jueves, 1 de mayo de 2008

JUAN RAMÓN JIMENEZ, PREMIO NOBEL





OCTUBRE, mes de nostalgias, de sueños perdidos, añoranzas y tristezas, nos trae el recuerdo de la concesión -1956- del Nobel de Juan Ramón Jiménez, el poeta de 'Arias Tristes' y 'Animal de Fondo', en Puerto Rico. 'El olvidado inolvidable', en frase de Francisco Umbral. Recuerdo mis lecturas juveniles por esos años de su Segunda Antología Poética, libro de cubiertas amarillas, que leía en mi pueblo coronado de nubes. Juan Ramón y García Lorca.También Juan Ramón era de pueblo. «Nací en Moguer -Andalucía- la noche de Navidad de 1881. Mi padre era castellano y tenía los ojos azules; mi madre es andaluza y tiene los ojos negros. La blanca maravilla de mi pueblo guarda mi infancia en una casa vieja de grandes salones y verdes patios...», contaría en la revista 'Renacimiento', a petición de su director Gregorio Martínez Sierra. Azules, negros, blancos y verdes de su niñez tan próximos y lejanos, en esa duda de su alma entre poesía y dibujo, línea a veces tan difícil de distinguir como ocurre en otros poetas... Recuerda las tardes «cuando salía de la escuela y el cielo estaba rosa y lleno de aviones...» Paisaje de pueblo.Estimulan estos recuerdos del poeta, la tarde, las casitas blancas, la noche «brumosa y ya morada», las «vagas claridades malvas», el camino «que sube lleno de sombras», la «fragancia de la hierba»... De pronto, dice, aparece un hombre y Platero se asusta:-¿Va argo?,-le pregunta.-Vea usted... Mariposas blancas...Porque en 'Platero y yo' está la historia de su vida más recóndita, su niñez de ensueño, colores y sabores, el pozo y la palabra, la aurora... Los pueblos junto al mar o junto al río, Genil en Lorca, a la sombra de una sierra, ayudan a comprender el misterio de las palabras como juncos, agua o cielo, poesía, la belleza del otoño que se transforma y todo lo convierte en chopo luminoso, lanzas grises y puntiagudas junto al río, siempre un cielo azul y transparente. Es la idealización cromática del paisaje, tan vivo en la poesía de Juan Ramón, tan subido y mágico. «La tierra lleva por la tierra; mas tú, mar, llevas por el cielo...»«Eres, dulce paisaje, igual que una mujer...»Fue en octubre, como este, cuando Juan Ramón recibió en Puerto Rico, su hogar, la noticia del Premio Nobel a su obra, «ejemplo de alta espiritualidad y pureza artística», como dice el diploma oficial de la Academia sueca. Alegría y pena por recibir el premio en circunstancias dramáticas, porque su esposa, Zenobia, se moría... «En cuanto a mi, nada tengo que decir», declaró a un periodista americano. Tres días después, falleció su amiga y compañera. Cincuenta años de la muerte de Zenobia Camprubí. El poeta no tuvo opción entre la alegría del premio y la pena de la muerte de su amada: tuvo que aceptar, como siempre en su vida, entre la luz y la noche, entre la vida y la muerte.«Ven. Dame tu presencia,que te mueres si mueresen mí... ¿y te olvido!¿Ven, ven a mí, que quiero darte vidacon mi memoria, mientras muero!».Cuenta Francisco Hernández Pinzón, sobrino del poeta:-«El día veintiocho, cuando murió Zenobia, estábamos en la habitación del Hospital el doctor Valle, Juan Ramón y yo. Él tenía cogida la mano de Zenobia y no se dio cuenta de su último estertor. El doctor se acercó a él y le dijo: Don Juan, todo acabó. Empezó a gritar, me zarandeaba diciendo: "¡Mentira, mentira, no lo creo!" No comió ese día y no quería apartarse del cadáver, deseaba llevárselo a su casa. Las semanas siguientes fueron terribles: tenía la obsesión de la muerte. Me decía que yo lo tenía que matar...»«¿Qué angustia! ¿Siempre abajo! Me parece que estoy en un gran ascensor descompuesto, que no puede -¿no podrá!- subir al cielo!».Zenobia y el Mar fueron los dos amores de su vida. El mar de su infancia y aquel otro de la Bahía de Cádiz, cuando sus padres, con once años, lo llevaron a estudiar al colegio de los jesuitas del Puerto de Santa María. La Bahía es un cielo plateado y luminoso, blanco, dorado por la tarde, coso de buques de cabotaje, barcos a remo o vela, dársenas con petroleros catedralicios muñidores de travesías lejanas. ¿Cuantas veces estuvimos cerca de ese mar surcado de aves marinas y peces voladores! Desde Apodaca, hacia los Puertos, en la noche, el juego de los fanales verdes, blancos y rojos recorriendo la orilla hasta Rota, un espectáculo... Rugen las sirenas de los barcos, el humo, el trotar del acero hendiendo el agua espumosa... Bahía de los poetas...- «Mar me llamo. Cielo liso».- «¿No ves el mar? Parece anochecido...»- «Aun cuando el mar es grande,como es lo mismo todo,me parece que estoy ya a tu lado...»Vázquez Díaz, su paisano y mejor amigo, pintó a Juan Ramón con sus ojos grandes y melancólicos, la nariz de águila, la barba de soñador...En España se recibió con alegría la noticia del Nobel a Juan Ramón. El anterior concedido a un español, a Benavente, hacía treinta y cuatro años. Habría que esperar a 1977 para que, a otro andaluz, Vicente Aleixandre, se le otorgara también con todo honor y merecimiento. Todos los grandes escritores del momento manifestaron su satisfacción por el premio tan justamente concedido a un poeta total.Fue Zenobia la que le dio la noticia a Juan Ramón. Lo sigue contando su sobrino, que se desplazó a Puerto Rico. «Cuando yo llegué, ella estaba en el Hospital Miniya, donde murió. Me dijeron que Zenobia tenía que darme muchas instrucciones, quería verme cuanto antes para prevenirme, teniendo en cuenta las rarezas de mi tío, sus tremendas neurosis. Zenobia me advirtió que durante la comida, Juan Ramón tenía la costumbre de hablar con Dios en voz alta y, en esos momentos era cuando explicaba (entrevista a Pilar Trenas) las cosas que le pasaban por la cabeza. 'Nunca le contestes ni contradigas-me dijo Zenobia-, tu escucha como si oyeras llover, porque si no se pone a discutir y ya no come'. Fue ella la que le dio la noticia, de la única manera que solo ella podía hacerlo, casi maternalmente».Ese mismo mes y año, don Pío Baroja moría en Madrid y sus restos serían sacados de su casa a hombros de dos premios Nobel, Ernest Hemingway y Camilo José Cela...«A mediodía Platero estaba muerto. La barriguilla de algodón se le había hinchado como el mundo, y sus patas, rígidas y descoloridas se elevaban al cielo».- «Si. Yo sé que, a la caída de la tarde, cuando entre las oropéndolas y los azahares, llego, lento y pensativo, por el naranjal solitario, el pino que arrulla tu muerte, Platero, feliz de tu prado de rosas eternas, me verás detenerme ante los lirios amarillos que ha brotado tu descompuesto corazón...»Epitafio para un poeta, que nunca escribió para niños.
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