NOVELA POR ENTREGAS:- AUTOR: JOSÉ ASENJO SEDANO
Capítulo 2
Empeoró la mañana en la que, la Josefa, nuestra criadita enana de toda la vida (mi madre la conservó siempre aunque no hubiera nada que comer, nuestra hambre solidaria), sacó del pozo, enganchado en el cubo, un cráneo humano limpísimo con un agujero frontal. El susto de la criadita fue morrocotudo. Soltó el cubo con estrépito y dando gritos subió la escalera del patio a la cocina casi de un brinco. Así empezó la historia macabra.
-¡Un muerto!¡Un muerto!,-gritaba cogida a la bata de mi madre como un salvavidas cuando apareció en la puerta con el pelo erizado. Mi madre que, sin ver ni entender, no dejaba de gritar con su menina, ¡un muerto!¡Un muerto!, acudiendo alarmada toda la casa queriendo saber qué pasaba, ¡un muerto!, quién era ese muerto, si era un muerto vivo de esos que aparecen de repente, años de posguerra, o era un muerto con cara y ojos de muerto y ya no se levanta... Hasta los gatos vecinos del corral, emprendieron la huida a los gritos de ama y criada. Corrimos, subimos, bajamos y vimos al muerto dentro del cubo, una calavera con grandes ojos abiertos, sin boca y un agujero, como a buril, en la frente. Mi madre, desde lo alto de la escalera, sin poder soltarse de las manos férreas de la Josefa aterrada, no dejaba de dar órdenes que nadie escuchaba, ¡quitad eso de ahí!, temiendo que aquella cabeza pelada de repente echara a correr escaleras arriba y las cogiera del pelo. ¡Qué espanto! Lloraba histérica mi madre, maldiciendo la idea de mi padre de traernos a la casa, una casa de muertos, seguro que en el pozo habría muchos más, una casa invadida, un cementerio, ¡un horror!...
-¡Esos son los que salen de noche!¡Esos son los que hablan y tosen en el patio!,-decía categórica.-¡Ay, Dios mío!¡Lo que nos faltaba!
-¡Ay, madre mía!,-repetía la criadita, destrozándole a mi madre la falda con sus tirones, diciendo que quería irse de la casa.-¡Déjeme, ama! ¡No quiero ver a ese muerto!¡No!¡No! ¡Yo me voy a mi cueva!¡En mi cueva no hay muertos!
Curiosos observamos la cabeza pelada flotando en el cubo, dando vueltas, balanceándose, sin atrevernos a tocarlo, sin poder apartar nuestros ojos de aquellos tres huecos perfilados, cuencas vacías, de aquella mueca infernal. ¿Quién sería el muerto? Primera pregunta. ¿Era un muerto de la guerra?.
-Tiene un tiro en la frente...
-¡Es mejor que avise usted a don Paco!,-aconsejaba ahora la Josefa a mi madre, convencida del peligro de cabeza lironda que no quería mirar.¡Y la había sacado ella del pozo! ¡Con su garrucha y con su cubo! Eso era lo que más le asustaba, haber estado tan cerca de ella, casi haberla tocado...-¡Ama, mande usted que se lleven al muerto!
-¡Ay, madre mía!¡Llame usted a don Paco!,-repetía lacrimosa.
El don Paco que con tanta insistencia reclamaba la enanita, era mi padre que, para más INRI, no tenía probado su valor militar, se le suponía, se había librado de la mili por hijo de viuda. Era un simple civil, sin permiso de armas. No había estado en el frente. ¡Con siete hijos, casi metido en ocho, dígame usted! ¿Le parece poca guerra? Pero era un hombre sabio en papeles, seguro que sabría qué hacer en un caso como este y, mi madre, siguiendo el consejo de su criadita, mandó a mi hermano mayor despabilado que corriera en su busca.
-¡Dile que lo deje todo y venga enseguida, que hay un muerto en la casa!...
-¡Que avise a don Juan!,-le previno.
Don Juan era el jefe de los municipales, hombre dilecto y probo.
En tanto, como medida preventiva, se cerraron con cerrojo las puertas del patio.¿Qué se temía? Yo vi a mi hermano valiente mensajero de mamá en busca de mi padre ignorante. Nadie se atrevió, en tanto, un frontal, un malar, un maxilar, aquellos dientes de oro que refulgían como lámparas, a tocar aquella cabeza noble y solitaria, aquel cubo contaminado de muerte. Un cubo cadáver. Un cadáver en el cubo.
-¡No os acerquéis!,-aconsejaba mi madre defendida por el muro de su enana, que no dejaba de hipar.
No tardó en venir mi padre apresurado seguido de mi hermano mayor. Enseguida, atolondrado preguntó por el muerto, sin saber que no se trataba de un muerto completo, con sus húmeros y sus fémures, sino solo de una cabeza al parecer noble (este calificativo era de mi hermano mayor, que usaba gafas y estudiaba en el instituto) Se asomó mi padre y vio en el cubo aquellos ojos medrosos que lo miraban fijos, la mueca y el tiro en la frente. Miró luego el brocal del pozo, la claridad difusa del agua, sin atreverse a posar las manos en el muro.
-No se ve nada,-dijo decepcionado, casi tranquilo.-Abajo solo se ve agua...
Eso nos autorizó a los demás a mirar también y repetir lo que mi padre había dicho: No se ve nada. Solo hay agua...
Permaneció caviloso queriendo saberlo todo, sin saber qué decir.
Mi madre, desde arriba, calmada la enanita, el amo lo sabe todo, preguntó si venía don Juan.
-Ya viene,-contestó mi padre.-No tardará: ha querido avisar al juez...Como se habló de un muerto...
-Y no es un muerto?
-Si, mujer, pero no entero...Habrá que indagar...
-¡Ay, Dios mío! ¿Qué no habrá en el pozo?.-gimió mi madre desconsolada.-Yo no puedo vivir en una casa como esta.... Yo me macho de esta casa...
-Y yo,- lloró la enanita.-Y yo... Yo no dejo sola a mi ama...
A los pocos minutos se oyó alboroto en la puerta: El señor juez de instrucción y don Juan, acompañados de municipales y de gente alarmada y curiosa. Se dirigieron en tropel al patio y al pozo, al cubo con la calavera. Al verla, se hizo el gran silencio. Todos retrocedieron estupefactos. Don Arcadio, que así se llamaba el juez, observó atento el cráneo con la punta metálica de su vara, e hizo preguntas a mi padre sobre la casa, el pozo y la gente que allí había vivido. Poco sabía mi padre ilustrado, salvo lo de la marquesa y los refugiados. Quién más sabía era don Juan, erudito local, que había sido periodista y actor. Todos los años sacaba por enero un opúsculo literario. El fue quien amplió a su señoría pormenores sobre la casa, sus orígenes y la historia del cuartel francés...
-No podemos olvidar, y debe recordar su señoría, que antes de la guerra civil, en esta casa vivió el marqués de la Vega Verde, casado con una famosa bailarina del Folies Bergere, madame Rosita, en realidad Rosa García, paisana nuestra, del barrio de Santa Ana, hija de un carpintero que emigró a Cataluña. La niña se hizo bailarina y se fue a París con un elenco. Allí la conoció el señor marqués, se casó con ella y vivieron un tiempo en esta casa. Cuando el marqués murió en accidente aéreo sobre el Canal de la Mancha, madame Rosita, marquesa viuda de la Vega Verde, se encerró en esta casa con su criada, hasta su muerte antes de la guerra. Otros dicen que se volvió a casar en secreto y que se marchó a París...Algo contaron los periódicos de Madrid...
-Luego fue lo de los refugiados,-añadiría don Arcadio, quien conocía la historia, ordenando a un municipal a un ujier metiera en una bolsa precintada el cuerpo del delito, es decir, el cráneo salvado del agua, y lo dejase en la casa del forense para su análisis...
-Hay que bajar a ese pozo,-ordenó,- y ver lo que hay dentro. De ahí ha salido una cabeza, lo más seguro es que también haya un cuerpo...
Estas palabras descompusieron a mi padre.
-Por favor,-pidió del juez.-pongan una guardia esta noche en el pozo: un par de municipales...¡Es un peligro dejarnos solos!
-Señora, no se asuste. Los difuntos son antiguos y además, inofensivos...
Don Juan erudito, encontró ocasión de hacer gala de su sabiduría:
-No hay que olvidar que, debajo de estas casas antiguas, estuvo asentada la cívitas romana y por eso conserva todavía la calle el título de barrio latino... Luego vendrían cristianos, moros, bárbaros...¡Sobre todo bárbaros!...
El señor juez rió la ocurrencia de don Juan, diciendo que mañana se registraría el pozo...
-No se preocupe. Señora, mañana mismo el pozo quedará limpio,- y miró a don Juan quien asintió llevándose dos dedos a la gorra.
-Descuide su señoría: mañana bajarán dos hombres y registrarán el pozo. La familia puede dormir tranquila.
El hallazgo se divulgó enseguida por la ciudad. Cada cual daba su opinión. Para unos la cabeza era de un francés y se recordaron otras cabezas encontradas en pozos similares de la ciudad, franceses que entraron engañados en aquellas casas y nunca salieron. Este sería uno de tantos.
Para otros era un crimen de guerra. Se repasó la lista de desaparecidos, pero resultó demasiado larga para encontrar un perdido. ¡Era tanta la gente que había pasado por aquella casa!
Visto lo que pasaba, mi padre empezó a considerar si mi madre no tendría razón y había sido una locura venirse a vivir a una casa de fantasmas. Porque mucha gente estaba convencida de que, aquellos refugiados, seguían escondidos allí. Reconocía que le había traicionado la nostalgia, el recuerdo de sus años niños, la suntuosidad de la casa, el mármol y la montera de cristal, la cristalería de los balcones interiores...La casa le recordaba la suya, aquella en la que había nacido y crecido. Las noches lejanas en las que, a la luz de una lámpara, leía a su madre y a sus amigas aquellas novelas románticas que tanto las divertía. El niño se ponía frente un atril como un director de orquesta y leía con su voz avispada de niño listo. Noche ya, un criado con linterna acompañaba a aquellas señoras amigas a sus casas sin dejar de comentar la tristura de aquellas historias de crímenes pasionales...”Elvira, no morirás...¿Por qué?...Por que te amo...” Todo ese lejano mundo, el mundo romántico de la calle solitaria, es lo que a mi padre llevó a perder su cabeza y regresar a esta calle...Pero además, en aquella calle, frente a la iglesia, habían vivido sus antepasados, gente noble, regidores y militares. Su abuelo había comandado el regimiento local en la batalla de Bailén...Allí estaba su pintura con el sable en la mano...
-Mañana vendrán albañiles a ver el pozo,-dijo mi padre vuelto en si, ya en la mesa, donde mi madre se negó a cenar.
-Pero, mujer... Come algo...
-No puedo... No puedo...
La criadita asustada se fue a dormir esa noche a casa de una hermana suya en el barrio de san Miguel. Fue lo mejor. Es lo que hubiera hecho mi madre de haber podido. Envidió a su criadita fiel. Hubiera corrido tras de ella...
Esa noche reforzamos los cerrojos y se pusieron mesas y sillas como trincheras detrás de las puertas. Nadie pudo dormir. Todos estábamos pendientes del menor ruido, del aire que soplaba, de la puerta que se movía o se cerraba. ¡Del pozo! En nuestro salón dormitorio no se apagó la luz en toda la noche. De vez en cuando se lanzaba un santo y seña, ¿estás despierto? Si, lo estoy...
Mi hermano mayor, erudito, decía que la calavera era del marqués de la Vega Verde.
-¿No habéis fijado? Ese cráneo tiene un perfil noble. Solo puede ser de un marqués...
De madrugada nos quedamos dormidos. Los fantasma se habían esfumado...
El maestro, al día siguiente, me llamó a su mesa y me preguntó si era verdad que en nuestra casa había aparecido un muerto.
-Una calavera.
-¿Una calavera? ¿Y se sabe de quién?
-No sabemos nada. Será de un francés...
El maestro se sonrió.
-¿Es verdad que tiene un tiro en la frente?
-Si, señor.
-Vivimos malos tiempos y esa cabeza puede ser de cualquiera,-comentó el maestro hablando para si. A mi chocó la socarronería del maestro: parecía como si supiera algo...
No dijo más. Pero en la calle, mis amigos me preguntaban cosas del muerto. Querían ver la calavera, que ya no estaba en nuestra casa. Si movía la boca y cómo miraba... . .
Al día siguiente, temprano, la casa se nos llenó de albañiles, cuerdas y poleas, lámparas de queroseno, de palas y picos, casi escuadrón arqueológico bajo la mirada aviesa y autoritaria de don Juan, no dispuesto a perderse nada de aquella investigación, convencido de aparecerían piezas importantísimas, sabida la zona histórica del recito, de toda la calle, del barrio latino o palatino, levantado sobre el pasado de la ciudad, sobre su misma cumbre, donde los moros edificaron sus mezquitas y palacios y los cristianos su catedral, basílicas y casonas castellanas...
Pero, sigamos....
Capítulo 3
La casa número 6, acaparó la atención de la gente. Pasaban multitud de curiosos por el portal, miraban al patio, buscaban el pozo, la escalera siniestra, nos atosigaban de preguntas, si esta era la casa de los muertos y también la casa de los fantasmas. La criadita repuesta, convertida en estrella, era la que pregonaba a todo el mundo lo que había pasado aquí y atendía golosa a los curiosos, escoba en mano, sin permitirles pasar al patio interior, el del pozo. Ya no tenía miedo.
-Esta es la casa en la que se aparecen los muertos,-decía.-Yo los he visto y son de verdad. Viven dentro del pozo y suben en mi cubeta.
-¿Tu los has visto?
-He visto la cabeza de un romano. Y tenemos más...
-¿Más?
La gente morbosa se hacía preguntas, unos seguros de que la criadita decía la verdad, otros diciendo que todo eso eran cuentos chinos. Los fantasma no existen. Esa cabeza encontrada podía ser de un cartaginés o de un romano, una cabeza de hombre antiguo y, esas cabezas con tantos años, son como nada. No parecen de muerto.
Pero lo extraño es que la cabeza mortal tenía un disparo en la frente y eso eliminaba a los aspirantes antiguos, como sostenía en el casino don Pompeyo Romano, nuestro arqueólogo local, hombre docto.
-Esa cabeza no es prehistórica ni medieval, esa cabeza tiene un tiro en la frente. No es antigua. Es la cabeza de un asesinado. No interesa a la arqueología. Interesa más a la justicia.
Don Juan, hombre de letras, no era partidario de entrar en polémica con don Pompeyo, temía a sus silogismos. La última palabra la tendría el juez, hombre de leyes. Don Juan, muy ritual, cuando llegaba el Corpus o el día de la Patrona, desfilaba en la procesión con su tropa. Solía situarse justo detrás del alcalde, don Francisco, abogado en ejercicio, nuestro político local, hombre de mucha influencia en la provincia. Don Juan se revestía de capa azul con vueltas de terciopelo negro, cordoncillo dorado, condecoración y gorra de plato con filigrana. Era más mariscal de campo que jefe de municipales. Estas aficiones le venía del teatro. Repetía con frecuencia versículos memorizados de Calderón y de Mira de Amescua, su paisano. Más que hablar, declamaba. Don Juan era un poeta...
-Pero, don Juan...
-Ese asunto del cráneo hay que estudiarlo a fondo...
-¡Y tan a fondo! Como que ha salido del pozo.
-Su señoría está muy interesado en esclarecer ese misterio.
Se registró el pozo a conciencia y no apareció nada, que se sepa. El pozo estaba limpio de calaveras. Estaba claro que ese cadáver no se encontraba allí, tenía que haber sido muerto en otro lugar o sacado hace tiempo. Alguien había arrojado la cabeza al pozo. Pero,¿quién?¿Cuándo? ¿Cómo?
-Don Juan, no se quiebre la cabeza, en ese muerto se esconde un asunto de faldas...No se rompa la cabeza... Usted ignora muchas cosas de esa casa...
El forense hizo varios viajes a Granada y lo que se supo es que la muerte de este quien fuera había tenido lugar hacía veinte años más o menos, antes de la guerra civil.
-Ese muerto no es de la guerra, es de mucho antes...
-¿Quiere decir que fue asesinado?
-Presuntamente. También pudo suicidarse...
Estas respuestas aumentaban las cábalas del casino. ¡Un crimen en aquel pueblo sin que nadie se enterara! Inaudito. Parecía más propio que esa muerte se hubiera producido en plena guerra, en ese tiempo muchos habían perdido la vida. Un forastero, un refugiado...¡Un marqués!, se atrevían a decir algunos.
-Pero, ¡qué marqués! Si el marqués se mató en un accidente aéreo... ¡Vino en los periódicos! ¡Hasta la fotografía del cuerpo achicharrado.
-¡No diga usted tonterías! Aquel avión cayó en el mar y nunca se supo más de él... Toda la tripulación se ahogó en el Canal de la Mancha... Cuando quiera le enseño el ABC donde vino ola noticia...
-Yo no me creo lo que dice el forense,-siempre había un crítico de por medio.- Hace veinte años, en esa casa solo vivía la señora marquesa con su criada. El marqués nunca aparecía por aquí. Es más, murió en un accidente aéreo como contaron los periódicos. Yo sigo creyendo que ese cráneo es de un gascón...
El juez de instrucción no decía nada. Le gustaba escuchar todos los rumores, pero no se hacía eco de ninguno. Simulaba no prestar atención a comentarios. Pero él sabía que el dato del tiempo de esa muerte era esencial en sumario...También él recelaba de los periódicos... ¿Quién había visto el cuerpo del delito?
Se buscaba en las hemerotecas a la busca de un suceso criminal de ese tiempo, una desaparición o una muerte extraña, pero nada. Todas las noticias sobre muertes se referían a la guerra. Sobre la guerra se amontonaban los expedientes. Había muchos casos de decapitaciones...Era un enigma, un muerto en la revolución cuando tantos habían perdido la vida, era como buscar una aguja en un pajar. Esta muerte solo viene a aumentar la lista de desaparecidos, personas de las que poco o nada se sabe...
-¿Y usted que piensa?,-le preguntaba mi padre a don Juan.
-Yo tengo mi propio juicio, sospecho quién es el muerto, pero no hablará mi boca hasta que no hable el juez...
-Para mi que piensa como yo,-le decía mi padre,- Yo tampoco quiero aventurar una opinión. Antes de la guerra, por los años veinte, aquí los únicos que vivían eran don Herminio y doña Rosita, la bailarina. Ellos arreglaron la casa, trajeron pintores y la revistieron de modernidad. Yo vine alguna vez por aquí porque le llevaba al señor marqués las cuentas de su finca. En esta casa todo se volvían deudas. Se gastaba mucho dinero en joyas y en viajes. Luego el marqués se marchó...
Don Juan escuchaba sin decir una palabra. También se acordaba del señor marqués de la Vega, de su talante. Era un parisino. Lo que pasó es que doña Rosita se acordó de su vida de antaño, y decidió dejar París. Se volvió modosa. Se acabaron los abrigos de pieles, los visones y los coches de lujo. Se pasaba largas temporadas en la casa con su criada de cofia. Todavía conservaba su espléndida belleza.
-¿Se acuerda usted del Año del Globo?
Don Juan sonrió.
-Claro que me acuerdo. Qué jodío era el marqués. Hizo venir en globo, desde París, a sus amigos del cabaret. Qué jodío,-reía don Juan.-El cielo de esta noble ciudad se cubrió de aerostatos, amigos y amigas del marqués dispuestos a correr la gran juerga. De aquellas orgías se habló mucho en ese tiempo. Don Herminio era un hombre mundo. ¡Mire usted que traer a todo ese señorío desde tan lejos! Aterrizaron en los trigales, cerca de las vías del tren.
-¿Es verdad que paró el tren cuando pasaba?
-Paró el tren y todos los viajeros se bajaron para contemplar el espectáculo. Lo que allí pasará, ellos lo sabrán. Hasta el obispo condenó el escándalo en su misa dominical. Habló del gran pecado en una tierra decente...
-Lo excomulgó...
-Eso creo. Yo estaba con el señor alcalde en la Plaza cuando vimos volar aquellos artefactos sobre la ciudad. Todo el mundo se echó a la calle pensando que era el fin del mundo..Nunca se vio algo parecido. Globos de colores que transportaban damas y caballeros que saludaban con flores desde la canastita y arrojaban confites y serpentinas. Muchos creían que aquel jaleo era un circo, uno de esos grandes espectáculos que recorren el mundo. Aquí nunca se vio algo así. Esta ha sido siempre una ciudad tranquila.
-Lo recuerdo. Recuerdo que escribió usted un artículo en el Liberal saludando la llegada de la modernidad. Don Manuel Morera le contestó en El Imparcial con un poema.
La cita sonrojó a don Juan. Memorizó el artículo:
-“Días pasados, esta histórica y noble ciudad se vio invadida por una flota de bellos artefactos que se dirigían a la finca del señor marqués de la Vega Verde. Una flota de caballeros y damas que nos saludaban desde el cielo al pasar...”
-El “Año del Globo” titulaba usted su hermosa crónica,-remató mi padre, poniéndole más café al laureado poeta. Había venido el jefe de los municipales con la intención de echarle una ojeada al pozo. Los albañiles habían terminado sus pesquisas. Se había encontrado una llave, una almirez y varios cubos caídos en tiempos pasados. Chatarra.
-Un año inolvidable ensombrecido por la condena del señor obispo, que replicó a mi articulo con otro que tituló “El Año del Diablo”, que causó sensación. Vade retro. Verdad que don Herminio se pasó trayendo de París aquel elenco de bailarinas del cancán. Esta no era ciudad para eso...
-A don Herminio se le veía poco por la ciudad, siempre estaba en Madrid o París. Aquí solo tuvo un amigo, don Porfirio el Cubano, que había vivido en La Habana. Congeniaban.
-A don Porfirio se lo llevó la revolución...Lo sacaron una noche de su casa y le dieron el paseo. Después de la guerra toda la familia se volvió a Cuba.
-Eso se contó,-chanceó don Juan con la taza en la mano.- La verdad fue otra. Ese que encontraron sepulto en el río no era don Porfirio, era un tal Ramón que se le parecía mucho. Don Porfirio escapó de la quema y se refugio en la casa de Juan Cortés, el jefe político y de allí, con un salvoconducto, se fue a Cuba.
-¡Ah!
-Ya ve usted, la historia no siempre es la que se cuenta.¡Si yo le dijera! Pero mis obligaciones policiales me obligan a guardar silencio.
La misma historia sobre el marqués y la bailarina comenzó a ser tema cotidiano de tertulias. Todos conocían la vida loca del señor marqués. También llegaban hasta aquí los magazines de la época, los reportajes fotográficos, los raids automovilísticos con sus héroes... Y allí aparecía la bailarina madame Rosita, la hija del carpintero que emigró con su familia a Barcelona, haciendo cabriolas como una circense...¡La reina del Folies Bergere! Hubo gente que fue a París solo por verla. Pero las cosas no debieron ir bien en la casa a partir de la visita de la “gran flota”, como muchos llamaban el arribo aéreo de los aerostatos. Unos hablaban de crisis matrimonial, otros de ruina. Don Herminio debió quemar naves con aquella aventura, pretendiendo apoderarse del capital de su mujer. Pero la bella otero no se dejó convencer por las seducciones de su marido...
-Don Herminio era portugués,-comentó mi padre.
-Eso nadie lo sabe. El decía siempre que era un Braganza, pariente del rey don Carlos que murió asesinado con su sobrino en Lisboa. Pero puede que no sea cierta esa historia. Don Herminio no era muy creíble...
-Pero era marqués.
-Quizá. Eso ponía su tarjeta de visita.
Todos recordaban la noticia que vino en los periódicos de que don Herminio de Sousa, marqués de la Vega Verde, nieto de don Pedro de Braganza, el del retrato que había en la casa, había perdido la vida en un accidente de aviación volando de París a Londres. Doña Rosita viuda se vistió de luto y se encerró en su casa. Raramente salía a la calle.
-Dicen que se puso a escribir sus memorias.
-Todas las semanas venía de Granada un periodista de El Imparcial para tomar sus notas y ordenar su material epistolar y fotográfico que la famosa madame Rosita guardaba bajo llave en un arcón.
-Doña Rosita murió pronto. Me parece que murió el año del accidente de los pilotos belgas que se estrellaron en las eras.
-No estoy seguro del año,-replicó don Juan.
Se cerró la casa. Se desconocían los herederos del marqués. Decían que doña Rosita había donado la casa al obispado, pero no fue cierto. Don Rosita murió sin testar. A última hora apareció un heredero de la señora que vivía en Barcelona. Luego vino la guerra...
-Vino la guerra y vinieron los refugiados, que se hicieron los dueños de la casa. Aquel lujo de muebles, cuadros, cortinas y trajes desapareció en cuatro días. Se salvó el retrato de don Pedro que nadie se atrevió a tocar...
Capítulo 2
Empeoró la mañana en la que, la Josefa, nuestra criadita enana de toda la vida (mi madre la conservó siempre aunque no hubiera nada que comer, nuestra hambre solidaria), sacó del pozo, enganchado en el cubo, un cráneo humano limpísimo con un agujero frontal. El susto de la criadita fue morrocotudo. Soltó el cubo con estrépito y dando gritos subió la escalera del patio a la cocina casi de un brinco. Así empezó la historia macabra.
-¡Un muerto!¡Un muerto!,-gritaba cogida a la bata de mi madre como un salvavidas cuando apareció en la puerta con el pelo erizado. Mi madre que, sin ver ni entender, no dejaba de gritar con su menina, ¡un muerto!¡Un muerto!, acudiendo alarmada toda la casa queriendo saber qué pasaba, ¡un muerto!, quién era ese muerto, si era un muerto vivo de esos que aparecen de repente, años de posguerra, o era un muerto con cara y ojos de muerto y ya no se levanta... Hasta los gatos vecinos del corral, emprendieron la huida a los gritos de ama y criada. Corrimos, subimos, bajamos y vimos al muerto dentro del cubo, una calavera con grandes ojos abiertos, sin boca y un agujero, como a buril, en la frente. Mi madre, desde lo alto de la escalera, sin poder soltarse de las manos férreas de la Josefa aterrada, no dejaba de dar órdenes que nadie escuchaba, ¡quitad eso de ahí!, temiendo que aquella cabeza pelada de repente echara a correr escaleras arriba y las cogiera del pelo. ¡Qué espanto! Lloraba histérica mi madre, maldiciendo la idea de mi padre de traernos a la casa, una casa de muertos, seguro que en el pozo habría muchos más, una casa invadida, un cementerio, ¡un horror!...
-¡Esos son los que salen de noche!¡Esos son los que hablan y tosen en el patio!,-decía categórica.-¡Ay, Dios mío!¡Lo que nos faltaba!
-¡Ay, madre mía!,-repetía la criadita, destrozándole a mi madre la falda con sus tirones, diciendo que quería irse de la casa.-¡Déjeme, ama! ¡No quiero ver a ese muerto!¡No!¡No! ¡Yo me voy a mi cueva!¡En mi cueva no hay muertos!
Curiosos observamos la cabeza pelada flotando en el cubo, dando vueltas, balanceándose, sin atrevernos a tocarlo, sin poder apartar nuestros ojos de aquellos tres huecos perfilados, cuencas vacías, de aquella mueca infernal. ¿Quién sería el muerto? Primera pregunta. ¿Era un muerto de la guerra?.
-Tiene un tiro en la frente...
-¡Es mejor que avise usted a don Paco!,-aconsejaba ahora la Josefa a mi madre, convencida del peligro de cabeza lironda que no quería mirar.¡Y la había sacado ella del pozo! ¡Con su garrucha y con su cubo! Eso era lo que más le asustaba, haber estado tan cerca de ella, casi haberla tocado...-¡Ama, mande usted que se lleven al muerto!
-¡Ay, madre mía!¡Llame usted a don Paco!,-repetía lacrimosa.
El don Paco que con tanta insistencia reclamaba la enanita, era mi padre que, para más INRI, no tenía probado su valor militar, se le suponía, se había librado de la mili por hijo de viuda. Era un simple civil, sin permiso de armas. No había estado en el frente. ¡Con siete hijos, casi metido en ocho, dígame usted! ¿Le parece poca guerra? Pero era un hombre sabio en papeles, seguro que sabría qué hacer en un caso como este y, mi madre, siguiendo el consejo de su criadita, mandó a mi hermano mayor despabilado que corriera en su busca.
-¡Dile que lo deje todo y venga enseguida, que hay un muerto en la casa!...
-¡Que avise a don Juan!,-le previno.
Don Juan era el jefe de los municipales, hombre dilecto y probo.
En tanto, como medida preventiva, se cerraron con cerrojo las puertas del patio.¿Qué se temía? Yo vi a mi hermano valiente mensajero de mamá en busca de mi padre ignorante. Nadie se atrevió, en tanto, un frontal, un malar, un maxilar, aquellos dientes de oro que refulgían como lámparas, a tocar aquella cabeza noble y solitaria, aquel cubo contaminado de muerte. Un cubo cadáver. Un cadáver en el cubo.
-¡No os acerquéis!,-aconsejaba mi madre defendida por el muro de su enana, que no dejaba de hipar.
No tardó en venir mi padre apresurado seguido de mi hermano mayor. Enseguida, atolondrado preguntó por el muerto, sin saber que no se trataba de un muerto completo, con sus húmeros y sus fémures, sino solo de una cabeza al parecer noble (este calificativo era de mi hermano mayor, que usaba gafas y estudiaba en el instituto) Se asomó mi padre y vio en el cubo aquellos ojos medrosos que lo miraban fijos, la mueca y el tiro en la frente. Miró luego el brocal del pozo, la claridad difusa del agua, sin atreverse a posar las manos en el muro.
-No se ve nada,-dijo decepcionado, casi tranquilo.-Abajo solo se ve agua...
Eso nos autorizó a los demás a mirar también y repetir lo que mi padre había dicho: No se ve nada. Solo hay agua...
Permaneció caviloso queriendo saberlo todo, sin saber qué decir.
Mi madre, desde arriba, calmada la enanita, el amo lo sabe todo, preguntó si venía don Juan.
-Ya viene,-contestó mi padre.-No tardará: ha querido avisar al juez...Como se habló de un muerto...
-Y no es un muerto?
-Si, mujer, pero no entero...Habrá que indagar...
-¡Ay, Dios mío! ¿Qué no habrá en el pozo?.-gimió mi madre desconsolada.-Yo no puedo vivir en una casa como esta.... Yo me macho de esta casa...
-Y yo,- lloró la enanita.-Y yo... Yo no dejo sola a mi ama...
A los pocos minutos se oyó alboroto en la puerta: El señor juez de instrucción y don Juan, acompañados de municipales y de gente alarmada y curiosa. Se dirigieron en tropel al patio y al pozo, al cubo con la calavera. Al verla, se hizo el gran silencio. Todos retrocedieron estupefactos. Don Arcadio, que así se llamaba el juez, observó atento el cráneo con la punta metálica de su vara, e hizo preguntas a mi padre sobre la casa, el pozo y la gente que allí había vivido. Poco sabía mi padre ilustrado, salvo lo de la marquesa y los refugiados. Quién más sabía era don Juan, erudito local, que había sido periodista y actor. Todos los años sacaba por enero un opúsculo literario. El fue quien amplió a su señoría pormenores sobre la casa, sus orígenes y la historia del cuartel francés...
-No podemos olvidar, y debe recordar su señoría, que antes de la guerra civil, en esta casa vivió el marqués de la Vega Verde, casado con una famosa bailarina del Folies Bergere, madame Rosita, en realidad Rosa García, paisana nuestra, del barrio de Santa Ana, hija de un carpintero que emigró a Cataluña. La niña se hizo bailarina y se fue a París con un elenco. Allí la conoció el señor marqués, se casó con ella y vivieron un tiempo en esta casa. Cuando el marqués murió en accidente aéreo sobre el Canal de la Mancha, madame Rosita, marquesa viuda de la Vega Verde, se encerró en esta casa con su criada, hasta su muerte antes de la guerra. Otros dicen que se volvió a casar en secreto y que se marchó a París...Algo contaron los periódicos de Madrid...
-Luego fue lo de los refugiados,-añadiría don Arcadio, quien conocía la historia, ordenando a un municipal a un ujier metiera en una bolsa precintada el cuerpo del delito, es decir, el cráneo salvado del agua, y lo dejase en la casa del forense para su análisis...
-Hay que bajar a ese pozo,-ordenó,- y ver lo que hay dentro. De ahí ha salido una cabeza, lo más seguro es que también haya un cuerpo...
Estas palabras descompusieron a mi padre.
-Por favor,-pidió del juez.-pongan una guardia esta noche en el pozo: un par de municipales...¡Es un peligro dejarnos solos!
-Señora, no se asuste. Los difuntos son antiguos y además, inofensivos...
Don Juan erudito, encontró ocasión de hacer gala de su sabiduría:
-No hay que olvidar que, debajo de estas casas antiguas, estuvo asentada la cívitas romana y por eso conserva todavía la calle el título de barrio latino... Luego vendrían cristianos, moros, bárbaros...¡Sobre todo bárbaros!...
El señor juez rió la ocurrencia de don Juan, diciendo que mañana se registraría el pozo...
-No se preocupe. Señora, mañana mismo el pozo quedará limpio,- y miró a don Juan quien asintió llevándose dos dedos a la gorra.
-Descuide su señoría: mañana bajarán dos hombres y registrarán el pozo. La familia puede dormir tranquila.
El hallazgo se divulgó enseguida por la ciudad. Cada cual daba su opinión. Para unos la cabeza era de un francés y se recordaron otras cabezas encontradas en pozos similares de la ciudad, franceses que entraron engañados en aquellas casas y nunca salieron. Este sería uno de tantos.
Para otros era un crimen de guerra. Se repasó la lista de desaparecidos, pero resultó demasiado larga para encontrar un perdido. ¡Era tanta la gente que había pasado por aquella casa!
Visto lo que pasaba, mi padre empezó a considerar si mi madre no tendría razón y había sido una locura venirse a vivir a una casa de fantasmas. Porque mucha gente estaba convencida de que, aquellos refugiados, seguían escondidos allí. Reconocía que le había traicionado la nostalgia, el recuerdo de sus años niños, la suntuosidad de la casa, el mármol y la montera de cristal, la cristalería de los balcones interiores...La casa le recordaba la suya, aquella en la que había nacido y crecido. Las noches lejanas en las que, a la luz de una lámpara, leía a su madre y a sus amigas aquellas novelas románticas que tanto las divertía. El niño se ponía frente un atril como un director de orquesta y leía con su voz avispada de niño listo. Noche ya, un criado con linterna acompañaba a aquellas señoras amigas a sus casas sin dejar de comentar la tristura de aquellas historias de crímenes pasionales...”Elvira, no morirás...¿Por qué?...Por que te amo...” Todo ese lejano mundo, el mundo romántico de la calle solitaria, es lo que a mi padre llevó a perder su cabeza y regresar a esta calle...Pero además, en aquella calle, frente a la iglesia, habían vivido sus antepasados, gente noble, regidores y militares. Su abuelo había comandado el regimiento local en la batalla de Bailén...Allí estaba su pintura con el sable en la mano...
-Mañana vendrán albañiles a ver el pozo,-dijo mi padre vuelto en si, ya en la mesa, donde mi madre se negó a cenar.
-Pero, mujer... Come algo...
-No puedo... No puedo...
La criadita asustada se fue a dormir esa noche a casa de una hermana suya en el barrio de san Miguel. Fue lo mejor. Es lo que hubiera hecho mi madre de haber podido. Envidió a su criadita fiel. Hubiera corrido tras de ella...
Esa noche reforzamos los cerrojos y se pusieron mesas y sillas como trincheras detrás de las puertas. Nadie pudo dormir. Todos estábamos pendientes del menor ruido, del aire que soplaba, de la puerta que se movía o se cerraba. ¡Del pozo! En nuestro salón dormitorio no se apagó la luz en toda la noche. De vez en cuando se lanzaba un santo y seña, ¿estás despierto? Si, lo estoy...
Mi hermano mayor, erudito, decía que la calavera era del marqués de la Vega Verde.
-¿No habéis fijado? Ese cráneo tiene un perfil noble. Solo puede ser de un marqués...
De madrugada nos quedamos dormidos. Los fantasma se habían esfumado...
El maestro, al día siguiente, me llamó a su mesa y me preguntó si era verdad que en nuestra casa había aparecido un muerto.
-Una calavera.
-¿Una calavera? ¿Y se sabe de quién?
-No sabemos nada. Será de un francés...
El maestro se sonrió.
-¿Es verdad que tiene un tiro en la frente?
-Si, señor.
-Vivimos malos tiempos y esa cabeza puede ser de cualquiera,-comentó el maestro hablando para si. A mi chocó la socarronería del maestro: parecía como si supiera algo...
No dijo más. Pero en la calle, mis amigos me preguntaban cosas del muerto. Querían ver la calavera, que ya no estaba en nuestra casa. Si movía la boca y cómo miraba... . .
Al día siguiente, temprano, la casa se nos llenó de albañiles, cuerdas y poleas, lámparas de queroseno, de palas y picos, casi escuadrón arqueológico bajo la mirada aviesa y autoritaria de don Juan, no dispuesto a perderse nada de aquella investigación, convencido de aparecerían piezas importantísimas, sabida la zona histórica del recito, de toda la calle, del barrio latino o palatino, levantado sobre el pasado de la ciudad, sobre su misma cumbre, donde los moros edificaron sus mezquitas y palacios y los cristianos su catedral, basílicas y casonas castellanas...
Pero, sigamos....
Capítulo 3
La casa número 6, acaparó la atención de la gente. Pasaban multitud de curiosos por el portal, miraban al patio, buscaban el pozo, la escalera siniestra, nos atosigaban de preguntas, si esta era la casa de los muertos y también la casa de los fantasmas. La criadita repuesta, convertida en estrella, era la que pregonaba a todo el mundo lo que había pasado aquí y atendía golosa a los curiosos, escoba en mano, sin permitirles pasar al patio interior, el del pozo. Ya no tenía miedo.
-Esta es la casa en la que se aparecen los muertos,-decía.-Yo los he visto y son de verdad. Viven dentro del pozo y suben en mi cubeta.
-¿Tu los has visto?
-He visto la cabeza de un romano. Y tenemos más...
-¿Más?
La gente morbosa se hacía preguntas, unos seguros de que la criadita decía la verdad, otros diciendo que todo eso eran cuentos chinos. Los fantasma no existen. Esa cabeza encontrada podía ser de un cartaginés o de un romano, una cabeza de hombre antiguo y, esas cabezas con tantos años, son como nada. No parecen de muerto.
Pero lo extraño es que la cabeza mortal tenía un disparo en la frente y eso eliminaba a los aspirantes antiguos, como sostenía en el casino don Pompeyo Romano, nuestro arqueólogo local, hombre docto.
-Esa cabeza no es prehistórica ni medieval, esa cabeza tiene un tiro en la frente. No es antigua. Es la cabeza de un asesinado. No interesa a la arqueología. Interesa más a la justicia.
Don Juan, hombre de letras, no era partidario de entrar en polémica con don Pompeyo, temía a sus silogismos. La última palabra la tendría el juez, hombre de leyes. Don Juan, muy ritual, cuando llegaba el Corpus o el día de la Patrona, desfilaba en la procesión con su tropa. Solía situarse justo detrás del alcalde, don Francisco, abogado en ejercicio, nuestro político local, hombre de mucha influencia en la provincia. Don Juan se revestía de capa azul con vueltas de terciopelo negro, cordoncillo dorado, condecoración y gorra de plato con filigrana. Era más mariscal de campo que jefe de municipales. Estas aficiones le venía del teatro. Repetía con frecuencia versículos memorizados de Calderón y de Mira de Amescua, su paisano. Más que hablar, declamaba. Don Juan era un poeta...
-Pero, don Juan...
-Ese asunto del cráneo hay que estudiarlo a fondo...
-¡Y tan a fondo! Como que ha salido del pozo.
-Su señoría está muy interesado en esclarecer ese misterio.
Se registró el pozo a conciencia y no apareció nada, que se sepa. El pozo estaba limpio de calaveras. Estaba claro que ese cadáver no se encontraba allí, tenía que haber sido muerto en otro lugar o sacado hace tiempo. Alguien había arrojado la cabeza al pozo. Pero,¿quién?¿Cuándo? ¿Cómo?
-Don Juan, no se quiebre la cabeza, en ese muerto se esconde un asunto de faldas...No se rompa la cabeza... Usted ignora muchas cosas de esa casa...
El forense hizo varios viajes a Granada y lo que se supo es que la muerte de este quien fuera había tenido lugar hacía veinte años más o menos, antes de la guerra civil.
-Ese muerto no es de la guerra, es de mucho antes...
-¿Quiere decir que fue asesinado?
-Presuntamente. También pudo suicidarse...
Estas respuestas aumentaban las cábalas del casino. ¡Un crimen en aquel pueblo sin que nadie se enterara! Inaudito. Parecía más propio que esa muerte se hubiera producido en plena guerra, en ese tiempo muchos habían perdido la vida. Un forastero, un refugiado...¡Un marqués!, se atrevían a decir algunos.
-Pero, ¡qué marqués! Si el marqués se mató en un accidente aéreo... ¡Vino en los periódicos! ¡Hasta la fotografía del cuerpo achicharrado.
-¡No diga usted tonterías! Aquel avión cayó en el mar y nunca se supo más de él... Toda la tripulación se ahogó en el Canal de la Mancha... Cuando quiera le enseño el ABC donde vino ola noticia...
-Yo no me creo lo que dice el forense,-siempre había un crítico de por medio.- Hace veinte años, en esa casa solo vivía la señora marquesa con su criada. El marqués nunca aparecía por aquí. Es más, murió en un accidente aéreo como contaron los periódicos. Yo sigo creyendo que ese cráneo es de un gascón...
El juez de instrucción no decía nada. Le gustaba escuchar todos los rumores, pero no se hacía eco de ninguno. Simulaba no prestar atención a comentarios. Pero él sabía que el dato del tiempo de esa muerte era esencial en sumario...También él recelaba de los periódicos... ¿Quién había visto el cuerpo del delito?
Se buscaba en las hemerotecas a la busca de un suceso criminal de ese tiempo, una desaparición o una muerte extraña, pero nada. Todas las noticias sobre muertes se referían a la guerra. Sobre la guerra se amontonaban los expedientes. Había muchos casos de decapitaciones...Era un enigma, un muerto en la revolución cuando tantos habían perdido la vida, era como buscar una aguja en un pajar. Esta muerte solo viene a aumentar la lista de desaparecidos, personas de las que poco o nada se sabe...
-¿Y usted que piensa?,-le preguntaba mi padre a don Juan.
-Yo tengo mi propio juicio, sospecho quién es el muerto, pero no hablará mi boca hasta que no hable el juez...
-Para mi que piensa como yo,-le decía mi padre,- Yo tampoco quiero aventurar una opinión. Antes de la guerra, por los años veinte, aquí los únicos que vivían eran don Herminio y doña Rosita, la bailarina. Ellos arreglaron la casa, trajeron pintores y la revistieron de modernidad. Yo vine alguna vez por aquí porque le llevaba al señor marqués las cuentas de su finca. En esta casa todo se volvían deudas. Se gastaba mucho dinero en joyas y en viajes. Luego el marqués se marchó...
Don Juan escuchaba sin decir una palabra. También se acordaba del señor marqués de la Vega, de su talante. Era un parisino. Lo que pasó es que doña Rosita se acordó de su vida de antaño, y decidió dejar París. Se volvió modosa. Se acabaron los abrigos de pieles, los visones y los coches de lujo. Se pasaba largas temporadas en la casa con su criada de cofia. Todavía conservaba su espléndida belleza.
-¿Se acuerda usted del Año del Globo?
Don Juan sonrió.
-Claro que me acuerdo. Qué jodío era el marqués. Hizo venir en globo, desde París, a sus amigos del cabaret. Qué jodío,-reía don Juan.-El cielo de esta noble ciudad se cubrió de aerostatos, amigos y amigas del marqués dispuestos a correr la gran juerga. De aquellas orgías se habló mucho en ese tiempo. Don Herminio era un hombre mundo. ¡Mire usted que traer a todo ese señorío desde tan lejos! Aterrizaron en los trigales, cerca de las vías del tren.
-¿Es verdad que paró el tren cuando pasaba?
-Paró el tren y todos los viajeros se bajaron para contemplar el espectáculo. Lo que allí pasará, ellos lo sabrán. Hasta el obispo condenó el escándalo en su misa dominical. Habló del gran pecado en una tierra decente...
-Lo excomulgó...
-Eso creo. Yo estaba con el señor alcalde en la Plaza cuando vimos volar aquellos artefactos sobre la ciudad. Todo el mundo se echó a la calle pensando que era el fin del mundo..Nunca se vio algo parecido. Globos de colores que transportaban damas y caballeros que saludaban con flores desde la canastita y arrojaban confites y serpentinas. Muchos creían que aquel jaleo era un circo, uno de esos grandes espectáculos que recorren el mundo. Aquí nunca se vio algo así. Esta ha sido siempre una ciudad tranquila.
-Lo recuerdo. Recuerdo que escribió usted un artículo en el Liberal saludando la llegada de la modernidad. Don Manuel Morera le contestó en El Imparcial con un poema.
La cita sonrojó a don Juan. Memorizó el artículo:
-“Días pasados, esta histórica y noble ciudad se vio invadida por una flota de bellos artefactos que se dirigían a la finca del señor marqués de la Vega Verde. Una flota de caballeros y damas que nos saludaban desde el cielo al pasar...”
-El “Año del Globo” titulaba usted su hermosa crónica,-remató mi padre, poniéndole más café al laureado poeta. Había venido el jefe de los municipales con la intención de echarle una ojeada al pozo. Los albañiles habían terminado sus pesquisas. Se había encontrado una llave, una almirez y varios cubos caídos en tiempos pasados. Chatarra.
-Un año inolvidable ensombrecido por la condena del señor obispo, que replicó a mi articulo con otro que tituló “El Año del Diablo”, que causó sensación. Vade retro. Verdad que don Herminio se pasó trayendo de París aquel elenco de bailarinas del cancán. Esta no era ciudad para eso...
-A don Herminio se le veía poco por la ciudad, siempre estaba en Madrid o París. Aquí solo tuvo un amigo, don Porfirio el Cubano, que había vivido en La Habana. Congeniaban.
-A don Porfirio se lo llevó la revolución...Lo sacaron una noche de su casa y le dieron el paseo. Después de la guerra toda la familia se volvió a Cuba.
-Eso se contó,-chanceó don Juan con la taza en la mano.- La verdad fue otra. Ese que encontraron sepulto en el río no era don Porfirio, era un tal Ramón que se le parecía mucho. Don Porfirio escapó de la quema y se refugio en la casa de Juan Cortés, el jefe político y de allí, con un salvoconducto, se fue a Cuba.
-¡Ah!
-Ya ve usted, la historia no siempre es la que se cuenta.¡Si yo le dijera! Pero mis obligaciones policiales me obligan a guardar silencio.
La misma historia sobre el marqués y la bailarina comenzó a ser tema cotidiano de tertulias. Todos conocían la vida loca del señor marqués. También llegaban hasta aquí los magazines de la época, los reportajes fotográficos, los raids automovilísticos con sus héroes... Y allí aparecía la bailarina madame Rosita, la hija del carpintero que emigró con su familia a Barcelona, haciendo cabriolas como una circense...¡La reina del Folies Bergere! Hubo gente que fue a París solo por verla. Pero las cosas no debieron ir bien en la casa a partir de la visita de la “gran flota”, como muchos llamaban el arribo aéreo de los aerostatos. Unos hablaban de crisis matrimonial, otros de ruina. Don Herminio debió quemar naves con aquella aventura, pretendiendo apoderarse del capital de su mujer. Pero la bella otero no se dejó convencer por las seducciones de su marido...
-Don Herminio era portugués,-comentó mi padre.
-Eso nadie lo sabe. El decía siempre que era un Braganza, pariente del rey don Carlos que murió asesinado con su sobrino en Lisboa. Pero puede que no sea cierta esa historia. Don Herminio no era muy creíble...
-Pero era marqués.
-Quizá. Eso ponía su tarjeta de visita.
Todos recordaban la noticia que vino en los periódicos de que don Herminio de Sousa, marqués de la Vega Verde, nieto de don Pedro de Braganza, el del retrato que había en la casa, había perdido la vida en un accidente de aviación volando de París a Londres. Doña Rosita viuda se vistió de luto y se encerró en su casa. Raramente salía a la calle.
-Dicen que se puso a escribir sus memorias.
-Todas las semanas venía de Granada un periodista de El Imparcial para tomar sus notas y ordenar su material epistolar y fotográfico que la famosa madame Rosita guardaba bajo llave en un arcón.
-Doña Rosita murió pronto. Me parece que murió el año del accidente de los pilotos belgas que se estrellaron en las eras.
-No estoy seguro del año,-replicó don Juan.
Se cerró la casa. Se desconocían los herederos del marqués. Decían que doña Rosita había donado la casa al obispado, pero no fue cierto. Don Rosita murió sin testar. A última hora apareció un heredero de la señora que vivía en Barcelona. Luego vino la guerra...
-Vino la guerra y vinieron los refugiados, que se hicieron los dueños de la casa. Aquel lujo de muebles, cuadros, cortinas y trajes desapareció en cuatro días. Se salvó el retrato de don Pedro que nadie se atrevió a tocar...
LA CASA NÚMERO SEIS, novela inédita de José Asenjo Sedano. Capítulos 2 y 3.-2008.-NOVELA POR ENTREGAS
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