viernes, 18 de julio de 2008

SVETLANA, LA RUSA DEL BÁLTICO




A Svetlana Orlova, asesinada.


...Lo que no podía esperar, yo icono contrito, deslumbrada por los focos y el plató, es que el rostro que se me mostró en aquella pantalla gigante fuera el de ese sujeto atroz que me perseguía incansable por la ciudad buscando mi posesión o mi muerte. Yo esperaba ver en esa pantalla el rostro de mi madre dolorosa residente en San Petersburgo, mi madre rusa, a la que no dejaba de clamar en mis angustias y desesperos, Mamá, por favor, ven cuanto antes, busca dinero para que regrese contigo con mi hijo antes de que sea tarde...Pero no fue el rostro de mamá, como digo, sino el busto terrible de mi asesino colado en la TV no sé como, lo último que yo hubiera deseado contemplar esa tarde maldita, tarde nefasta que sentenció mi vida...Todo el mundo fue testigo de mi horror cuando mi asesino se arrodilló devoto ante su icono pidiéndome matrimonio, es decir, solicitando públicamente mi condena, sorpresa de la que yo, muda, no supe defenderme como no fuera con negativas de mi cabeza, perdida el habla, quizá la razón...
Cuando salí del plató, de alguna manera supe que ya estaba muerta. La noche cerró su luz en mi alma, me sumí en una oscuridad profunda, caminaba como un fantasma camino de mi casa...Pensaba en mis campos esteparios, en mi niñez, en la tierra que nunca debí abandonar...Mi bella San Petersburgo, nuestras músicas, nuestros bailes y danzas, las risas de nuestras gentes, el sonido rumoroso de nuestra lengua, el correr de nuestro río arrastrando hielos y troncos, pura naturaleza... De repente se me vino como un aire ese hálito de mi tierra salvaje, pero noble, isbas y trineos, caballos veloces, nuestros campesinos y remeros...Pensaba en mi madre que me esperaba y ya nunca me tendría viva en sus brazos, recogería de mi solo un cadáver como un témpano, un trozo de hielo, el frío de mi muerte sin piedad por un hombre carnicero que decía que me amaba...
-Yo esperaba ver a mi madre...,-no sé si salió de mi boca ese reproche, quizá fueran mis ojos los que expresaran lo que no pudo decir mi boca de repente muda...Nadie contestó a mis palabras, mientras asistía a ese tribunal de mi sentencia que colocaba a mi lado a mi verdugo armado, enlace imposible, el asesino y su víctima, el lobo y el cordero...
Caminaba ausente, ajena al mundo que me rodeaba, a cada paso parecía alejarme de mi casa, mi hogar en un cuarto piso, mi soledad completa, mis oídos acuciados por el vértigo de decenas de llamadas, ese móvil odioso que bombardeaba mi sien con sus apremios, acuchillándome con amenazas, tendiéndome su red de araña cada vez más tupida de la que no podía evadirme, presa sin escapatoria del odio de un extraño desamor...
No dormí aquella noche, mi sueño pronto sería eterno, y ya me veía en un piélago de sangre, cordero inocente en manos de un monstruo con figura humana, víctima de una mente viciada, de un ser horrible al que, sin embargo, yo había amado... ¿Cómo había podido yo, mujer sensible, tímida y lejana, cómo había podido dejarme llevar por la ilusión engañosa de una mentira que creí verdad sincera?...Yo buscaba amor y me engañé, aquel hombre, ese hombre con el que llegué a convivir, no buscaba mi amor, buscaba sólo mi cuerpo de nieve, mi belleza de cristal, hija de la estepa y del aire...Vine buscando el fuego mediterráneo, la luz y la risa, y descubrí con espanto que el fuego de las hogueras y los abrazos es más peligroso que nuestras baladas de amor y primavera... El amor que encontré, no era el amor de una chica rusa blanca, romántica y dulce, cariñosa y maternal...El amor que encontré era un volcán que asola y mata, un correr de lava que todo lo arrasa y destruye, un brazo mortal que varias veces intentó estrangularme, sacar de mi lo más profundo de mi alma, el misterio de nuestra tierra rusa...
Claro que sabía que no todos los hombres de aquí, como los de allá, son así, pero yo tuve la desgracia, en mi ignorancia, de dejarme llevar por las palabras engañosas de una persona que me sedujo pronto con su sonrisa y halagos, persona a la que me entregué confiada, descubriendo pronto mi error, el peligro que corría, ya que ese falso amante no se contentaría con mi cuerpo, exigiría también mi alma, es decir, todo lo que llevaba conmigo de mi tierra santa, la santa Rusia, patria inmortal, que yo no podía entregarle así como así, el alma no es el cuerpo, está sobre el cuerpo, es mi posesión intransferible, lo que me hacía ser quien soy y nunca se olvida ni se regala...Esto me perdió...Pronto comprendí mi error, éramos dos personas desconocidas y contrarias, me había dado a un hombre que nada tenía que ver con el icono del hombre de mis sueños, mi amor verdadero al que yo le habría entregado mis tesoros, descubrí tarde que ese hombre no era este, me había equivocado, tenía que abandonarlo antes de que fuera tarde...
Y fue tarde, porque a partir de ese momento se convirtió en un depredador que no cejó nunca de perseguirme, me cercaba con sus ondas, con sus llamadas de fuego, con sus trampas y engaños, como aquella de la televisión donde caí inocente...Lo denuncié, me sentí maltratada, cercada, sometida al horror de sus llamadas, sabiendo que yo ya no podría ser nunca suya...
Me asesinó cuando me disponía a tomar el ascensor de mi casa. Esa corta espera bastó para que él pudiera ejecutar su plan de ira y venganza, sino iba a ser suya, yo su pertenencia, me destruiría como se rompe un papel o un vidrio que se tira a la basura...Lo vi frente a mí indefensa, sentí como su puñal rompía mi cuerpo de hielo, mi garganta de repente roja, mis ojos suplicantes en los suyos de hiena, animal de furia, mi verdugo arrancándome todo lo que era mío, nada le pertenecía, no era suya, mi ser libre, luego huyó como los cobardes dejándome abandonada y se perdió en la calle como un pájaro de noche...Caí en brazos de la muerte, mi hermana la muerte, mi santa Rusia que vino a consolarme, mis praderas y mis ríos, el Neva, mi mar Báltico, los gritos de mis hermanos campesinos, las voces lejanas de mis padres, mi madre mirándome con su sonrisa, mientras yo la escuchaba cantando una de sus baladas favoritas...Luego todo pareció borrarse de mi mente, recordé el día en que mi pobre padre metalúrgico falleció en accidente, la tarde cerrada, los gritos de angustia de mi madre y la gente que vino a su entierro, la casa llena de obreros, el pope con su voz larga y conmovida, ¡cuantas lámparas encendidas!, ¡cuantos gritos!, y la larga comitiva hasta el cementerio, día de lluvia, donde sepultamos a mi padre al que yo, niña, no dejaba de llamar con lágrimas, luego la honda fosa abierta cuyo fin no alcanzaba y que, de repente, en el vértigo, comprendí que aquella tumba abierta era la mía y que era a mí a quien el pope revestido, con su negra barba, dedicaba sus salmodias y cantos fúnebres...Sentí como recogían mi cuerpo sangrante y lo metían apresurados en una ambulancia que se alejó veloz con sus pitadas por la avenida que, por un momento, pensé era la Nevski y no lo era...No supe más, ya que me desvanecí del todo y ya no supe más de mí, debí morir ya que pude verme desnuda y sin sufrimiento tendida en una mesa de mármol que pensé fuera de nieve, luego metida en una cámara frigorífica que, sin saber, pensé también que era mi agua del Neva, el calor de mi tierra húmeda y lejana, un lecho bordado de nieve..
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No debía estar muerta del todo ya que pude escuchar como discutían sobre mi traslado a San Petersburgo, imposible, no había dinero para algo tan costoso, decían que debía quedarme en esta tierra, era aquí donde había muerto, otros (cuando vino mi madre Tamara desde Rusia) cambiaron de opinión y dijeron que mi cuerpo debía descansar en nuestra tierra lejana, una rusa pertenece a su tierra, allí descansan nuestros muertos y yo pertenecía a ellos...Mi madre gritaba, lloraba y suplicaba por Dios, porque nunca quiso que su hija viniera a un país tan remoto, se negó siempre, y ahora venía a pordiosear los gastos de mi repatriación, tanta humillación...
Lo consiguió por fin y, como ella quería, envuelta en periódicos que hablaban de mi muerte, sin quitarse las lágrimas, abrazada a mi hijo, volamos hacia San Petersburgo, junto al Neva, frente el Báltico, nuestro mar...Fue entonces, sobrevolando Rusia, cuando dejé de pensar en mi...


José ASENJO SEDANO




(Publicado en el libro de varios autores, EL TAM-TAM DE LAS NUBES", relatos de emigración, edición de EL DEFENSOR DE GRANADA, Caja GRANADA, 2008, que dirige el profesor Emilio Atienza)

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