Tomó la lámpara y la puso en la mesa. Se derramó su luz sobre el tapete, el libro abierto, el vaso de agua y la bandeja. El restó quedó en penumbra. Alejó la sombra los restantes objetos de la sala, pendientes ahora del círculo de luz de la mesa. En la ventana, la noche se perdía en el reflejo interior, como en un espejo. Tuvo que hacerse sombra con las manos para poder descubrir el mundo enigmático de la calle. El apagón, por lo visto, había sido general: toda la ciudad estaba a oscuras. Sólo el faro de algún automóvil que subía por la calle Altamira, se hacía visible en el cruce con la calle Marañón, para perderse enseguida.
Repentinamente se hizo presente el goteo del grifo del lavabo. Hasta entonces no había reparado en ese goteo torturante, que no pudo silenciar pese a las vueltas que dio a la válvula de cierre. Tendré que llamar al fontanero: ¿Cómo se llama ese del barrio alto? Estaba convencida de que existe no se sabe qué correspondencia entre sombra y silencio y que es, entonces, en ese contacto entre la una y el otro, cuando hay cosas o sucesos que se hacen vivos... Se retiran los pájaros del día, para que salgan los pájaros de la noche... Le hizo sonreir la ocurrencia. Se pasó la mano por la frente, el pelo, en un gesto mecánico y habitual, inadvertido. La tiniebla le producía no se qué desasosiego, un temor estúpido, como si de ese mundo oculto de la noche, salieran a su encuentro los fantasmas que habitan allí, como nosotros vivimos aquí...
Intentó retomar la lámpara con intención de salir al pasillo y comprobar si estaba echado el pestillo de la puerta. Qué tontería: sólo hace unos minutos que la he cerrado con llave y echado el pestillo de seguridad. Dejó la lámpara en su sitio, se sentó y tomó el libro que tenía abierto en la mesa: El Evangelio según San Juan, que le regalé el día de su cumpleaños, con las cubiertas de piel y laminación de oro. Lo tiene abierto por el capítulo once, donde se narra la resurreción de Lázaro, el hermano de Marta y María. Observa por un momento cómo a Marta le repele la posibilidad de contemplar vivo a su hermano muerto de cuatro días. Hubiera detenido esa decisión firme del Maestro pidiendo que retiraran la losa y ordenando con imperio, a la vista de todo: ¡Lázaro, veni foras!...
La escena, que se viene a su mente, le aturde y la estremece. Es por eso que levanta los ojos, queriendo huir de la figura macabra del resucitado. ¿Quién se atreverá a quitarle el vendaje y sacarlo de esa segunda tumba que es siempre una mortaja? No quiere pensar en esto, tal vez porque se acuerda de mí, de cuanto tuvo, con ayuda de euxiliares y enfermeros, que envolver mi cuerpo maltrecho por aquella larga y cruel enfermedad, como dijo la necrológica, con aquella sábana hospitalaria...
Intento hacerme presente soplando sobfe la lámpara, me aproximo a ella, susurro inutilmente a su oído...Por la manera como une sus manos, por su mirar constante a la ventana reclamando luz, por el nerviosismo, sé que me presiente, aunque ella interiormente lo achaque al apagón y a los recuerdos. Es por eso que intenta alejarme, dejando de pensar en mí...
No sabe que estoy a su lado, que releo lo que lee y que, mirándola de frente, llevo rato diciéndole que estoy aquí, que soy yo, que necesito su ayuda para acabar este largo viaje por la eternidad que comencé el mismo día, en el mismo instante, en que con su mano temblorosa cerró mis ojos a este mundo, su mundo. Desde entonces no he dejado de viajar, de ir de un lado para otro arrastrado por un viento irresistible...Necesito su ayuda para alcanzar, por fin, mi reposo...Le grito que me desate como a Lázaro de las vendas de su mundo y le libere, pero no me oye...
Cierra los ojos y se hunde en el olvido. Se duerme y me aleja de sí. Me siento otra vez llevado por este viento hacia el extremo de la Tierra. O del Universo. La luz de la lámpara tiembla en su fanal. Así se pasa la noche, sentada en su butaca, ojerosa y dormida...
Amanece y la luz vuelve. Abre los ojos y, mirando a todas partes, tiene la sensación de que Aurelio ha estado aquí, de que lo ha oído escribir a máquina en su despacho como hacía tantas veces. Se asoma a la ventana y se ve la calle desierta. Pasa el autobús de Torrecárdenas. Oberva a los viajeros en sus asientos rojos o amarillos. ¡Qué larga y extraña ha sido la noche!
Se queda pensativa, apoyada la cabeza en el cristal de la ventana. Luego apaga la lámpara que se extingue en el fanal. Enfila el pasillo y entra en el cuarto de baño. Se mira en el espejo y descubre sus ojeras, su boca, la punta de su nariz. Se palpa la mejilla y trata de esconder el lado malo de su cara. Termina refrescándose con la toalla mojada. Es luego, al salir, cuando se da cuenta de que el grifo sigue goteando de manera continua, presente, interminable...
José ASENJO SEDANO
Julio, 1992
Este cuento pertenece a mi libro de relatos "Historias del Exilio", publicado por la Colección "Alhucema", nº 4, Invierno de 1995, Almería.
Ha sido también publicado por la revista literaria EXTRAMUROS, Granada, 2001. Y creo que en alguna más...
Traducido al alemán por la escritora suiza Regina Strijbis, con el título
SELTSAM ANWESEND, 2001
Sie nahm die Lampe und stellte sie auf den Tisch. Das Licht ergoss sich die Tischdecke, das aufgeschlagene Buch, das Wasserglas und das Tablett. Alles andere blieb im Halbdunkel. Der Schatten entfremdete die ubrigen Gegenstande des Raumes, sie waren nun vom Lichtkegel auf dem Tisch abhangig...
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