domingo, 1 de febrero de 2009

LA CASA NÚMERO SEIS (Capítulos 11 y 12)













NOVELA POR ENTREGAS





AUTOR: JOSÉ ASENJO SEDANO

Capítulo 11



Esa noche nos quedamos solos en nuestra casa más que famosa. Y ya no eran solo los habitantes de la noche, eran también las visitas imprevistas del día, gente deseosa de ver, preguntar y saber. Si los fantasmas tenían rabo, si se parecían a nosotros o sólo era personajes de humo con ojos de fuego. Lo que más querían conocer, no sin temor, era si nuestro sótano conducía directamente a la cripta mortuoria de la catedral y si era posible que aquellos difuntos transitaran por allí y si habíamos oído en nuestras noches cantos funerarios, cosa que les estremecía y les llenaba de terror. Naturalmente, nuestros fantasmas, como ha quedado dicho más arriba, no eran eclesiásticos, eran gente moliente y corriente de la guerra pasada, refugiados de Málaga y de otras latitudes a los que el final de la lucha les había sorprendido allí. Gente que no sabía donde ir. Gente atrapada en su sueño, muertos de hambre. Eso lo explicaba todo. ¿Qué podíamos hacer? Era el pozo y era la mina misteriosa, la galería que recorría nuestro bajo mundo, un mundo que no nos pertenecía, lo que más interesaba y asustaba. Sobre todo, desde que el periódico local (semanario) publicó un reportaje más o menos exacto sobre el hipotético descubrimiento arqueológico que, parecer, se sabría después, era entrada y salida de nuestros fantasmas bélicos republicanos. El reportaje de Fandila se publicó a doble página con todas sus dificultades, fotos de las cuevas y del sótano, por supuesto de la casa, lo que le valió al director una llamada urgente desde Madrid del director general de prensa, nuestro paisano Aparicio, orgulloso de aquella novedad, concediendo a Fandila el premio de prensa correspondiente a ese mes y el título de periodista. Naturalmente, Fandila no cabía de gozo, esto aumentó su prestigio, aunque en el casino no terminaran de tomárselo en serio. Tampoco la emisora local dejó de emitir algunas puyas, sobre todo por parte de sus colaboradores más humorísticos, como eran Eduardo Beas y el corresponsal de deportes.... El caso es que don Juan Aparicio prometió, en próxima visita a su pueblo, visitar el dichoso descubrimiento, cosa que efectuó de incógnito acompañado de sus inseparables primos, don Carlos y don José María, el primero alcalde y el segundo ínclito poeta. De su juicio no tenemos información, aunque a poco, y no por culpa del impresor, alma en pena, el periódico despareció y nunca más se supo de Fandila... hasta años pasados, como se verá.
-Dios mío, ¿en qué casa vivimos?,-se quejaba mi madre.-Lo dice el juez es verdad: esta casa pertenece a otro mundo...No sé que pintamos nosotros en una casa como esta que hasta sale en los periódicos y no dejan de hablar en la radio... La gente nos mira como a bichos raros... ¿Seremos también nosotros fantasmas y no nos hemos enterado?
Mis hermanas, cuando oían a mi madre hacer estos comentarios se echaban a llorar y decían que querían irse para siempre de la triste casa...
-¡Mamá, vámonos a san Miguel!

Esa noche, la noche después de tantas cosas, fue una noche terrible. Temiendo lo que pudiera suceder, cerramos herméticamente nuestras puertas, se echaron dobles cerrojos y esperamos convencidos de que habría tormenta. Y la hubo. A las doce campanadas del reloj, oímos un viento espantoso, un romper de puertas y cristales, un crujir de lámparas y griterío infernal. ¿Qué pasaba? Pasaba que habíamos abierto las puertas del infierno y todos los demonios irrumpían con rabia dispuestos a destruir nuestra casa angelical. ¿Era el fin de nuestro mundo? ¡Qué noche tan oscura! La luz de la calle se había ido y andábamos en tinieblas rodeados del griterío infernal. Aterrados, temiendo que los demonios derribaran nuestras puertas, nos reunimos en nuestro salón dormitorio dispuestos para nuestro final. No podíamos llamar a nadie. Mi madre rezaba con lágrimas y era ella nuestra única y segura defensa.
-¡Dios mío!¿Qué pasa?,-chillaba mi madre.-¿Qué gritos son esos gritos?
La que más chillaba era la criadita menina jurando que se iría para siempre siempre de la casa...¡Virgen santa, salva a tu pueblo peregrino!,decía.¡Sálvanos del maligno!
Los que tanto gritaban esa noche de los cristales rotos, eran los refugiados. Durante siglos, la casa se había llenado de refugiados de todas las guerras: romanos, judíos, moros, cristianos, ateos...Refugiados rojos y fascistas. Huyendo de la muerte toda esa gente fugitiva se había acogido a nuestros sótano y a la galería cuyo fin desconocíamos. Ahora, presintiendo su exterminio, se apresuraban a escapar de un final inevitable...Muchos refugiados abandonaban apresurados la casa y se iban por el mundo con sus hijos y andrajos, con sus piojos y miserias, cautivos y desarmados como aquellos moriscos que tuvieron que salir de sus casas y embarcarse para el África...
-¡Son los refugiados!,-grité mirando por la cerradura.-¡Se van!¡Se lo llevan todo!
Lo peor no eran los gritos, era la peste que arrastraban, el hedor que llenó de podrido nuestra casa a punto de la asfixia. ¡Y no se podían abrir las puertas ni las ventanas para no ser arrasados! Así, hasta el amanecer.
Cuando se hizo la luz y se descorrieron los cerrojos, lo que vimos nos llenó de espanto. El enemigo había aniquilado todo lo que había encontrado a su paso. Toda la casa, escaleras y patio, estaba llena de sus despojos. Había armas de fuego, pantalones militares, cartucheras, cascos de acero, correajes podridos, banderas que ponían “Quinto Regimiento”, galones, solapas, gorros, mochilas, cartas, retratos...Cuando el jefe de los municipales vino aquella mañana a nuestra casa y comprobó el estropicio, se echó a llorar como un recluta.
-¡Dios mío!,-exclamó quitándose la gorra.-¿Qué ha pasado aquí?¿Esto que es?
La respuesta se la dio la criadita escoba en mano.
-En cuanto la justicia ha abierto la puerta oscura, el viento ha traído toda esa mierda. Ahora le toca a una servidora quitarla.
Don Juan se quedó admirado de la sabiduría de la simple.
-¡Es verdad que la casa estaba llena de refugiados!¡Se han ido los topos!
Y siguió:
-Es posible que sea eso,-dijo.-No hemos debido tocar esa puerta. Nunca pensamos que fueran tantos. Es verdad que esta ciudad vieja está llena de fantasmas...
-¿Usted cree?
-Todo lo que ha salido esta madrugada es la basura almacenada durante años. Toda esa gente vivía aquí. Eran basura abandonada. La corriente los ha echado fuera. Es como cuando se rompe un dique y el agua se desborda...
-¿Y todo eso llegaba hasta la catedral?
-Habrá que averiguarlo. Pero yo creo que esa mugre ha bajado de las cuevas...Creíamos que las cuevas estaban arriba. No, las cuevas más antiguas son las de aquí abajo...Todos aquellos moriscos que se pensaba que estaban en África, los muy ladinos se quedaron aquí escondidos. Aquí han crecido y aquí seguían...Moros y judíos...
Mi padre oía incrédulo al jefe de orden público. No entendía una palabra. ¿Cómo podía ser aquello de los moriscos tantos años? Empezaba a dudar de la credibilidad mental del actor jefe del orden público.
-Algunos de mis hijos, por no decir todos, han visto a esos fantasmas. No eran moriscos, se lo aseguro,-le dijo convencido mi padre.- Los fantasmas que esta noche han salido de aquí eran soldados republicanos, tropa hambrienta y sin afeitar. Había mujeres y niños ciegos por la insalubridad y noche de estas catacumbas. Yo no creo que en esta casa haya habido nunca moriscos...
Molesto, don Juan advirtió:
-Cuando venga la guardia civil sus hijos tendrán que declarar...Como comprenderá usted, esta deriva política del asunto, se sale de mi incumbencia. Un jefe de municipales no tiene competencias históricas,-aclaró reconviniendo.-Lo que he querido decir, amigo mío, es que ahora sus hijos tendrán que ir al cuartel y declarar lo que han visto. Son testigos principales...
-Ver, ver...,-tartamudeó mi padre,- no han visto nada: nadie ha visto nunca un fantasma. Lo que esta noche se ha oído en esta casa, lo han oído también otros vecinos...
Don Juan molesto no dio su brazo a torcer. Su deber era poner los hechos en conocimiento de la autoridad militar, esta es una ciudad ocupada, un pueblo en estado permanente de sospecha. Si han visto republicanos, es que hay republicanos...
Mi padre y todos nosotros tuvimos que ir al cuartel de la guardia civil, sito en una casa antigua como la nuestra con grandes escudos nobles en la fachada. La mañana era soleada, se veían pájaros en los tejados. Después de corta espera, el capitán nos hizo pasar a su despacho donde, antes de declarar, nos arengó sobre el delito que suponía ocultar enemigos en nuestra casa, gente republicana, rojos, según denuncias...
Mi padre negó categórico la denuncia.
-Lo que ocurre en nuestra casa es notorio en la ciudad: tenemos fantasmas. No sabemos cuantos, pero los tenemos y estamos asustados. Ya sabe como se sacó del pozo una calavera y como se ha encontrado ahora una galería, un túnel secreto que no sabemos donde va a parar...Nosotros no tenemos nada que ver en todo eso, todo el mundo sabe como yo soy adicto al movimiento...
-¿No serán presos escapados?,-terció el capitán.
Mi padre no lo sabía. Siguió contándole la pesadumbre que soportábamos desde hacía tiempo. La casa ha sido casa de refugiados, eso lo sabe todo el mundo, gente que vino huyendo de Málaga a raíz de la toma de la ciudad por las tropas victoriosas. Toda la casa se vio invadida por esa gente que no dejaban de pelearse entre ellos, discutir y mal vivir.
-Esa gente vivía de la indigencia y del socorro rojo. Entre ellos venía gente artista, músicos de flauta, guitarristas, cantaores y prostitutas de mal vivir...Esa gente tomó a saco la casa...Cuando nosotros vinimos a ocuparla en contra de mi mujer, ya esa gente se había marchado. Era una casa rota e infestada, llena de insectos y de malas ideas. Había carteles en las paredes con retratos de Lenín y de Largo Caballero que tuvimos que quitar con nuestras manos...Todos estamos enfermos por culpa de esa casa...
El capitán de los bigotes no parecía creer la historia increíble de nuestro padre lloroso, que juraba que nosotros nada teníamos que ver con esa gente...
-Yo le aseguro a usted, que ni mis hijos ni yo hemos hecho nada malo, no encubrimos a nadie, sino que padecemos la maldita condición de esa casa y estoy empezando a creer a mi mujer tiene razón, que lo mejor es salir cuanto antes de ella, irnos a vivir a otra casa con menos pretensiones...
-¿Pretensiones?,-inquirió el capitán.
-Si, porque esa casa fue cuartel de franceses cuando la guerra de la independencia. Allí vivía el gobernador militar. En nuestra casa, en la sala principal donde duermen mis hijos, el general firmaba sus sentencias de muerte. Mucha gente salió de esa casa para ser ahorcada...¿Comprende ahora?
-¿Todo eso es lo que usted sabe? ¿No tienen nada más que declarar?
-Bueno, en esa casa, durante unos años, vivió un marqués, el señor marqués de la Vega Verde, casado con una bailarina del cancán...
-¡Ah! ¿Usted se refiere al marqués que organizó aquella juerga de los globos?¡Demonio de marqués!,-celebró el capitán de los bigotes.
-El mismo, el mismo...
-Pero ese hombre murió en accidente aéreo...
-Es lo que dijeron los periódicos...
-¿Y no fue verdad?
Mi padre se dio cuenta de que se estaba metiendo en un terreno resbaladizo, él no sabía nada de ese accidente, solo se acordaba de cuando el señor marqués venía a la ciudad a bordo de un automóvil lujosísimo conducido por un chofer de gorra y guantes que le abría la puerta niquelada al bajar...
-Yo no se nada, solo me acuerdo de verlo con la señora marquesa, que era muy bella y salía en los magazines. Todo ese asunto del cráneo del pozo lo lleva el señor juez de instrucción, como sabe usted...
-Ya, ya...,-concluyó el capitán receloso.-Una pareja de la guardia civil se personará en su casa para hacer una inspección. Pueden marcharse, pero sepan que quedan a disposición de mi autoridad por si fuera preciso alguna verificación más. Buenos días.
Salimos como pájaros de una jaula, cariacontecidos, preocupados por el sesgo de los acontecimientos. Ese don Juan dolorido en su orgullo nos estaba echando los perros, no cabía duda.
Mi hermano mayor nos vino contando por el camino que esa noche abrió la puerta de nuestro salón la sombra de un hombre difuso vestido de militar con galones de barras en la bocamanga y con voz de sueño le habló del señor marqués...
A mi padre empezaban a asustarle aquellas confidencias nocturnas de sus hijos. Todos teníamos experiencias de fantasmas, los habíamos visto y hablado con ellos. Es verdad que algunos eran mudos, se limitaban a mirar, pasaban delante de nosotros como en una película, pero otros más vehementes se cogían a nuestra camisa y nos obligaban a oír sus penas y trabajos. No todos los fantasmas eran malos, más bien era gente desgraciada, gente si fortuna que no sabía dónde ir y por eso permanecían anclados en los bajos de nuestra casa...
Lo que ese oficial republicano le contó al oído a mi hermano mayor, es que el muerto que todos buscaban estaban tapado detrás del cuadro del negrero portugués, un individuo siniestro que se alistó a las Brigadas internacionales y alardeaba de matar negros indefensos. Ese sujeto no era marqués, era carnicero luso, asesino con otros del famoso rey don Carlos y de su sobrino, que luego se hizo pirata...
Pero mi padre no quería oír hablar más de esas historias que tanto nos estaban haciendo padecer. No quiso creer lo del cuadro.














Capítulo 12




Pasados los días eufóricos, una mañana, a pesar del calor, se presentó don Arcadio en nuestra casa acompañado de oficiales y albañiles dispuesto a concluir sus pesquisas judiciales.
-Señores, tenemos que felicitarnos por los descubrimientos históricos que hemos tenido la suerte de encontrar en esta casa,- dijo el señor juez como introito de su discurso.-Si no hubiera sido por el acierto de nuestras piquetas, habrían pasados años o siglos si que nadie conociera lo que este suelo encierra...Nosotros estamos aquí por otro motivo y no conviene olvidarlo. Estamos aquí para esclarecer la comisión de un crimen. El asunto de la galería se sale de mi competencia, corresponde a otra autoridad, nosotros vamos a lo nuestro. Es necesario que encontremos ese cuerpo y dejemos en paz a esta familia (se refería a nosotros) harta de tantas visitas. ¡Pobre mujer! (se refería a mi madre, permanentemente en su balcón). Lo nuestro es otra cosa.¡Somos la Justicia!
Se pusieron entusiastas los albañiles a trabajar esperando encontrar un tesoro empalado y dieron con el blanco del muerto.. Esta vez don Arcadio perspicaz lo tuvo claro. Su corazonada no le había engañado.
-Veamos lo que hay detrás del famoso cuadro de don Pedro. Nadie lo ha tocado nunca. ¿No les parece raro?
Se hizo como su señoría ordenó. Los oficiales solemnes descolgaron el cuadro 2m x 2m de la pared, dejando ver una puerta misteriosa sellada. ¿Qué es esto? ¿Qué esconde? ¿No será otra galería?...
Lo supo siempre la criadita, nuestra menina, riéndose a gritos.
-¡Ahí está el señor marqués!,-dijo antes de que nadie lo dijera.
El juez la miró con un sobresalto.
-¿Y tú como lo sabes?
-Porque me lo contó mi abuela, que vivió en esta casa y era la sirvienta de la señora marquesa.
-¿Y donde está tu abuela?
-Mi abuelita ya se murió, en paz descanse. Ahora es fantasma y me sale todas las noches. Todas las noches sale del sótano y sube a mi cuarto y me dice dónde está el señor marqués. Está ahí. Derriben el cuadro y lo verán...
Los niños y los locos dicen siempre la verdad.
Rompieron a golpes la puerta y, allí, detrás de la nube de polvo fétido, estaba, efectivamente, el señor marqués de la Vega Verde. Bueno, su cadáver revestido de calatravo. Abrieron la boca negra de lobo que apestaba a muerto. Olor a marqués decapitado. Olor a muerto reseco. No se veía nada, pero, con lámparas, se descubrió al fondo una cama niquelada antigua con escudo y, acostado, arropado y sin cabeza, estaba el esqueleto del marqués de la Vega Verde revestido de uniforme de caballero portugués, una cruz de calatrava y un collar de oro con escudo. Al pie, escrito, ponía su nombre y su título, alguien lo había escrito. Tenía las manos enguantadas, ensortijadas, los dedos afilados como dedos de tenedor devorados por gusanos... Ante la visión grotesca, todos se echaron atrás temiendo que el muerto se pusiera en pie. Nadie se atrevía a mirar el cadáver uniformado, asesinado, porque la cabeza sacada del pozo encajaba perfectamente en aquel rompe cabezas. Pudo comprobarse.
-No cabe duda de que la cabeza es suya. Este difunto es el marqués de la Vega Verde. Se acabó el secreto mortuorio. La Justicia ha cumplido.
Más siniestro y temible se volvió el cadáver cuando reconocieron en aquellos ojos sin ojos la mirada atroz del marqués cuando vivía y le gustaba ver caer sobre sus trigales los globos aerostatos que venían de París. Eran los mismos ojos codiciosos y lascivos.
-Pero, ¿quién lo asesinó?
Era la pregunta clave. Ya teníamos el muerto pero, ¿quién era el asesino? Se registró a fondo aquella sala escondida con mosaico. Parecía una cámara oculta, faraónica. Había roperos con trajes de hombre y de mujer, baúles atiborrados de camisas y faldriqueras, magazines y periódicos franceses, sombreros de copa, guantes, abanicos, zapatos, capas de terciopelo, abrigos de piel, retratos, muchos retratos del marqués niño, del marqués adolescente, del marqués en automóvil, del marqués en la ópera, del marqués en el Folies Bergere...Un rico equipaje que se supone cayó también al mar con el difunto y que las mareas habían arrojado a nuestra playa. Encontraron también una espada manchada de sangre, con la que seguramente fue segada la cabeza del marqués, arrojada a los profundos marinos del pozo encantado. De allí había salido para denunciar su muerte...
Nadie pudo contestar a la pregunta clave. ¿Y el asesino? Solo la criadita de ojos pícaros lo sabía.
-Mi abuela me ha dicho muchas veces quien mató al marqués...
Don Arcadio legal, hombre experimentado en pleitos y sumarios, no salía de su asombro, entre libros y legajos había olvidado lo de la sabiduría popular. Se lo había dicho su abuela fantasma una noche de vientos y tormentas, de relámpagos azules sobre la ciudad. La abuela le contó con lágrimas como el señor marqués engañaba a doña Rosita con una segunda bailarina del Folies Bergere, una tal Camila, de Marsella. Don Arcadio escuchaba escéptico la confesión de la criadita, una niña analfabeta, lista que muchas veces se hacía pasar por tonta.. Una abuela fantasma, ¡qué ironía! Contó la Josefa que aquel oficial con galones de barras, el comandante Ortiz, que se le apareció una noche a mi hermano, fue el que asesinó al marqués en el salón de estrellas y rombos, nuestro cuarto de dormir. Allí fue la discusión. El marqués pretendía sacarle a doña Rosita las alhajas que le regalara en tiempos de lujo, y doña Rosita se negaba. En ese momento apareció en escena el comandante rojo, hermanastro de la bailarina, sacó su pistola y le pegó un tiro en la frente al marqués. Horrorizada la marquesa, ordenó que quitarán aquella máscara espantosa de su vista, el rostro desfigurado del marqués disoluto, que el mismo comandante borró de su vista cortándole la cabeza ensangrentada y arrojándola al pozo, al fondo del Canal de la Mancha, como dijo, donde se perdió.
Don Arcadio escuchaba estupefacto.
-Y eso, ¿cuándo pasó?
-Eso pasó antes de que los rojos tomaran el cuartel de la guardia civil. Antes de los tiros. El marqués había venido esos días de Francia con su querida, que quiso meter en la casa. Discutieron con amenazas. La querida huyó esa noche temiendo por su vida y nunca se supo de ella. Mi abuela ayudó a vestir al marqués de caballero y a bajarlo al cuarto de abajo, donde se metían los baúles. Luego se colgó el cuadro del pirata delante de la puerta, un pariente suyo, quien lo ha guardado todo este tiempo. Los fantasmas sabían que el cuerpo del marqués estaba ahí.
-¿Y el perro? ¿Por qué mataron al perro?
-Mató el comandante el perro porque el animal intentó defender al marqués. Se le vino encima y lo mató. Mi abuela nunca se separó de la señora a la que quería como una madre. Doña Rosita era una santa, había sido bailarina y todo eso, pero ahora era una santa...Fue una viuda fiel del señor marqués...
Cuando el juez sabio escuchó de la criadita estas confesiones, dio por terminado el asunto. De esta triste historia nadie sobrevivía. Se autentificaron las declaraciones fantasmales, se dio por cerrado el sumario y todo quedó como estaba, que el señor marqués de la Vega había muerto en un accidente aéreo sobre el Canal de la Mancha.
-El comandante Ortiz, un anarquista, fue fusilado por los nacionales,- declararía el señor juez.-Se confirma la historia. Un tribunal de guerra lo condenó a pena de muerte. Se declaró autor de la muerte del marqués de la Vega Verde. He podido dar con su expediente militar...
Fue fusilado, con otros anarquistas en la Plaza, en la zona de solares y ruinas. Mucha gente, como en otro siglo, asistió a la ejecución del asesino que no quiso dar la espalda a las armas. Era ya el año 1940. Desde la cama, desde la misma habitación principal en que muriera a sus manos el marqués disoluto, nuestro salón de dormir, escuchamos aquella mañana los disparos de la fusilería y luego, salido el sol, veríamos desde nuestro balcón solitario pasar los féretros de madera sin pulir que transportaban sus cuerpos al cementerio. Los del comandante Ortiz y sus compañeros.
-Este asunto está finiquitado. No hay más que decir...,-aseguró formalmente don Arcadio, diciendo que con esta historia había llegado al final de su carrera judicial y que ese mismo año se jubilaba para dedicarse a la agricultura.
-¿Y la marquesa? ¿Qué fue de ella?
-La marquesa murió poco después en brazos de su criada fiel y su tumba está en el cementerio. “Doña Rosita, 1935”,-dijo don Juan, y lo contó además en su opúsculo anual. Como lo contaría con detalle nuestro periódico semanal con una foto de madame Rosita en sus años espléndidos, una belleza, bailando en el Folies Bergere.
Don Juan, con el pelo cano, siempre dramático, recordaría a la señora marquesa, a la francesa, como también muchos la llamaban, vestida de riguroso verde, con pedrería, joyas de perlas hasta el cuello.
-Era una mujer bellísima que había conocido reyes y duques y se paseó por toda Europa en los mejores automóviles de la época...¡Hasta duelos hubo por ella! Al final de la vida, renegó de todo aquello y se vino a morir a su pueblo, sin sospechar la tragedia que le esperaba.
-¿Y no se hizo fantasma?
El jefe del orden sonrió.
-Qué curioso, fue la única que no se convirtió en fantasma, ni ella ni el señor marqués descuartizado. Hay vidas que parecen novelas...Yo me pregunto si estaré viviendo mi vida o seré un personaje dramático. Creo que el drama supera a la vida...
Eran comentarios de un actor melancólico que vivía su drama personal. A cada instante tenía que imaginarse que la vida es sueño y que el sueño es un teatro donde la vida se representa sola...Todos somos actores de nuestro papel...¡Somos puro teatro!
Mi padre admirador de don Juan lo miró conmovido. Difícil papel el suyo...






Novela por entregas

Autor: José Asenjo Sedano, 2008

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