12.02.2009 -
CARLOS ASENJO SEDANO
Reproducimos el siguiente artículo de D. Carlos Asenjo Sedano, Dr. en Historia, publicado en el periódico Ideal, de Granada, el 12 de febrero de 2009, con el título "Charles Darwin, a la vista".
CHARLES Darwin nació en Shrewsbury el 12 de febrero de 1.809. Comenzó a estudiar medicina, como su padre, en Edimburgo, pero, incapaz de soportar el dolor de los enfermos, pronto abandonó estos estudios, lo que le empujó al campo de la teología y hasta ejerció de cura en la iglesia anglicana. Pero cuando estaba a punto de ordenarse, su amigo y también sacerdote, Henslow, lo invitó a embarcarse en el buque Beagle, como naturalista, para dar la vuelta al mundo, viaje que duraría cuatro años. De este viaje y de las observaciones sobre el panorama que se le ofrecieron a Darwin dependería el futuro cambio de la biología y hasta de muchas concepciones transcendentes de la cultura occidental, incluida la religiosa, sobre la creación del hombre.
Por entonces, 1853, el conde Arthur de Gobineau publicó su Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, lo que, quizá, indujo a Darwin, unos años después, 1.859, a publicar su obra Sobre el origen de las especies. A partir de estos trabajos se puso sobre la mesa un problema esencial para el futuro: El problema racial, tratando de contestar a la pregunta: ¿Son todas las razas humanas iguales?...Y si no lo son, como se deduce de los mencionados estudios, ¿cabe una política para el mejor desarrollo de las mejores, en detrimento, y acaso exterminio, de las peores?...Esa es la cuestión, especialmente para la raza aria, y ahí, sobretodo, los alemanes, considerados la elite de las razas, raza a la que había que cuidar, según Gobineau, para el mejor perfeccionamiento de los humanos, evitando su contaminación o mezcla con otras razas inferiores. Conclusión: mejoremos lo mejor y eliminemos lo peor.. El análisis de la cuestión, en lo sucesivo, se hará teniendo en cuenta, como soporte científico, El origen de la especies, de Charles Darwin.
Enseguida otros pensadores comenzaron a sacar las lógicas consecuencias. Así Clemente Royer abominó del cristianismo y del comunismo por su tendencia a lo igualitario, y toda la política que de ese postulado se deducía, especialmente a favor de los débiles y desvalidos. Y Walter Bagehot haría la apología de la guerra como el mejor sistema para propiciar la selección natural de la especies, de que tan necesitada se muestra la Humanidad. Y así, pronto, en 1935, en Alemania se promulgó la ley 'para la protección de la sangre alemana y del honor alemán' al tiempo que se divulgaban las teorías de J. Müller y A. Carrel.
Es decir, que de aquel huevo que puso en circulación el conde de Gobineau, enseguida Charles Darwin sacó las oportunas consecuencias ayudado por su profunda observación obtenida en su largo viaje alrededor del mundo, de cuya observación, Charles Darwin había sacado dos ideas o teorías fundamentales: a) La lucha por la existencia se va haciendo por las sucesivas selecciones que va organizando la muerte; y b) La lucha por la descendencia que se va estructurando a través de la fecundación diferencial. -Y aunque Darwin no aludíó al origen del hombre, la observación deductiva de mucha parte de la ciencia a la sazón fue obvia: Primero: Si lo actual en el ámbito de las especies procedía de una sucesiva selección y mejora de lo precedente, estaba claro que en el futuro esas especies serán más perfectas que en el presente; y obviamente, en el pasado, especialmente en su origen, fueron más imperfectas y rudimentarias que hoy-. Segundo: Si este fenómeno abarcaba a todas las especies, obviamente el hombre, al final de cuentas una de tantas de esas especies, forzosamente venía sometido a esas mismas leyes. Es decir, que el hombre futuro será más perfecto que el actual en virtud de la selección natural de las especies. Y que ese mismo hombre, en sus orígenes, fue mucho más imperfecto, elemental y simple que el actual. De ahí que enseguida se estableciera, por los epígonos de Darwin, no por él, que el primer eslabón de la raza humana estaba en un primate, es decir, en un mono, luego desarrollado a través del mecanismo de la selección natural. La crítica cómica de la época se hizo eco del caso anunciando el licor Anís del mono con un mono cuya cabeza era la de Darwin.
Lógicamente, en torno a este problema, desde entonces se ha originado un enorme debate ya que, en definitiva, lo que estaba y está en juego es, nada menos, que el origen del hombre. Si creado en lo fundamental de su estructura mental y física, tal como dice el Génesis, por un Dios responsable y voluntario. O si derivado de un ser inferior, por mero azar, quizá un primate o similar, a través de la selección evolutiva de las especies, contradiciendo al Génesis. He ahí la cuestión que a todos afecta, y que aún es de una gran virulencia en los Estados Unidos en torno a las dos corrientes ya clásicas: El Creacionismo (Génesis) y el Evolucionismo. A lo que se ha añadido el llamado Proyecto inteligente creacional.
Al efecto, digamos que el Evolucionismo ha ganado ya muchos adeptos aunque no todos, especialmente desde el punto de vista de los ámbitos religiosos. Añadamos también que la postura expresa de la Iglesia, como se quejan los teólogos, no deja de ser ambigua. En todo caso, actualmente, se opta por distinguir entre Evolución y Evolucionismo, reservando aquél ámbito para el estricto campo científico de la evolución y selección de las especies, mientras el Evolucionismo queda para el mundo de las ideologías, las hipótesis y las fantasías. Así, aquel campo afirma o admite que efectivamente la Creación, o todo lo creado, evoluciona y quizá se perfecciona con el tiempo, pero no que la Evolución es la madre de todo lo creado. Es decir, que el proceso es al revés de lo que suele admitirse. Y así no se rechaza que, en el ámbito de la Creación, el Creador se haya podido valer de causas intermedias para el desarrollo constante y progresivo de la humanidad, pero siempre respetando el espíritu esencial propugnado tradicional y permanente por los mensajes religiosos de toda procedencia. Y también que las metáforas o alegorías expuestas en todos los Libros Sagrados de todas las religiones sólo son eso, alegorías o metáforas de una significación más profunda, expuestas, ahí, de una determinada forma, sólo a efectos de una mejor comprensión humana.
En todo caso, lo que, aquí y ahora, queríamos hacer resaltar es que, ante el inminente Segundo Centenario del nacimiento de Charles Darwin, ese hombre tan influyente en la mentalidad humana de Occidente, especialmente en el campo religioso, ya se preparan los estudiosos, especialmente en los Estados Unidos, para el interesante debate que se avecina alrededor de si los hombres responden a un proceso creacional de Dios o son simplemente una de tantas material evolucionadas en el espacio y tiempo de la dinámica universal, sin principio ni fin moral de ninguna clase. De cuyas diferentes respuestas se deducen actuaciones de los hombres muy dignas de tener en cuenta.
CARLOS ASENJO SEDANO
Reproducimos el siguiente artículo de D. Carlos Asenjo Sedano, Dr. en Historia, publicado en el periódico Ideal, de Granada, el 12 de febrero de 2009, con el título "Charles Darwin, a la vista".
CHARLES Darwin nació en Shrewsbury el 12 de febrero de 1.809. Comenzó a estudiar medicina, como su padre, en Edimburgo, pero, incapaz de soportar el dolor de los enfermos, pronto abandonó estos estudios, lo que le empujó al campo de la teología y hasta ejerció de cura en la iglesia anglicana. Pero cuando estaba a punto de ordenarse, su amigo y también sacerdote, Henslow, lo invitó a embarcarse en el buque Beagle, como naturalista, para dar la vuelta al mundo, viaje que duraría cuatro años. De este viaje y de las observaciones sobre el panorama que se le ofrecieron a Darwin dependería el futuro cambio de la biología y hasta de muchas concepciones transcendentes de la cultura occidental, incluida la religiosa, sobre la creación del hombre.
Por entonces, 1853, el conde Arthur de Gobineau publicó su Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, lo que, quizá, indujo a Darwin, unos años después, 1.859, a publicar su obra Sobre el origen de las especies. A partir de estos trabajos se puso sobre la mesa un problema esencial para el futuro: El problema racial, tratando de contestar a la pregunta: ¿Son todas las razas humanas iguales?...Y si no lo son, como se deduce de los mencionados estudios, ¿cabe una política para el mejor desarrollo de las mejores, en detrimento, y acaso exterminio, de las peores?...Esa es la cuestión, especialmente para la raza aria, y ahí, sobretodo, los alemanes, considerados la elite de las razas, raza a la que había que cuidar, según Gobineau, para el mejor perfeccionamiento de los humanos, evitando su contaminación o mezcla con otras razas inferiores. Conclusión: mejoremos lo mejor y eliminemos lo peor.. El análisis de la cuestión, en lo sucesivo, se hará teniendo en cuenta, como soporte científico, El origen de la especies, de Charles Darwin.
Enseguida otros pensadores comenzaron a sacar las lógicas consecuencias. Así Clemente Royer abominó del cristianismo y del comunismo por su tendencia a lo igualitario, y toda la política que de ese postulado se deducía, especialmente a favor de los débiles y desvalidos. Y Walter Bagehot haría la apología de la guerra como el mejor sistema para propiciar la selección natural de la especies, de que tan necesitada se muestra la Humanidad. Y así, pronto, en 1935, en Alemania se promulgó la ley 'para la protección de la sangre alemana y del honor alemán' al tiempo que se divulgaban las teorías de J. Müller y A. Carrel.
Es decir, que de aquel huevo que puso en circulación el conde de Gobineau, enseguida Charles Darwin sacó las oportunas consecuencias ayudado por su profunda observación obtenida en su largo viaje alrededor del mundo, de cuya observación, Charles Darwin había sacado dos ideas o teorías fundamentales: a) La lucha por la existencia se va haciendo por las sucesivas selecciones que va organizando la muerte; y b) La lucha por la descendencia que se va estructurando a través de la fecundación diferencial. -Y aunque Darwin no aludíó al origen del hombre, la observación deductiva de mucha parte de la ciencia a la sazón fue obvia: Primero: Si lo actual en el ámbito de las especies procedía de una sucesiva selección y mejora de lo precedente, estaba claro que en el futuro esas especies serán más perfectas que en el presente; y obviamente, en el pasado, especialmente en su origen, fueron más imperfectas y rudimentarias que hoy-. Segundo: Si este fenómeno abarcaba a todas las especies, obviamente el hombre, al final de cuentas una de tantas de esas especies, forzosamente venía sometido a esas mismas leyes. Es decir, que el hombre futuro será más perfecto que el actual en virtud de la selección natural de las especies. Y que ese mismo hombre, en sus orígenes, fue mucho más imperfecto, elemental y simple que el actual. De ahí que enseguida se estableciera, por los epígonos de Darwin, no por él, que el primer eslabón de la raza humana estaba en un primate, es decir, en un mono, luego desarrollado a través del mecanismo de la selección natural. La crítica cómica de la época se hizo eco del caso anunciando el licor Anís del mono con un mono cuya cabeza era la de Darwin.
Lógicamente, en torno a este problema, desde entonces se ha originado un enorme debate ya que, en definitiva, lo que estaba y está en juego es, nada menos, que el origen del hombre. Si creado en lo fundamental de su estructura mental y física, tal como dice el Génesis, por un Dios responsable y voluntario. O si derivado de un ser inferior, por mero azar, quizá un primate o similar, a través de la selección evolutiva de las especies, contradiciendo al Génesis. He ahí la cuestión que a todos afecta, y que aún es de una gran virulencia en los Estados Unidos en torno a las dos corrientes ya clásicas: El Creacionismo (Génesis) y el Evolucionismo. A lo que se ha añadido el llamado Proyecto inteligente creacional.
Al efecto, digamos que el Evolucionismo ha ganado ya muchos adeptos aunque no todos, especialmente desde el punto de vista de los ámbitos religiosos. Añadamos también que la postura expresa de la Iglesia, como se quejan los teólogos, no deja de ser ambigua. En todo caso, actualmente, se opta por distinguir entre Evolución y Evolucionismo, reservando aquél ámbito para el estricto campo científico de la evolución y selección de las especies, mientras el Evolucionismo queda para el mundo de las ideologías, las hipótesis y las fantasías. Así, aquel campo afirma o admite que efectivamente la Creación, o todo lo creado, evoluciona y quizá se perfecciona con el tiempo, pero no que la Evolución es la madre de todo lo creado. Es decir, que el proceso es al revés de lo que suele admitirse. Y así no se rechaza que, en el ámbito de la Creación, el Creador se haya podido valer de causas intermedias para el desarrollo constante y progresivo de la humanidad, pero siempre respetando el espíritu esencial propugnado tradicional y permanente por los mensajes religiosos de toda procedencia. Y también que las metáforas o alegorías expuestas en todos los Libros Sagrados de todas las religiones sólo son eso, alegorías o metáforas de una significación más profunda, expuestas, ahí, de una determinada forma, sólo a efectos de una mejor comprensión humana.
En todo caso, lo que, aquí y ahora, queríamos hacer resaltar es que, ante el inminente Segundo Centenario del nacimiento de Charles Darwin, ese hombre tan influyente en la mentalidad humana de Occidente, especialmente en el campo religioso, ya se preparan los estudiosos, especialmente en los Estados Unidos, para el interesante debate que se avecina alrededor de si los hombres responden a un proceso creacional de Dios o son simplemente una de tantas material evolucionadas en el espacio y tiempo de la dinámica universal, sin principio ni fin moral de ninguna clase. De cuyas diferentes respuestas se deducen actuaciones de los hombres muy dignas de tener en cuenta.
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