NIJAR: La tierra de Indalecio el Gato.
“Indalecio el Gato” es el título de la primera narración de las tres que se albergan en este volumen publicado por Argos Vergara. Completan la terna “Gadeira” y “Ana Emérita Kerkrade”. Los tres se leen apasionadamente, tal como, sin duda, han sido escritas. Las tres reflejan el vigor y la potencia fabuladora de Asenjo Sedano. Pero hay algo más que trasciende al hilo de la lectura: la asimilación del paisaje que ahorma fatalmente a los personajes. Los elementos en los que viven y se debaten los hombres y las mujeres de Asenjo Sedano tienen un vigor cósmico que los envuelve y los maneja dramáticamente hasta el borde de la privación de la libertad. El destino se cumple irremediable y fatalmente. Casi me atrevería a decir que el verdadero protagonista de los relatos de Asenjo es el medio letal en el que bracean sus personajes. Indalecio es producto del sol y la sequía; Gadeira, con ese fantasmal y poético Ulises, al que el viento de Levante no permite el regreso a Ítaca y que, contagiado por la visión de las velas transparentes de una nave que emboca la bahía, se pone a tocar el caramillo, es fruto del viento y de la fabulación más hermosa que se haya podido leer en mucho tiempo; Gadeira, Cádiz, la ciudad que mira desde la altura su propio vientre marino, es el escenario de la espantosa locura de Ana Emérita Kerkrade y sus tres hijas hurtadas a su amor, la última de ellas –Felices- por la truculenta reencarnación seductora del marido muerto en duelo.
Es el de Asenjo Sedano un mundo antiguo, de perfiles casi animales; sus gentes se mueven acompasadamente bajo el ritmo patético de los movimientos celestes el Sol, el ir y venir de las nubes que siempre llevan pronósticos dramáticos en vez de agua benéfica en su seno, el viento que se alza desde el fondo de la bahía en forma de levante torturador, la visión desde arriba –Gadeira, Cádiz es, en lectura de Asenjo, una ciudad de altísimas torres que avizoran lpa muerte- , la falta de planos humanizadores que sirvan de comparsa y mitiguen el dramatismo, la estructura creciente de su forma de narrar, que a ratos se hace decreciente cuando hay que señalar la inminencia de la desgracia. (“Mirando, a veces el campo es de un gris brillante, borroso, hasta polvoriento”, pág. 32), el lento e inevitable avance del destino...Qué pulso más admirable en la narración, qué dosificación más espléndida de lo dramático que suele entrañarse en lo fabuloso, en el sentido más literal del adjetivo...Qué apretado cierre del personaje, encajonado hasta su destrucción, condenado lenta y desesperadamente a su fin...Esa fuerza telúrica ejerce sobre el lector una suerte de fascinación contra la que difícilmente puede rebelarse. Lo de menos es la “parte de historia”, que cabe en cada relato; da lo mismo; lo importante es entrar en el juego y dejarse conducir – a veces sin dejarse- hasta el desenlace, pasando por nombres reales de la historia ( en el caso de “Gadeira” es mucho más apreciable) con mezclas logradas en la descripción de la realidad, de la memoria huidiza y la fantasía desatada.
Admirable trío de relatos los que se encierran en “Indalecio el Gato”. Admirable la fuerza con que el escritor toma por la cintura a sus propias criaturas y las conduce, irremediablemente, al holocausto. Todo ello, bañado en esas fuerzas profundas de la naturaleza que parecen volcarse, selectivamente, sobre los seres protagonistas, dejando a un lado el mundo que los rodea, no porque no formen parte del juego –que comparsas son, casi coros de la tragedia clásica- sino porque está tomado como contraste y hasta como narrador que destaca la fuerza de los personajes elegidos.
He aquí el fruto de una gran capacidad de fabulación servido por un estilo depurado y a veces poético, con la incorporación ya señalada del elemento telúrico a la escena. Aquí no hay más trampa que la que el lector puede poner de su cosecha. Todo lo demás es auténtico, legítimo y compensador.
Luis BLANCO VILA
(Este comentario crítico fue publicado en los periódicos YA, de Madrid (18.6.1983) e IDEAL, de Granada.)
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