sábado, 29 de noviembre de 2008

TRAFALGAR 1805-2005










Cuando hace años, 1960, llegué a Cádiz, la ciudad milenaria languidecía como una isla en el mar. 15 de septiembre, noche ya, el Paseo de Canalejas, junto al Puerto, resplandecía solitario de un verde vegetal. Eran los tiempos renovadores del marqués de Villapesadilla, los tiempos fantásticos del Trofeo Carranza. Relucían en la bruma las altas chimeneas de los buques trasatlánticos que viajaban a América con emigrantes españoles. Los vería todavía despidiéndose con pañuelos blancos, el bramar de las sirenas y los sones de Suspiros de España. Lágrimas y pañuelos también en los muelles por aquellos hermanos y amigos que muchos jamás volverían. ¿Qué sería de ellos? El trasatlántico no tardaría mucho en perderse por la Punta de San Felipe hacía la Bahía y la mar abierta...
Muchos años pasé en Cádiz, la ciudad mercantil y marinera, cuna de libertadores. En ese tiempo florecía su industria naval, los grandes astilleros, la botadura de gigantescos petroleros que convertían a la ciudad en un festival. Músicas, pitadas de los grandes y pequeños buques surtos, alegría de una ciudad próspera. ¡Bellos recuerdos aquellos de la Bahía, la Bahía de los barcos y de los poetas: Juan Ramón, Alberti, Cernuda, Pemán y tantos más! La Bahía como un espejo al atardecer, en la bajamar cuando las luces verdes y rojas de los Puertos –Puerto Real, Puerto de Santa María- comenzaban a florecer en la lejanía. Cuando los ánsares pasaban hacia Doñana y las pequeñas embarcaciones rompían el agua hacia las Puercas, mar adentro...
La Bahía también de la batalla de Trafalgar. De los grandes navíos de la Combinada francoespañola, refugiados allí por una decisión inútil de su almirante. Durante mi tiempo de Cádiz oiría hablar muchas veces de la famosa batalla y sobre todo del heroísmo de una ciudad en aquellos momentos trágicos. “La mar no se cansaba de arrojar a las playas muertos desfigurados, muchos de los cuales apenas podían identificarse. Todo Cádiz era un cementerio.” (Carta del capitán Sevilla).
Cinco años de mi arribada a Cádiz, se hablaba de los ciento cincuenta años de la batalla y, con motivo de su conmemoración, la Diputación Provincial publicó un interesante estudio, “Los días de Trafalgar”, del erudito gaditano Augusto Conte Lacave, prólogo de Miguel Martínez del Cerro. Augusto Conte, que poseía una de las bibliotecas y uno de los archivos particulares mejores de Andalucía, cosa no rara en Cádiz incluso en ese tiempo, formaba parte de aquellos ilustres gaditanos que llegué a conocer, como eran Cesar Pemán, Gener Cuadrado e incluso el mismo José María Pemán, a quien recuerdo paseando por la ciudad con su amigo el dominico Padre Vicente, muerto no hace mucho en Almería, y presidiendo la Academia Hispanoamericana, ya muy deteriorado, de chaqué, recibiendo a Jesús de las Cuevas y a Juan de Dios Ruiz Copete. Pemán era muy visible en la ciudad, en su Plaza de San Antonio...
El libro de Augusto Conte tiene el mérito de ser un estudio sobre la batalla de Trafalgar escrito en el mismo Cádiz, con testimonios casi de primera mano. Avisa en advertencia preliminar que aunque no lo parezca, “ hay muchos puntos oscuros que esclarecer, muchos detalles dispersos que reunir, muchas informaciones curiosas que recordar y aun lo conocido, en este como en otros hechos históricos, se puede y debe todavía enfocar desde nuevos ángulos de visión.”
Los planes de Napoleón, como es sabido, fueron descritos por el mismo Tayllerand: “Mi resolución está tomada. Mi escuadra ha salido de El Ferrol el 13 de agosto. Si en virtud de mis instrucciones se une a la de Brest y entra en el Canal de la Mancha, todavía tengo tiempo para enseñorearme de Inglaterra.” Pero esto no sucedió, ya que la escuadra cambió su rumbo e incompresiblemente se dirigió a Cádiz, que fue su muerte.
La escuadra quedó inmovilizada a causa del levante en calma, viento trágico, que impidió su salida de la Bahía, como hacía años le pasó a la escuadra del almirante Bruix, que tardó tres días en salir de puerto. No podía abandonar la Bahía la Combinada y cuando lo hizo por imperativo imperial, fue para sucumbir bajo las baterías inglesas de Nelson y de Collingood, ayudadas por el terrible temporal del Suroeste que destrozó aquellos bellísimos navíos de velas y varios puentes, orgullo del mar. Cuarenta mil hombres, sesenta y siete navíos y cinco mil cañones se encontraron en aquella batalla, la última batalla de barcos a la vela, también la última batalla entre caballeros, que antes de entrar en combate, vistiendo ambos contendientes sus mejores galas, desenvainadas la espadas, arengadas las tropas, al viento banderas y estandartes, se prepararon para una lucha sin cuartel. Perdieron la vida diez mil hombres y se hundieron veinticuatro navíos. En la larga lista de muertos: Nelson, Churruca, Alcalá Galiano...Gravina herido, Villeneuve, cuyo barco el viento arrojó contra las rocas del castillo de san Sebastián, fue cogido prisionero...
La obra de Conte se completa con numerosos apéndices, cartas privadas sobre la batalla, noticias de desaparecidos, ¡tantos tristes recuerdos que la vieja ciudad vivió desde sus murallas, entregada sin distinción de banderas al socorro de tantas y tantas víctimas! Cádiz, ciudad heroica...
Buena idea esa de rendir homenaje a tres bandas, España, Gran Bretaña y Francia, en el escenario de aquel mar insólito, a los héroes caídos, casi cinco mil, en aquella memorable batalla. “Honor y gloria a los héroes de Trafalgar”. Doblaron a duelo las campanas de Cádiz, las mismas que hace doscientos años, como lo hicieran también, por decisión de Reino Unido, todas las campanas de la Commowealth..


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Faro de Trafalgar

José ASENJO SEDANO


(Artículo publicado en el periódico IDEAL, de Granada, el 25 de octubre de 2005)

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