domingo, 17 de agosto de 2008

"PAPÁ CESAR, EL ÚLTIMO NAVIERO", UNA NOVELA METAFÍSICA



Novela que fue finalista del premio Andalucía de novela y editada por la Editorial Guadalquivir, Sevilla, 1992.

Dentro de lo que se conoció como "nueva narrativa andaluza", sin duda el nombre de José Asenjo Sedano ocupa un lugar destacado. El articulista y colaborador habitual de ABC sigue fiel a ese camino comenzado con "Los guerreros" o "Crónica", en los años setenta, en un intento de historizar la memoria colectiva de Andalucía.


No resulta fácil de catalogar el autor de "Conversación sobre la guerra" (1978). El él mismo defendía -ya en 1971- dos geografías creativas diferentes (la Andalucía de la Bahía de Cádiz con el Guadalquivir y la Oriental con Guadix, su pueblo natal, y Granada), ahora, en esta nueva novela, ha querido delimitar ampliamente una de ellas, la primera (el color, la luz, el río), a través de una épica familiar, prototipo de la decadencia de un linaje. Tras una lectura sociológica se adivina una novela metafísica: es la pérdida del valor del tiempo y lo que de él es su signo: los recuerdos. En "El Túnel", Ernesto Sábato escribía: "acaso vivir consista en construir futuros recuerdos". Y esa frase resume una interptretación de la realidad que puede deducirse de nuestra novela: "el pasado es el tiempo de los que ya no viven, el entorno inmóvil de lo que no nos pertenece".


Desde la perpèctiva de dos integrantes del núcleo familiar de los Giorno -famosa Casa de Navegación de la Bahía- Clarice y su primo, narrador principal, se hilvanan las madejas de los hechos en el telar de ese tienpo pasado que todo lo hace diferente; "el tiempo todo lo borra, como si nosotros fuéramos la sucesión de muchos nosotros sucesivos, como en un filme. Lo malo es que ese filme nunca se repite, sino que solo queda la huella de su paso en nuestra vida, en donde quedan también los filmes de los demás, como reflejados en la superficie tranquila de un lago en reposo".


Al lector le será fácil evocar ese agua intrahistórica de Unamuno de su famoso ensayo "El torno al casticismo". Si la voz masculina ocupa diecinueve capítulos de una primera parte, con un canto menlancólico del mundo naviero, bastan apenas dos capítulos al final para que la otra voz, esta vez femenina, en esa estructura amebea, rebata la visión anterior y nos ofrezca otra tesis sobre dicho mundo: "A veces se vive aferrado a un fantasma y esa mentira puede perdernos". La tensión del relato queda marcada por esa obsesión meditativa de Quevedo ("el ayer, pasó. El presente es ya otro tiempo") y por dos símbolos temporales y personajes muy claros: el tren de Carlo y la polacra. Tanto la aparición de uno, en momentos determinados, como el incendio de ese barco de cruz de tres palos viene a significar la imagen de pérdida irrecuperable. La ironía convierte a la familia del evocador -advenedizo- en próspera, mientras que a la de su prima -desmitificadora y, a la vez, objeto del amor del protagonista- la sume en la pobreza, en un escenario distinto, la casa de los Ortuño.


De teatro obligado, como la vida misma, es la lección fatalista que parece concluir Clarice en su argumentación final:"El mal de esta casa es que, durante siempre, ninguno hemos interpretado el papel que nos correspondía, sino que todos hemos sido actores de un drama o de un melodrada en el que, de alguna manera, se nos ha obligado a intervenir".


Comentario de José María BARREDA, Universidad de Sevilla, publicado en ABC Literario el 7.8.1992.

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