(Símbolo místico de las Tres Teresas de Jesús: Teresa de Avila, Teresa de Lisieux y Teresa de Calcuta).-
Tagore habría escrito: “ ¡Qué ganas tengo de ir a la otra orilla del río; adonde están atadas en fila aquellas barcas en las estacas de bambú; adonde todas las mañanas van en las balsas los hombres con su arado al hombro para trabajar en los campos lejanos; adonde los pastores de ganados pasan nadando con sus rebaños mugientes para pacer en la ribera...”
Aquella mañana – 5 de septiembre de 1997 - Madre Teresa supo que había llegado el momento de pasar a esa otra orilla. Su corazón cansado se dolió y se hizo pájaro en su pecho. Necesitó oxígeno y, al anochecer, rodeada de sus hijas, con el rosario en la mano, cruzó por fin el río. La noticia de su muerte corrió por todo el mundo.
Siempre decía: “De sangre soy albanesa. De ciudadanía, india. En lo referente a la fe, soy una monja católica. Por mi vocación, pertenezco al mundo. En lo que se refiere a mi vocación, pertenezco totalmente al Corazón de Jesús”.
Y añadía: “Dios ama todavía al mundo y nos envía a ti y a mi para que seamos su amor y su compasión por los pobres”.
Su cadáver embalsamado fue llevado a la parroquia de Santo Tomás, iglesia de la congregación de Loreto a la que había pertenecido, expuesto durante ocho días. Todos pudieron ver a la Madre con su sari blanco con ribetes azules, las manos unidas sobre su pecho. Era la joven Gunxha Agnes como un día saliera feliz de su pueblo para servir a los pobres del mundo. Miles de personas, cristianas o no, pasaron por Santo Tomás para contemplar su rostro dormido, sus blancas manos. Su dulce sueño. Millares de flores, con forma de cruz o de corazón, fueron depositadas a sus pies.
Pasados esos ocho días, el Estado hindú organizó para su hija predilecta solemnes honras fúnebres, semejantes a las que se hicieran al Mathama Gandhi. Descubierta, envuelta en la bandera de la India, fue llevada ahora al estadio Netajl, escoltada por ocho oficiales de gala del Ejército. Llovía suavemente sobre la India, sobre Calcuta y sobre el cuerpo diminuto de Madre Teresa, los ríos de su rostro, mientras desfilaba ante el mundo.
El cardenal Angelo Sodano – enviado del Papa- oficiaría su funeral y, entre otras cosas, diría:
-“Madre Teresa de Calcuta entendió muy bien el Evangelio del amor. Lo entendió con cada fibra de su espíritu indomable y con cada gramo de energía de su frágil cuerpo. Lo practicó con todo su corazón y través del esfuerzo diario de sus manos...”
ALBANIA: UN TIEMPO LEJANO
Lejos quedaba aquel 26 de agosto de 1910 cuando en Skopje, distrito de Kosovo, nacía la que se convertiría en la santa de los pobres más pobres. Agnes fue llamada, hija del comerciante Nikola Bojaxhiu y de su mujer Dranafile Bernai, católicos, padres también de otros dos hijos, Age, nacida en 1904, y Lazar, nacido en 1907.
Malos eran aquellos tiempos para la pequeña Albania, en los Balcanes, siempre acosada por tantos enemigos. Otomanos, serbocroatas, griegos... La familia Bojaxhiu, comerciantes prósperos, pertenecía a la minoría católica. Nikola, rico y generoso, eran un buen patriota. Un buen cristiano. Su casa siempre estuvo abierta para socorrer al más necesitado. A toda la familia se la veía acudir a misa y rezar el rosario. La pequeña Agnes nunca olvidaría los acontecimientos históricos de su patria. Las guerras, los odios, las persecuciones. Nikola, ferviente nacionalista, era partidario de la Gran Albania y sería esto lo que le costaría la vida. Agnes, que tenía once años, recordaría el día en que trajeron a su padre agonizante, envenenado por sus adversarios políticos...Tenía Nikola 45 años y su alevosa muerte conmocionó a toda la ciudad...
Fue entonces cuando a la joven Agnes le nació la vocación religiosa. Dios la llamaba. Siempre recordaría a su madre abriendo su puerta a los pobres, acudiendo a casa de los agonizantes. Drana era una mujer piadosa que no quitaba ojo a la menor de sus hijos. Agnes le ayudaría un día a lavar a una pobre alcohólica cubierta de llagas. Y lo hacía con tanto amor su madre que, en su inocencia, Agnes estaba convencida de que todos aquellos pobres eran parientes suyos necesitados.
Acudía a la parroquia como catequista. Le gustaba cantar, ir de excursión y tocar la mandolina. También servía de traductora al párroco. En su casa todos hablaban el albanés y el serbocroata. Recordaría las peregrinaciones a la Virgen de Letnice, en las montañas de Montenegro. La familia solía acudir a esas montañas todos los veranos, al balneario de Urnajacka Banja. Era bueno para la salud de Agnes, que había padecido malaria. En la parroquia había dos personas que influirían en su vocación, el obispo de Skoje y el padre Jambrekovic, jesuita, popular entre los jóvenes. En ese tiempo ya estaba segura de su vocación. Sería también el tiempo en que leería a Santa Teresita de Lisieux, su modelo.
También a Agnes le atraían las misiones. Leía todos los artículos que publicaba la revista “Misiones Católicas”, que tantas cosas contaba de la India. Iría a ese país, estaba segura. Sería misionera y se pondría como sello el nombre de Teresa por su querida santa francesa. Iría a la India porque allí estaban los pobres más pobres...Todos sus ahorros eran para estas misiones de la India. Como al padre Jambrekovic, su párroco, le intrigaba esas preguntas de san Ignacio de Loyola: “¿Qué he hecho yo por Cristo? ¿Qué estoy haciendo yo por Cristo?”
Sabía que desde Skopje no podría contestar a esas preguntas. El gobierno yugoslavo había prohibido el uso del albanés y no había escuelas para esta minoría. La persecución serbia era implacable y muchos albaneses –1918- se había visto obligados a huir. Agnes se dedicaría a la educación de los niños, pero lejos de Albania...
Su madre viuda conocía los sentimientos de su hija. La veía sufrir. Un día se encerró con ella en una habitación y tuvieron una larga conversación. Después de oírla durante veinticuatro horas, le aconsejó: “Hija mía, cógete de la mano de Jesús y recorre todo el camino con Él”. Ese fue el consejo de su madre experimentada y vigilante.
Diez años después –1928- Albania, excluida Kosovo, se convirtió en Monarquía. Lazar Bojaxhiu, oficial del ejército, su hermano, se convertiría en secretario privado del rey Zog I. Cuando Agnes supo esta noticia de boca de su hermano, le felicitó al tiempo que le decía, “tú servirás al rey de dos millones de personas. Yo serviré al Rey de todo el mundo...”
En septiembre de 1928, despedida con músicas por sus vecinos, partió Agnes para Zagreb. Iba feliz. Ya amaba a la India. Conocía todo lo que se refiere a las misiones de aquel lejano país...La fundación del apóstol Tomás en la costa Malabar y la de San Francisco Javier...
Para ir a la India tenía que elegir una Orden religiosa establecida allí. El párroco le aconsejó el Instituto de la Santa Virgen María, “las damas irlandesas”. Por eso su viaje tenía primero que pasar por Irlanda, la abadía de Loreto, en Rathfarnham, donde recibió su preparación (rudimentos de inglés y otras materias) y, con otra hermana yugoslava, la hermana María Magdalena, partieron por mar hacia la India a bordo del velero Marchait, el día 1 de diciembre de 1928. Cinco semanas duró el viaje en una mar agitada en la que ningún día pudieron oír misa por no ir a bordo ningún sacerdote. Hasta que llegaron a Port Said.
Durante el viaje, la joven Agnes no dejaba de escribir largas cartas a “Misiones Católicas”, contando sus impresiones. Así describía la llegada a Colombo: “Observamos la vida en las calles con sensación de extrañeza. Es fácil distinguir las elegantes prendas de los europeos entre las ropas multicolores de la gente de piel oscura. La mayoría de los indios estaban medios desnudos, y su pelo y su piel brillaban bajo el ardor del sol. Era evidente que reinaba una gran pobreza...”
Cuando tornaron al barco, les alegró ver un sacerdote católico a bordo. “Gracias a Dios empezamos el Año Nuevo muy bien con una misa cantada, que nos pareció un poco más majestuosa que una misa rezada”. Navegaron hasta Madrás, donde los conmovió la enorme pobreza.”Muchas familias viven en la calle, arrimadas a las murallas de la ciudad, incluso en lugares atestados de gente. Se pasan el día y la noche a la intemperie, tumbados sobre esterillas confeccionadas por ellos mismos con grandes hojas de palmera, o bien en el suelo. Están prácticamente desnudos, a lo sumo se cubren con un taparrabos andrajoso. Llevan unas pulseras muy delgadas en los brazos y en las piernas, y adornos en la nariz y en las orejas.” Y concluye: “Si nuestra gente pudiera ver todo esto, dejaría de protestar por su mala suerte y daría gracias a Dios por haberla bendecido con tanta abundancia.”
El 6 de enero de 1929, subieron el río Hooghly hasta Bengala. Un grupo de hermanas las esperaba. “Con una alegría indescriptible –escribe-pisamos por primara vez el suelo bengalí. En la iglesia del convento dimos gracias a nuestro Redentor por habernos permitido llegar sanas y salvas a nuestro destino. Rezad mucho por nosotras para que seamos misioneras buenas y valientes.”
Las hermanas Teresa y Magdalena se quedaron una semana en Calcuta y de allí fueron enviadas a Darjeeling, en Asma, a pasar dos años de noviciado. Dajeerling se encuentra en las estribaciones del Himalaya, a mil metros de altura, en un lugar privilegiado donde los británicos solían pasar el verano huyendo del calor. Allí la hermana Teresa perfeccionó su inglés y estudió teología, las escrituras y la espiritualidad de su Orden, todo sin dejar de rezar. Intentó también aprender el hindú y el bengalí. Y cada semana iba a ver a su confesor. “El fruto de la oración –dirá más tarde- es la profundización en la fe.”
Durante diecinueve años la hermana Tersa llevó la vida de una monja de Loreto, semiclausura y maestra de niñas. Daba clases de geografía hasta que la nombraron directora. Poco o nada conocía del mundo que la rodeaba. La protegían los muros del convento. Si salía a la calle lo tenía que hacer en coche y acompañada de otra hermana. Se la recuerda de ese tiempo “como una hermana buena y virtuosa que deseaba hacer el bien. Estaba muy, muy enamorada de Dios Todopoderoso...”
LA VOCACIÓN
Pero no era esto lo que Agnes Bojaxhiu había venido a encontrar en la India. Ella se sentía misionera, esa había sido la llamada de Jesús. Conocía la pobreza de las misioneras de la India, lo contaba “Misiones Católicas”, de que siempre fue lectora. Quería ver con sus ojos lo que pasaba en Calcuta. La oportunidad la tuvo cuando salió a dar clases a la escuela de Santa Teresa y pudo salir a la calle. Fue entonces cuando descubrió la verdadera pobreza. Al otro lado del muro estaba el Moti Jhil o Lago de las Perlas, una especie de estanque de agua sucia en cuyo centro había un pozo negro. Se traba de un barrio pobrísimo de chabolas cubiertas de chapa, latas viejas, trapo o cartones. Las familias tenían que pagar un alquiler por vivir allí...Una especie de ciudad de la alegría, como diría Dominique Lapierre. “Calcuta siempre ha sido una ciudad horrible...”, “la Ciudad de la Noche Horrible”, diría Kipling. Sobre todo como consecuencia de la participación de los británicos en la Segunda Guerra Mundial. En 1943 Calcuta sufrió una de sus mayores hambrunas. Los japoneses habían ocupado Birmania y se había cortado el suministro de arroz. Y luego estaban los ciclones e inundaciones de esos años... Aumentó el número de mendigos, la emigración campesina, los muertos de hambre por las calles...Ese era el escenario que esperaba a la hermana Teresa de Calcuta. Una Calcuta envuelta en llamas por los bombardeos y por los crematorios que no se apagaban en ningún momento...”No podíamos salir a la calle, pero yo lo hice de todos modos. Entonces vi los cuerpos en las calles, apuñalados, molidos a palos, tumbados en posiciones extrañas sobre sangre seca. Nosotras habíamos estado protegidas tras los muros. Sabíamos que había disturbios. Algunos hombres habían saltado nuestros muros, primero un hindú, luego un musulmán...Les ayudamos a ponerse a salvo... Cuando salí a la calle, entonces vi la muerte que los perseguía...”
Alguien la recuerda de esos días. Lo cuenta Anne Sebba, una de sus biógrafas: “Una figura fácilmente reconocible por su grueso hábito negro con pliegues voluminosos, una cofia blanca alrededor de la cabeza y un velo negro que le llegaba al suelo, consiguió arroz en abundancia para dar de comer a sus alumnas. Lo que vio ese día se conoce por el día de la Gran Matanza –la carnicería y el odio a una escala inimaginable- se le quedó grabado para siempre en la memoria...”
-Se convirtió en una madre para los pobres...
Un mes después, la hermana Teresa marchó a Darjeerling a su retiro anual. Tenía 36 años. No se le quitaban de la mente aquellas preguntas de San Ignacio. ¿Qué estoy haciendo yo por Cristo? ¿Qué hago yo por remediar esta situación?
Se lo contaría el padre Julien Henry, su director espiritual: “Ocurrió así cuando iba hacia Darjeerling en tren, de pronto oí la voz de Dios. Estoy segura de que era la voz de Dios. Me llamaba. El mensaje era muy claro. Debo abandonar el convento para ayudar a los pobres y vivir con ellos. Era una orden que debía cumplir, algo definitivo. Sabía dónde debía estar, pero no sabía cómo llegar.”
A esto se sumó una carta de su madre desde Tirana, recordándole que el motivo de su estancia en la India era “por el bien de los pobres y de los que están solos en el mundo”...
-“Siempre supe que era un lápiz en las manos de Dios... Siempre lo supe...”
No le fue fácil a la hermana Teresa cambiar su vida. El Papa Pío XII, en 1948, después de numerosos obstáculos, le concedería un año de exclaustración para que pudiera cumplir sus deseos. En diciembre de ese año, marchó una temporada con las Hermanas de la Misión Médica de Patna para aprender los cuidados básicos de enfermería. Se vistió un sari blanco de algodón, más barato y más práctico, que se convertiría en el hábito de su Orden. Vida austera para reforzar su espiritualidad. Rezaba, rezaba sin cesar en todo tiempo. “Todo comienza con la oración, decía. Si no le pedimos amor a Dios, no podemos tener amor y menos aún podemos dárselo a los demás”. Era lo que tanto repetía San Juan de la Cruz.
-Madre, háblenos del sufrimiento.
-“Hay mucho sufrimiento en el mundo: ¡muchísimo! Y este sufrimiento físico es el del hambre, el de la falta de techo, el de toda clase de enfermedades, pero y sigo pensando que el mayor sufrimiento es el de sentirse solos, sin amor, sin tener a nadie. En uno de los hogares que visitaban nuestras hermanas encontraron a una mujer que llevaba muerta mucho tiempo sin que nadie lo supiera, y lo averiguaron solo porque el cadáver había comenzado a descomponerse. Sus vecinos no sabían ni siquiera como se llamaba.” “No siempre es fácil amar a los que tenemos a nuestro lado”..
(Dios le había dicho: “Ven y sé mi luz. Yo no puedo ir solo.” Y le pidió la fundación de una congregación religiosa: “Misioneras de la Caridad”.)
Uno de sus proyectos sería crear un hogar para moribundos. Un día, alguien le oyó susurrar a la oreja de un enfermo terminal: “Rece una oración de su religión –le decía- y yo rezaré con usted. La rezaremos juntos y a Dios le parecerá preciosa”.
A comienzos de 1980, más de 170.000 personas habían muerto en sus hogares. “Al ver la paz y belleza de sus muertes –escribió Anthony Stern- estaba convencida de que todas estas almas, fuera cual fuera su religión o su secta, habían ido derechas al cielo”.
-¿Y cual era su secreto?
-“Mi secreto era muy sencillo: rezar”.
(Rezar y Eucaristía. Salía a la calle con el rosario en la mano para encontrar a Jesús en los no deseados, en los no amados, en aquellos de los que nadie se ocupa...
Calcuta: En el centro de una llanura pantanosa e insalubre, surcada por ríos y canales, a la orilla izquierda del Hooghly, delta del Ganges.)
-¿En qué consiste la oración?
-“La oración consiste sencillamente en hablar con Dios. Él nos habla: nosotros escuchamos. Nosotros le hablamos: Él nos escucha. Un camino de doble sentido: hablar y escuchar. Así es la oración verdadera. Las dos partes escuchan y las dos partes hablan.”
-¿Y qué le dice a Dios?
-“Le digo: Señor Nuestro, tú que sabes curar, me arrodillo ante ti, pues todo don perfecto procede de ti. Te ruego que hagas hábiles mis manos, lúcidos mis pensamientos, bondadoso y manso mi corazón. Concédeme determinación, la fuerza necesaria para aliviar una parte del sufrimiento de mi prójimo y la comprensión del privilegio que tengo. Aparta de mi corazón todo engaño y mundanería, para que pueda, con la fe sencilla de un niño, confiar en ti. Amén.”
-Y Dios, ¿qué le pide a usted?
-“Dios no me pide tener éxito. Dios me pide que sea fiel. Para Dios no importan los resultados, lo que importa es la fidelidad. Seamos fieles en las cosas pequeñas, porque en ellas reside nuestra fuerza”.
Tengo ante mi el retrato de la Madre, la geografía itinerante de su rostro, sus ojos hundidos, pequeños, las manos unidas sobre su nariz. Adivino sus pensamientos, el gozo sobrenatural de su alma, la nube de su sari blanco con ribetes de cielo azul. Recuerdo a sus hijas de Roma, en esa casa cerca de San Pedro. Fui con mi mujer a dejar una limosna. ¡Hace tantos años! Ese día Roma era una fiesta.
Misionera contemplativa. Itinerante en las calles de Calcuta. No fue ajena a ese caminar la voz y la oración de su madre. ¡No te sueltes de la mano del Señor! Siempre tuvo delante –en los más pobres, en los más tristes, en los marginados- el rostro sufriente de Cristo crucificado pidiéndole de beber...¡Cuantas veces recogió su cuerpo herido tirado en la calle! ¡Cuantas veces lavó sus llagas y cerró sus ojos! Cristo en el Cielo y Cristo en la tierra...
-“Sufriente Jesús, concédeme que yo te vea hoy y todos los días en la persona de tus enfermos. Que yo te sirva cuando los cuido. Haz que yo te reconozca aún en la repelente máscara de la ira, del criminal o de la insensatez y que pueda decir: “Mi sufrimiento Jesús qué bien me hace servirte.”
Cada vez que un periodista se le acercaba en América y le preguntaba qué quería decirle al pueblo americano, la Madre no decía que fueran más generosos, no, sino que rezarán más. “Si, tendrían que rezar más”.
Y a la escritora Dorothy Hunt, autora de una antología sobre la Madre Teresa, cuando iba a escribirla, le aconsejó que ese trabajo la convirtiera en oración. ¡Todo puede ser oración!
Bien sabía la Madre Teresa que la santidad es un don de Dios. Y que ese don de Dios, sin la oración, es imposible. Lo supo desde que era niña en su pueblo de Skopje. Supo siempre que ese don consistiría en amarle siempre en el rostro de los más pobres. No tendría otro rostro para ella. “Señor, abre nuestros ojos, para que te reconozcamos en nuestros hermanos y hermanas. Abre nuestros oídos para que entendamos la llamada de los que tienen hambre, de los que tienen frío, de los que tienen miedo y están oprimidos...”
Para todo hay que rezar. “Te quiero, Dios, en ti confío, te creo, te necesito ahora”.
-¿Y cómo es posible esto, Madre?
-“Con el silencio. Lo más importante es el silencio. Sin silencio no hay vida de oración. Todo comienza con la oración que nace del silencio de nuestros corazones... No podemos ponernos directamente en presencia de Dios sin imponernos silencio interior y exterior. Por esta razón, tenemos que acostumbrarnos a la quietud del espíritu, de los ojos, de la lengua...”
-Algo más hará falta, Madre.
-“Si de verdad queremos rezar, tenemos que aprender primero a escuchar, porque Dios habla en el silencio del corazón. Silencio del corazón, y no solo de la boca. Así se puede oír a Dios en todas partes: al cerrar la puerta, en aquel que nos necesita, en los pájaros que cantan, en las flores, en los animales: es el silencio de la admiración y la alabanza...”
-“Nuestra vocación –repetía- no es trabajar, sino rezar...”
BAJO LA LLUVIA...
Todavía creemos oír el paso de la artillería hindú escoltando el cuerpo santo de la Madre Teresa de Calcuta vestido con su sari blanco envuelta en la bandera de la India, llevado en la misma cureña que transportó los restos del Mahatma Gandhi. Miles de personas bordeando el camino. Vehículos militares, coches llevando monjas y pobres...Cuando el cortejo llegó al estadio, se colocó el cadáver en una plataforma central decorada con los colores azul y blanco...Arriba, una imagen de Cristo crucificado. “Tengo sed, Tu me las has dado”. Al fondo, cardenales, obispos y religiosas. “Las obras del amor son obras de paz”. Llovía sobre la ciudad... Llovía bajo el verde azul de la India, mientras disparaban salvas los cañones...
Alguien le preguntó un día:
-Madre, algunos ven en usted una santa.
Sonrió desde la hondura marina de sus ojos.
-“Yo soy una persona muy normal y una pecadora como los demás. Pero Dios quiere que todos vivamos una vida santa. Para esto estamos llamados. Una vida santa no es un lujo para solo unos elegidos, sino un trabajo sencillo para todos nosotros. Tenemos que intentar encontrar con un corazón limpio la imagen de Dios en el otro, que tenemos que buscar y tenemos que encontrar enfrente. Nos tenemos que querer como Dios nos ha enseñado a amar hasta que duela, y si rezamos tenemos que estar firmes, y eso significa alegría y amor para cada día”.
Juan Pablo II la beatificó el 19 de octubre de 2003. Dijo muchas cosas el Santo Padre en su Homilía, inspirándose en el apóstol Marcos: “El que quiera ser el primero, sea esclavo de todos” (10,44):
-“De esta lógica se dejó guiar la Madre Teresa de Calcuta fundadora de los Misioneros y Misioneras de la Caridad...”
-“Si oís que una mujer no quiere tener a su hijo y desea abortar, tratad de convencerla de que me traiga a ese niño. Yo lo amaré, viendo en él, el signo del amor de Dios”.
-“Contemplación y acción, evangelización y promoción humana: Madre Teresa proclamaba el Evangelio con su vida, totalmente entregada a los pobres, pero, al mismo tiempo, envuelta en oración.”
-“Veneremos a esta pequeña mujer enamorada de Dios, humilde mensajera del Evangelio e infatigable bienhechora de la humanidad”.
-“En las horas más oscuras se afanaba con tenacidad a la oración ante el Santísimo Sacramento”...
(La Madre Teresa de Calcuta, misionera y fundadora, fue Premio Nóbel de la Paz en 1979).
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