Sierra de Lújar.
In memoriam de Pepe Corral Maurell.
Pepe Corral. Nos encontramos la primera vez en la casa del poeta Rafael Guillén. No sé si por azar, tomó una de mis novelas que estaba en la librería y la leyó de corrido. Le alucinó (me contaría después) el mundo desolado, extraño e inhóspito de Crónica, mi novela de Guadix. Fue como si se asomara a un abismo y, desde entonces, no pudo librarse del vértigo que, a muchos, da mi pueblo. Fue por eso por lo que se dedicó a regalar a su costa ejemplares de la novela y a enviar, incluso a mí, postales del paisaje de Guadix, que tanto le impresionaba. Fruto de aquella lectura fue un artículo que publicó en Ideal, en la rueda de los días, (su sección), hace ya muchos años.
Por entonces yo era ciudadano de Cádiz. Hacía varios años que yo había dejado atrás la torre de la Catedral de mi pueblo. La torre, los inviernos y sus muchas soledades. Hasta el resplandor de la nieve sobre la Sierra. Guadix, todavía era el Guadix de Alarcón y quizá el de Mendoza y hasta el de Mira de Amescua. Un Guadix recoleto, pobre, amurallado en sí mismo. Era el Guadix de la posguerra. No había cambiado aparentemente, pero eran muchas las cosas que ya no serían lo mismo.
Era ese Guadix contado el que a Pepe Corral le atraía y por eso se convirtió en su mejor propagandista. Se convirtió en mi amigo. Un día me presentaría al antropólogo Manolo García Sánchez, una de sus admiraciones, a quien había hecho llegar mi novela. Otro día -yo ya estaba en Almería- nos conoceríamos personalmente. Desde la ventana de mi despacho del Instituto Social de la Marina, se veía el puerto pesquero y el astillero arsenal donde todavía se fabrican esos pequeños barcos que navegan por nuestro mar. Con el olor marino, hasta nosotros llegaba el olor de la madera recién cortada, del barniz y de la brea. Se fue entusiasmado con ese primer encuentro con este mundo -el de los pescadores de bajura- que él había vislumbrado en los amaneceres de Almuñecar (Sri Lanka).
Nos vimos algunas veces más. Nos escribíamos. Sobre todo durante sus largas estancias en Kammandú (léase Capileria). Desde tan alto mirador, se sentía vital y fantástico. Las cartas de Pepe Corral Maurell llegaban en catarata, salpicadas de nieve y de plantas aromáticas. El esplendor del paisaje, lo sumía en éxtasis y le hacía lúcido, transparente como el aire serrano. Me escribía este verano: "Sin pretenderlo, también formamos parte de los demás". Y me remitía fotocopias de artículos periodísticos y de cartas de amigos comunes, de Rafael o de Paco Izquierdo, llenas siempre de cariño y de sana ironía. Me hablaba de su gato.O de Aurelio, el pintor gaditano vecino suyo. Parafraseaba a Matilde Molina de Haro y me decía:" Se escribe, para no morir..."Me hablaba de su pariente Melchor Fernández Almagro o de su tío el marino Emilio Diaz Moreu o de don Ramón Maurell...Y de sus raices de Úbeda...Y de las gaviotas argentadas (blancas y negras), distintas de las gaviotas entreveradas (del color de la playa), de las que quedan pocas...Me elogiaba las reflexiones de Ruiz Molinero, por el que sentía verdadera admiración...
Para que me hiciera una composición de lugar, en carta de septiembre pasado, me describía su situación en Kammandú: "Superar el tiempo entre la espuma de la cascada del viejo molino bizantino de Asquasiar, rodeado de flores amarillas, oréganos y mastranzos, húmedas y perfumadas, flexibles juncos y mariposas, es una sana cura física y espiritual. Al norte, aquí mismo, mientras te escribo, el Veleta y el Mulhacén, al Sur el Mediterráneo por los huecos que Sierra de Lújar deja a cada lado y, al frente, disimulada por las rocas, La Atalaya, refugio de los budistas malayo-tibetanos donde no cesan los turnos en la búsqueda de la paz consigo mismos..."
Capileira (Kammandú)La verdad es que, desde mi última, esperaba carta suya de un día para otro. Más, sabiendo que se encontraba de paso en Granada de regreso de Sri Lanka. Ya sé que esa carta no llegará. Por una llamada telefónica he sabido el motivo: Pepe Corral Maurell (escritor, periodista, poeta, arqueólogo, amigo...) se ha muerto. Muerto sin tiempo de avisar a nadie. Muerto de tal manera quea uno le cuesta que se haya muerto. Es más fácil pensar que Pepe Corral se ha vuelto a Capileira, su Capileira, a Kammandú, donde efectivamente lo han enterrado, cerca de las cumbres que pronto se cubrirán de nieve y de cielo. De esperanza. Como en unos versos suyos que me remitía hace poco, estará:
allí donde la lluvia
se apiada de la tierra
y las lágrimas llegan
en ansia de ternura...
De regreso a Kammandú, donde, como dice Rafael Guillén, vivirá en estado de imaginación permanente, creando un mundo fantástico y en paz para él y para sus numerosos amigos...
JOSE ASENJO SEDANO
(Del libro "El Mirador de San Fandila", colección de temas accitanos, Excmo. Ayuntamiento de Guadix, 2001).
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