Contó Cesar González Ruano a Manuel Alcántara que, cuando conoció a Pablo Picasso, le defraudó por completo. Lo encontró tozudo y rencoroso. Alcántara, malagueño de talento, recuerda que cuando murió el pintor, le dedicó un artículo con el título, “La mano izquierda de Picasso ya no tiene envidia”. Picasso, que recibió su apellido genial de su madre de origen italiano, su gran herencia, la última vez que estuvo en Málaga fue en 1934. Tenía Alcántara seis años y lloró siempre el derecho que tenía de haberle conocido. “Mi genio robado”, sería el título de su postrer artículo recordando esa visita.
He buscado en otro autor, Ramón Gómez de la Serna, quien le visitó en París (1916) en su pequeño hotel de la rue Victor Hugo, el impacto de su encuentro. Ya había pasado la furia del cubismo (1913) y, el genio, lo esperaba mañanero en la puerta de su casa vistiendo un mono azul impoluto, sin una mancha. Cuenta Ramón que más que un pintor, se encontró con un mecánico dispuesto al milagro de la compostura, de la pieza nueva, de la charnela que hiciera andar el coche averiado...Y dice, a propósito, que Picasso “automovilizó la pintura, la vio correr, presentarse, atropellar, volver en panne a su chamizo para, después de haber arreglado la avería de siglos, encargarse de las nuevas catástrofes.” Fue esa la emoción que sintió el escritor memorable contemplando en su taller, más que estudio, el mundo variopinto del pintor, sus viejas pinturas, la talla de un cristo pavoroso al pie de la escalera, cuadros vueltos a la pared que el pintor se apresuró a poner de cara, un frutero de mármol simbólico, de alabastro, seguramente recuerdo de su casa familiar de Málaga.
Pablo tuvo la suerte de aprender a pintar de su padre, el profesor José Ruiz Blasco que, antes que su hijo, ya pintaba orlas en la pared y palomas blancas en los abanicos. Las mismas palomas que volaban en los sueños del pintor. Sus palomas de la paz o del viento, de carne o de plumas. De fino trazo. Como aquellas guitarras que recordaba de los escaparates de la Málaga de su niñez, que él quiso reinventar en aquellas cajas de música de cartón, que Ramón viera en su taller, a las que Jean Cocteau llamaba las guitarras absurdas de Picasso...
Ramón Gómez de la Serna volvió a encontrarse dos veces más con Picasso, en la Rotonda, modesto bar de cocheros, cuenta, dónde solían acudir pintores como Modigliane, siempre borracho, Ortiz de Zárate y también Picasso bajo un sombrero hongo, extravagante, acompañado siempre de alguna bella señorita. Más tarde, sería en Pombo, en Madrid, donde se le preparó una cena triste y memorable a la que no acudió casi nadie porque nadie le conocía, y en la que el pintor, no obstante, procuró estar alegre y lo más simpático posible. Al día siguiente se iría Paris, con los ballets de Diagheilev, seguramente para no volver...
Conoce a la bailarina rusa Olga Koklova, aristócrata, hija de un general, quien se presentara al pintor diciendo que es sobrina del mismísimo Zar. Se enamoran y se casan en una iglesia de París por el rito ortodoxo, boda en la que firman como testigos sus mejores amigos: Max Jacob, Jean Cocteau, el poeta Apollinaire....”Fui legalmente la esposa de Picasso, con el que conviví doce años y, como a casi todas, me abandonó. Di a luz su primer hijo, Pablo.”
Pero es gracias a este encuentro con Olga, lo que lleva a Picasso a los ballets del famoso Diaghilev y a convertirse en el autor de sus figurines y decorados. Es así como en julio de 1919, en el Alhambra Theatre de Londres, con coreografía de Leónide Massine, se estrella el ballet de “El Sombrero de Tres Picos”, libro de Pedro Antonio de Alarcón y música de Manuel de Falla, uno de sus mayores éxitos. Es la primera vez que vemos a Picasso con un tema granadino, inicio de la llamada Fantasía Bética.
Abandonada Olga Koklova, fallecida en 1955, Picasso termina casándose con Jacqueline Rocque, mucho más joven que él, convirtiéndose en su todo para el pintor. Era una mujer pequeña, menuda, siempre acicalada, abnegada, secretaria, mensajera, amante, ama de llaves, enfermera...Se casarían en 1961, vivían en una casa situada en un monte sobre Cannes, donde esta mujer intentó alejar al pintor de sus muchos y perniciosos amigos.
El año de ese casamiento, el pueblo de Vallauris organizó una fiesta, la más grande que se haya hecho en honor de Picasso, que cumple 80 años. Más de cuatro mil invitados de todo el mundo y más de seis mil curiosos. A la tarde se ofreció una corrida de toros a la manera española. Allí estaban algunas de sus mujeres, sus hijos y sus nietos. Picasso estaban radiante, vigilado por Jacqueline. A la noche hubo una verbena a la que no faltó nadie. Picasso, cuentan, bailó y cantó hasta el amanecer. Fue entonces cuando su amigo Andre Malraux, ministro de Cultura de Francia, le puso de malhumor pidiéndole en medio de aquella fiesta totalmente española, que se nacionalizase francés. Fue el tostón de aquella noche....Irritado, Picasso le contestó: “ Nací en Málaga y aprendí a pintar en La Coruña, en Barcelona, en Madrid. Y pinté Guernica. Nunca podré ser francés. Nunca.”
Y así fue: “Español sin remedio”, como diría Gabriel Celaya. Español hasta la muerte. “Español en la tierra, el cielo y el infierno”.
El 8 de abril de 1973, con 92 años, falleció en su residencia de Monpins Notre Dame de Vie.
José ASENJO SEDANO
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