José Asenjo Sedano venía rondando alrededor del Nadal. Desde la calle barcelonesa de Consejo de Ciento ya nos llegaron tres novelas precursoras de este premio. Primero fueron “Los Guerreros”, recortados sobre un Guadix sin trampa, con los perfiles claros de su catedral y sus entornos. Todo tenía allí perfil, hojas de calendario, anécdota, diálogos amplios, referencias concretas a una Granada próxima con su colegio precioso del Sacromonte. Eran los Montescos y los Capuletos de un Guadix a medio situar entre los nombres propios y los castillos legendarios de un siglo XVI y esos otros nombres y retazos biográficos que anidan por entre los vasos de un café con leche en el casino. Allí estaba todavía Pedro Antonio de Alarcón. Por la plaza cruzaba algún canónigo; por los signos de puntuación, y por muchos otros rasgos de precisión al relatar, paseaban muchos Azorines leídos con fervor. Al autor no se le iban de las manos ni los personajes, ni las cuerdas que los movían, ni el material expresivo tras el que se ponían de pie. Con “Los Guerreros”, Guadix volvía a irrumpir en el arte de la fabulación, como en los días de don Pedro Antonio...pero nuestras generaciones habíamos ta filtrado el virus de la retórica a través de las páginas azorinianas, tan olvidadas hoy, pero tan vez inconscientemente asimiladas por los hombres de letras.
Después asomó a las librerías “Crónica”. Con esta novela el autor descubre las posibilidades literarias de jugar con el tiempo, aquello que logró Proust inaugurando una época literaria. Seguimos dentro de la misma geografías, pero la catedral de Guadix se ha desdibujado: se han reducido los diálogos, se han depurado también los signos de puntuación; las referencias a la cercana Granada no son ya de vivencia inmediata. El autor alterna las maneras de Azorín con los cartones de Valle Inclán, sobre todo cuando tiene que calzarle a sus personajes algún zapato de charol con hebilla de plata o abotonarle una serie colorada que le baja desde el cuello.
Monumento Carlos V, Plaza Universidad de Granada.
Acaso sea la misma tradición mediterránea que encarna en el “Gatopardo”. El escritor no crea desde Guadix, y a su máquina de escribir salpican aguas saladas de Cádiz o Sanlúcar de Barrameda. Por eso los nuevos aires de su novela se llena de cosas invisibles. Y las últimas páginas de guerra civil oscilan entre relatos recientes y latentes recuerdos de meridional. Dentro de la novela se engastan cuentos aislables, como el del obispo al que le piden que eche a volar con toda aquellas guardarropía de estolas, capas, casullas, roquetes, albas, cíngulos en torno a su ilustrísima. A esa altura de “Crónica”, el escritor se regodea con los recuerdos de otra novela que ya tiene escrita: “El Ovni”. Asenjo Sedano escribe desde muchas Andalucías: En “El Ovni”, la geografía es más incierta para que se claven mejor la tierra las figuras de su papel de aleluyas, de su literatura de humor. Ya no son personajes reales del casino, ni de la misa de doce, ni de domingo estrenando calcetines o camisas. Son personajes de cartón para una literaturas de ficción que se mueve en torno al objeto que llega por los cielos trastornando al pueblo. El escritor escribe seducido por el cine, por el cine que sedujo los años finales de Azorín. Cine puro son las páginas en el que el alcalde, la corporación municipal bajo mazas y con el pendón de la ciudad, la banda de música y el concejal asmático y con las lentes a punto acuden, con todo el mundo de chaqués, a saludar a un “ovni” que pasa de largo. Acaso el Guadix que el escritor oculta sea más Guadix que los anteriores, aunque esté caprichosamente deshecha la catedral en otras torres y con otras campanas que las escenas del papelín de aleluyas demandan. Y es que el novelista se fabrica sus propios paisajes, trae a los personajes para meterlos en su farsa, pone música y ruidos a su texto; pinta y dibuja en ellos lo que le viene en gana.
Los niños de la guerra
Después de estas tres novelas, el escritor estima que puede trazar otra novela amasando los recuerdos de su propia niñez. Al contrario de lo que hace todo escritor novel, Carmen Laforet, que inaugura los premios Eugenio Nadal, nace la Barcelona recordada de posguerra; Asenjo Sedano es ahora cuando llega a desentrañar sus recuerdos del Guadix de su niñez, cuando Guadix apenas se reconoce a través de referencias concretas. El tema tiene muchos abolengos: en el cine, los ojos de López Vázquez han recordado, tras el embozo de la sábana de 1936, los días de aquella guerra civil de un niño de trece años; Luis de Castresana evocó los niños bilbaínos que fueron extrañados y plantaron “el otro árbol de Guernica” en la Chaussée d’ Alsember, en Bruselas. Este es el mayor acierto de “Conversación sobre la guerra”: otra vez acertar a jugar con el tiempo, sólo que el escritor ahora tiene ya mucho oficio. Junto con Francisco Ayala, encarnan los dos escritores granadinos vivos que tienen más oficio. Las librerías están hoy llenas de literatura de goma arábiga, de recortes, de pegadizos, de ediciones. Asenjo cultiva el periodismo, y contra lo que sería usual, no necesita la hemeroteca para trazar su novela. Es la historia de quienes fuimos los niños de la guerra. Hay mucha realidad en sus vivencias, pero cuando la literatura se deslinda de verdad de los historiográfico, estas vivencias se convierten en pura fabulación; el autor inventa, crea ficciones, pero estas imaginaciones cobran en su palabra realidad de acontecimientos históricos. Hasta el final de la novela no afloran nombres propios, con lo fácil que le hubiese sido salpicar la narración con los nombres de los militares y de los milicianos de turno.
Pórtico Universidad de Granada.
Muchas veces el escritor denota que es mas escritor por lo que es capaz de callarse que por lo que es capaz de decir. Recursos de las tres novelas anteriores se desbordan más, como las armonías imitativas, las onomatopeyas: tris, tras,tris,tras de los pasos de muñeca rota de su abuela entre el quiquiriquí, el chicoleo, el gorigori, el ronroneo, el cacarear y el plaf, plaf de la punta del bastón. Los elementos poéticos, la prosa poética empaña y empasta el paisaje. El escritor acierta en su meticulosidad al transmitirnos las sensaciones de la realidad: esa voz que se deshacía como un pitisut, esa otra voz de frambuesa, esos ojos de mermelada, esos labios con sabor a cereza. Estos son los grandes zarpazos de realismo en su prosa y no las lentejas de los días del hambre, ni el picor de la sarna, ni las nubes que cruzaban hacia la batalla del Ebro. Valery Larbat dijo con toda nitidez, que una vez que el escritor escribe su obra, ésta se independiza y cualquier lector puede interpretarla con la misma o mayor validez. Tan importante es lo que a mi, lector, me dice Madame Bobary como lo que ideó Faubert: lo trascendental es lo que al lector le inspira el “Lazarillo”. Esta es la gran fuerza y la eterna actualidad que tienen las obras de los clásicos: es decir, lo único por lo que realmente son clásicos.
Profesor Gallego Morell, en su domicilio.
La guerra como telón de punto
“Conversación sobre la guerra” es la conversación de un niño, sobre todo con su abuela, y con la contienda al fondo. Es una novela limpia de elementos anecdóticos, sin material extraliterario, sin precisiones cronológicas, sin afán testimoal, plena de elementos poéticos, sin apenas nombres propios. Pero por eso la contienda que late, que se dibuja al fondo, no puede ser otra que la guerra civil española del 36. Sus antecedentes no son los usuales, ni el asesinato de Calvo Sotelo, ni las tensiones de la II República, que se quedan como inevitables para la literatura en fascículos y de quioscos. En la primera parte de la novela sólo surgen como nombres propios aquella ahogada Gertrudis que cuentan que sacaron del pozo con las manos anilladas de gladiolos o aquel rey que vino a cortejar a la bisabuela María del Carmen.
La novela está escrita desde hoy, recurriendo a la mirada del niño de ayer; como narración tiene la suficiente carga de ambigüedad para hacer viva y real la situación que pinta. Los ojos del niño captan que los que luchan acaban sin saber por lo que luchan y que a la postre nadie sabe quién ha ganado de verdad, como acontece en todas las guerras civiles. El acierto de Asenjo Sedano ha sido crear el climax. La Gerona de Gironella acusa sus perfiles a golpes de recortes de prensa; este Guadix, que no aparece por ninguna página, se alza en toda la novela desde insinuaciones puramente literarias, como en algunos cuadros de Velásquez, la Casa del Campo está en el lienzo sólo por la veladura de una nube. “Conversación sobre la guerra”, es la conversación de un niño, pero la novela es una novela sin protagonista, si es que no admitimos que el protagonista sea el aire, que unos días huele a flor, otros a lluvia recién revuelta en barro o a carne de mulo en rl plato del almuerzo, a la misma bazofia que lleva a sus relatos Malaparte. Solo que Malaparte cultiva para la literatura la hemeroteca y el magnetófono, y este otro escritor, que frecuenta las redacciones de los periódicos, se empeña en enredar su acción dentro de una tradición andaluza, la tradición en prosa de “Platero y yo”. El tema en Juan Ramón es intrascendente; Moguer, en cambio, es elevado a símbolo. Este Guadix, que apenas es Guadix, es el símbolo de la guerra. Y el escritor se deja en la pluma la nota más característica de aquella guerra concreta, que fue una guerra en la radio. En “Conversación sobre la guerra” no surge un solo aparato de radio, ningún viejo Telefunken. Y al final, el hijo regresa con las dos piernas amputadas –de un bando- y las dos hijas que vuelven con las cabezas rapadas –desde el otro bando- convierten las últimas páginas de la novela en unas páginas de esperpento.
A veces la guerra es el cruzar solitario de un solo bombardeo o media docena de camiones que cruzan por la carretera hacia la guerra o que vuelven de la guerra. No hay trincheras ni casa matas. Esas cosas, en una guerra civil, es lo menos importante. Lo de veras decisivo son las desgarraduras interiores de una casa, de una familia. Lo de menos es la batalla del Ebro, lo que crea un clima es lo que sorprenden los ojos del niño. Lo demás está en todas las hemerotecas. Pero aquel alarde de fumerío, de risas y de tijereteo de piernas, significa que la novela se estira sin precisión, su geografía es perfectamente transportable. Esta es la literatura que alcanza perdurar. Es una guerra en que cuenta más el resplandor de las nubes iluminadas por ráfagas repentinas que el ruido de los cañones...y eso que este novelista gusta tanto de recursos sonoros. Los aviones cruzan con zumbido de moscas sobre un pastel: porque la guerra es evocada desee una atmósfera de interior, esos interiores que literariamente descubrió Gabriel Miró. Y es que el niño que hilvana los recuerdos de su “Conversación” apenas salió a la calle durante los días de la guerra hasta que, en septiembre de 1939, cuando los alemanes invaden Polonia, empujaba una puerta con timidez y pedía permiso para entrar. Era su primer día de escuela y la mejor página de todo el libro.
¿Desde dónde nos trae su novela Asenjo Sedano? El pie de imprenta nos dice que desde Barcelona. Pero en la prosa se cruzan Guadix y Cádiz, Granada y Almería: toda una Andalucía en la que no nació Azorín, pero que se dejó llevar por la nueva prosa. Porque lo caracteriza a esta novela, entre otras muchas cosas, es que está escrita con primor, y en este año 78 somos muchos los lectores que agradecemos al escritor que ponga esta nueva cinta en su máquina de escribir.
Profesor Antonio Gallego Morell, autor de este artículo.
Antonio GALLEGO MORELL
Catedrático de Literatura
Universidad de Granada, 1978
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