le atraía la labia del hombre sabio, que era cómico y escribía versos en el semanal. Mi madre abandonada la llamaba a voces, lo soltaba todo y subía a saltos la escalera.
-¡Voy!,-gritaba mientras volaba en alas de su mandil.-¡Ya voy, ama!
-¿Qué es lo que está pasando ahí, abajo?
-Nada, ama, nada. Son las cañerías. Han venido unos albañiles.
Mi madre se hacía la tonta por conveniencia y no decía nada. Sabía que se trataba de la justicia...
Mi hermano Gabriel, aficionado a la pintura, se le ocurrió contar que había visto una noche a don Francisco de Goya, pintor famoso, rondando por la casa. Lo conoció por el sombrero y la paleta. Goya, pintor fantasma, se encontraba oculto detrás del pozo haciendo apuntes de refugiados. ¡Siempre con sus dichosos apuntes! Mi hermano estaba empeñado en hacernos tragar su trola, todo porque tenía un libro con láminas del pintor. Su sueño era imitarle. Un día, al mirar el espejo grande de nuestro cuarto de dormir, un espejo de marco cromado, vimos a la familia real de Carlos IV al completo, con el príncipe de Asturias y todos los demás.
A una de mis hermanas le salieron una noche un grupo de mujeres fantasmas como arpías protestando por el rastreo del juez, aquellos golpes, tanto levantar losas y losetas y remover ladrillos...que no les dejaba dormir. Había niños. Muchos fantasmas estaban dispuestos a huir a las casas vecinas, casas medio vacías... Aquellas arpías se lanzaron sobre mi hermana indefensa cuando pasaba corriendo por el callejón de las monjas, la derribaron y le abrieron una brecha de sangre en la pierna. Mi hermana echó a correr sangrando, con la herida abierta, pidiendo socorro, sin poder quitarse de encima a aquellas brujas malditas...
Mi hermano, en cambio, decía que esas brujas con escoba era una creación de Goya, que vivía en el tejado, espiando el paso de esas arpías revolucionarias, milicianas que se negaban a entrar en la iglesia...
-Como el juez siga levantando suelos, aquí nos volvemos todos locos,-decía mi padre resignado.
Mi madre, que todo se lo maliciaba, decidió que lo mejor era hablar con el arcediano, que escribía novelas, y que hopeara la casa.
-Esta es casa de demonios,-decía.-Los demonios son como piojos, se meten en las costuras y no hay quién los eche. Lo mejor sería mudarse y pegarle fuego a esta casa...
Esa solución drástica asustaba a mi padre. El conocía esta casa desde niño, la había visto en los días grandes, cuando el marqués y la marquesa daban fiestas a gente principal.
-¿Y a qué venías tú a esta casa?
-Porque mi abuelo era coronel del regimiento, hijo de un conde, creo.
Aquella respuesta era terminante. Mi padre enrojecía de satisfacción.
Una mañana hubo alarma general. Los albañiles había topado con un muro hueco. Detrás podía haber algo.
Vino avisado el señor juez y autorizó que el muro fuera derribado. Expectación general. Olía a viejo y húmedo. A meadas de gato. Todos nerviosos. Don Juan mismo apareció agarrado al puño de su bastón. Quien no disimulaba su sonrisa era el señor juez, las lentes en la punta de la nariz, quien se reservó el derecho a desprender el último ladrillo. ¿Estaría allí el señor marqués de la Vega Verde? Cayó el último ladrillo y quedó a la vista un trastero. Se adelantó su señoría, alguien iluminó con su linterna el lugar, una estancia de ladrillo rojo, ¿árabe?, evidentemente muy antigua. ¡Qué olor!
-¡Mire!,-señaló el portador de la linterna.
Todos miraron. De la pared caía una argolla con una cadena que sujetaba el cadáver disecado, en costillar, desparramado, de un perro de presa, de cuyos ojos se desprendía un vacío de muerte. Alguien lo había asesinado porque vieron que tenía un agujero frontal como la calavera del pozo.
-A este animal lo asesinó la misma mano que mató al hombre del cráneo del pozo,-confesó don Arcadio estupefacto.- La bala salió de la misma arma.
-Pero, ¿por qué apesta a meada de gato?
¡Era por la gatera!
Todos comprobaron las palabras del señor juez.
-Estamos en la pista. Esto confirma la evidencia del crimen. La muerte a sangre fría de este animal lo dice todo.
-¿Piensa que ambas muertes son cosa de refugiados?
-No, imposible. Estas muertes son anteriores al alzamiento militar. Que nadie toque estos restos. El asesino no está lejos...-aseguró firme don Arcadio.
-Señoría, mire,-dijo todavía el de la linterna.-El perro tiene en el cuello una plaquita.
-Dato importante,-aseguró el juez.-Veamos...
La plaquita de plata decía: “Centauro, perro guardián de esta casa, 1927
-¡Así se llamaba el perro del señor marqués!,-dijo feliz mi padre.-¡Me acuerdo bien! El señor marqués se hacía acompañar muchas veces por su perro. Yo mismo lo acaricié alguna vez...Su perro de caza...
-Al menos podemos confirmar que ambos cráneos fueron muertos por la misma mano,-reiteró de nuevo el señor juez.-El cráneo humano puede ser del señor marqués de la Vega.
-Este perro lo trajo el señor marqués de París,-repitió mi padre, contento de haber podido aportar algo a la causa.
-Tome nota de todo,-ordenó su señoría a su oficial que se esmeraba por no perder detalle.-Mañana seguiremos nuestro trabajo, suspendamos de momento la búsqueda. Creo que estamos en la recta final de la investigación. Revisen todo lo que hay en este trastero. Veo que hay baúles y alfombras. No pierdan de vista ningún detalle. De todas maneras, el cuerpo que buscamos no está precisamente en este habitáculo, creo adivinar donde se esconde.
Los albañiles golpearon las paredes que no respondieron a vacío. Se trataba de muros sólidos. Más allá del perro muerto no se veía nada. El baúl estaba vacío y las alfombras pertenecían a la escalinata de la casa. Parecían manchadas de sangre.
Cerraron con cuidado el trastero, retiraron la alfombra persa y se marcharon hasta mañana.

Ellos se marcharon, pero nosotros nos quedamos un día más en nuestra casa sin saber las cosas que podían ocurrir esa noche. Mi madre, al verlos salir, el señor juez y don Juan, se hartó de llorar en su balcón. Pasaba la gente curiosa, se detenía delante de nuestro portal, movía la cabeza y miraban a mi madre con lástima y conmiseración. Era público en la ciudad lo que se estaba buscando y como el muerto estaba a punto de aparecer.
-¿No han encontrado todavía nada?
-No, solo un perro muerto.
-¿Un perro muerto?,-preguntaba la gente extrañada.
Nadie sabía que podía pintar ese perro en puros huesos en esta historia. Menos que estuviera escondido y tabicado en un trastero. Fue al día siguiente cuando los albañiles, picando en el muro del sótano, se encontraron con la sorpresa de que se les cayera el muro y se encontraran con la boca de una mina secreta, una escalera en caracol que bajaba y se perdía en la noche de los tiempos.¿Qué era aquello? Alguien corrió a dar cuenta a don Arcadio del nuevo hallazgo. Vino don Arcadio y vino don Juan y vino enseguida don Pompeyo Romano, el ilustre historiador, para dar su opinión. Hubo que armarse de linternas. Primero bajaron, expertos en galerías, los albañiles con sus espiochas y dos guardias municipales con linternas para explorar, por temor a sorpresas y peligros. Esta vez don Arcadio contrariado se quedó en la puerta. No le gustaba el sesgo que tomaba el asunto, no estaba en sus cálculos una galería secreta en sus pesquisas. Aquello parecía árabe o romano, ajeno al sumario de un crimen. Todo el mundo quedó a la espera del resultado de aquella investigación.
-Minas como esta,-comentó don Arcadio un poco fastidiado,-hay muchas en esta ciudad antigua. ¡Vaya usted a saber lo que tenemos debajo de los pies!
Regresaron al rato los exploradores portando en sus manos trozos de cerámica, candiles romanos y restos de animales menores...Salieron triunfales, diciendo que la galería, más adelante se abría en otras galerías que tomaban trayectos diferentes.
-Hay una vía principal, más ancha, que pasa por debajo de la catedral y sube por otro lado al seminario. Se ve que es camino viejo. Hasta se oye el paso de una acequia, que debe correr cerca.
-¿No serán los refugios de la guerra?,-preguntó el ujier de cara triste.
-Los refugios esos todavía existen y no tienen tantas galerías. Esto es otra cosa. No se ven pisadas recientes...
Don Juan, hombre conocedor de la historia local, dijo que siempre se dijo que existe una galería que unía la vieja mezquita musulmana, sobre la que se asienta la catedral, con la alcazaba. Posiblemente paso secreto de soldados...
-Pero seguramente esta galería debe ser más antigua, aquí estaba ubicada la ciudad romana, por algo todavía conserva su nombre: barrio latino....-añadió don Juan declamatorio, orgulloso del pasado histórico de su noble ciudad.-En muchas casas de esta calle e incluso en la iglesia de la Concepción, al hacer obras, se han encontrado columnas y baños romanos, ánforas y estatuas...Señores: estamos sobre nuestra ciudad más antigua. Puede que bajo esta tierra se encuentren enterradas las piedras de un teatro romano como correspondía a una cívitas que tenía la ciudadanía romana y acuñaba monedas...Esta ciudad tenía los mismos títulos de Filipos, era Colonia Julia Augusta Gemela y tenían el ius italicum... San Pablo le dedicó una de sus epístolas, la de los Filipenses... A San Pablo le gustaba visitar las colonias de legionarios jubilados...
-¡Habrá que investigar a fondo lo que se esconde en este suelo!,-exclamó doctoral don Pompeyo Romano, examinando las pequeñas piezas encontradas.-Todo es un tesoro de incalculable valor arqueológico...

El hallazgo, con la contra de don Arcadio, suspendió ese día la exploración de la casa en busca del cadáver oculto. La noticia del importante descubrimiento arqueológico en nuestra casa, movilizó la ciudad. De la nada, la casa se convirtió en la casa más buscada de la ciudad, todos querían ver aquellas catacumbas, aquellos caminos misteriosos de los que algunos tanto sabían. Don Fandila, director del periódico semanal, vio por fin llegada su hora, la mina podría la salvación de su periódico. Así se lo comunicó a su canijo impresor desconfiado que no manifestó ninguna alegría por el hallazgo, diciendo que mientras él no cobrara, le importaba tres leches la galería... -¡Yo no puedo seguir viviendo del aire!,-le gritó al director dispuesto a dejarlo solo ante la imprenta.-¡O me paga, o me largo!
Esta vez, en momento tan crítico, don Fandila, él sabrá como, le pagó, no todo, pero le pagó. El resto quedaría para más adelante...Y el impresor se quitó el sombrero y el abrigo y se puso a trabajar como siempre... Don Fandila Sánchez, convenció con promesas a mi hermano seudo arqueólogo para que, esa noche, antes que nadie, le facilitara la entrada en secreto en la galería encontrada. Iría acompañado de dos falsos expertos a ver la mina, sacar fotos, si se podía, y de paso apoderarse de posibles objetos históricos. Bajaron esa noche a la mina con linternas y casco de buzo y allí permanecieron hasta el alba en que, sin que nadie en nuestra casa lo supiera, abandonaron la casa. ¿Qué ocurrió esa noche? Pasó que caminando llegaron, por la vía principal, hasta la cripta de la catedral donde está el pudridero de obispos y canónigos. Un endeble tabique derruido les hizo encontrarse con el macabro hallazgo, que nosotros, cuando salíamos de la escuela, veíamos colgados de las ventanas de forja que dan al paseo. Allí, unos sobre otros, revestidos, con casullas y calcetines rojos, esqueléticos, las manos raquíticas sobre el pecho, contemplábamos con horror morboso aquellos cuerpos polvorientos. A la vista del hallazgo, los falsos amigos que acompañaban al director periodista, se negaron a seguir, diciendo que ellos no pisaban un lugar sagrado.
-¡Salgamos de aquí!,-chillaban.-¡Este es el cementerio de los curas!
-Pero, qué importa...,-decía don Fandila, siempre dispuesto.
-¡Qué no! ¡Nosotros nos vamos!¡Qué miedo, Dios mío!
Lo dijeron y lo cumplieron. Salieron rápidos de la mina, jurando no volver a pisarla más.
Todo eso lo supimos por mi hermano sobornado, que negó haber sido él quien franqueara la puerta a don Fandila.
-Entonces, ¿cómo han entrado?
-¡Y yo qué se! ¡Habrán sido los fantasmas!
-No, no...Los fantasma no abren las puertas a los vivos...
Que Fandila dijera en su periódico que había entrado en la mina arqueológica y que quisiera dar pruebas de que era verdad, como el guante rojo de un obispo o una mitra, nadie se lo creyó. Un Fandila siempre sonriente no tenía crédito entre sus lectores. Le seguían la corriente, se reían con él, pero no lo tomaban en serio. Aunque seguía contando sus historias...
-Fandila, ¡no nos vengas con historias!
El primero que no lo creyó fue don Arcadio, quién no le dio importancia a sus crónicas subterráneas, como las titulaba. Es más, contaron que el juez, hombre serio, se había reído mucho del encuentro macabro que el periodista había contado en su periódico con la cripta mortuoria de la catedral...
-Todo el mundo conocía esa vía subterránea que va a la catedral y, ahondando, -seguía el juez,- sale por debajo del Paseo a la barbacana...De niños, muchas veces nos metíamos por ahí y llegábamos a la cripta...
No pudo Fandila mostrar objetos romanos ni árabes, porque esa noche no pudieron encontrarlos. Todo lo más los canónigos difuntos podridos en sus ataúdes...
Más seria fue la expedición que organizó don Pompeyo Romano con un grupo de alumnos seguidores suyos, gente fiel, bien pertrechados, hicieron a la misma galería. Don Pompeyo creyó a Fandila, ambos habían tenido una conversación privada donde el periodista puso en antecedentes al historiador...
-Yo voy a comprobar lo que me estás diciendo,-le dijo don Pompeyo a Fandila.-
Visitó don Pompeyo la galería con su mina. Llevaban lámparas mineras, anduvieron el subsuelo, comprobaron lo contado por Fandila y descubrieron algo importante, posible solo a un experto. Encontraron los cimientos de lo que fuera mezquita musulmana y una cueva oculta que pertenecía a una basílica paleo cristiana, una Martyria, donde se encontraban enterramientos de mártires, dos sarcófagos, que don Pompeyo trató de descifrar nervioso, siempre creyó que uno se refería a Félix, epíscopo y el otro nunca se atrevió a decir.
-Quizá estemos ante la primera iglesia cristiana de la ciudad y no sabemos si de España...,-confesó emocionado don Pompeyo.-Hay que hacer un estudio a fondo. Me encargo de poner este descubrimiento en conocimiento de la autoridad universitaria competente...
De esa basílica sacó don Pompeyo un crismón y una inscripción latina muy deteriorada. También la cabeza de un buen pastor...Pruebas que el señor obispo conoció y guardó como un tesoro en el museo catedralicio, a la espera de otros estudios e investigaciones...De todo eso, reconocida su autoridad, se encargaría don Pompeyo Romano quien hizo unas importantes declaraciones al periódico semanal. Todo el mundo en la ciudad, orgullosa, conservó ese ejemplar del periódico de Fandila que se convirtió en importante documento histórico.
-¡Ya podemos presumir de historia!,-decía el historiador. Hasta ahora solo hemos sido presuntos, ahora todo ha cambiado... ¡Aquí estuvo San Pablo y yo me encargaré de probarlo!
Las palabras emocionadas y vehementes de don Pompeyo arrancaron cientos de aplausos. Se merecía un homenaje...
-Lo tendrá,-dijo el alcalde.
Esos días tuvimos conferencias en el casino. Vinieron doctos profesores universitarios quienes recordaron que esta había sido una próspera colonia romana, el paso de la vía Hercúlea, las monedas con las efigies de Diocleciano y Octavio...La ciudad, era verano, vivía uno de sus momentos eufóricos más importantes. Más cuando vimos que el gobierno empezaba a acordarse de nosotros y vimos máquinas en la Plaza dispuestas a echar abajo las ruinas de la guerra y comenzar la construcción de la nueva ciudad... Mucho se tardó en esta tarea, pero al menos se comenzó...Lo primero que se nos construyó fue un cine que sustituyó a los provisionales que teníamos aprovechando el aforo de un almacén y luego de otro más moderno...
Pero, bueno, vamos a lo nuestro...








Novela por entrega




Autor: José Asenjo Sedano, 2008