








o su más ferviente discípulo, uno de los más grandes conocedores. Andalucía le resulta a Cela demasiado abierta como para entrar y salir libremente por ella. Es tierra trillada. Tierra proclive al tópico, lo que le hace sentirse cauto, intentando descubrir en cada piedra, en cada muro, en cada arroyo, la Andalucía típica que seguramente no encuentra. Todavía hasta Úbeda, hasta Baeza, hasta los olivares machadianos, "color de bronce viejo", se siente seguro, porque estas tierras son todavía La Mancha. Es en Marto donde cree ya encontrar "el grácil tacto luminoso y el albo mágico aroma de Andalucía..." Luego será en Priego y en Lucena, donde volverá a tener la misma sensación y hablará de la "quieta y aromática presencia de Andalucía que huele, misteriosamente, a tierra y azahar, a paz y sobresalto, a toro negro y roja carne de membrillo..." El membrillo de Puente Genil.





bargueños, tresillos y alfombras, hasta la luz caliente que se desprende de sus cortinas y de las losetas de ladrillo rojo del suelo... O esas alcobas de cortijo de paredes húmedas y encaladas oliedo a bancal y acequia, a vida olvidada: un baúl, una palangana, la cama vestidas no se sabe si de vida o de muerte, siempre oculta...
no maestra.

Contó Cesar González Ruano a Manuel Alcántara que, cuando conoció a Pablo Picasso, le defraudó por completo. Lo encontró tozudo y rencoroso. Alcántara, malagueño de talento, recuerda que cuando murió el pintor, le dedicó un artículo con el título, “La mano izquierda de Picasso ya no tiene envidia”. Picasso, que recibió su apellido genial de su madre de origen italiano, su gran herencia, la última vez que estuvo en Málaga fue en 1934. Tenía Alcántara seis años y lloró siempre el derecho que tenía de haberle conocido. “Mi genio robado”, sería el título de su postrer artículo recordando esa visita.
He buscado en otro autor, Ramón Gómez de la Serna, quien le visitó en París (1916) en su pequeño hotel de la rue Victor Hugo, el impacto de su encuentro. Ya había pasado la furia del cubismo (1913) y, el genio, lo esperaba mañanero en la puerta de su casa vistiendo un mono azul impoluto, sin una mancha. Cuenta Ramón que más que un pintor, se encontró con un mecánico dispuesto al milagro de la compostura, de la pieza nueva, de la charnela que hiciera andar el coche averiado...Y dice, a propósito, que Picasso “automovilizó la pintura, la vio correr, presentarse, atropellar, volver en panne a su chamizo para, después de haber arreglado la avería de siglos, encargarse de las nuevas catástrofes.” Fue esa la emoción que sintió el escritor memorable contemplando en su taller, más que estudio, el mundo variopinto del pintor, sus viejas pinturas, la talla de un cristo pavoroso al pie de la escalera, cuadros vueltos a la pared que el pintor se apresuró a poner de cara, un frutero de mármol simbólico, de alabastro, seguramente recuerdo de su casa familiar de Málaga.
Pablo tuvo la suerte de aprender a pintar de su padre, el profesor José Ruiz Blasco que, antes que su hijo, ya pintaba orlas en la pared y palomas blancas en los abanicos. Las mismas palomas que volaban en los sueños del pintor. Sus palomas de la paz o del viento, de carne o de plumas. De fino trazo. Como aquellas guitarras que recordaba de los escaparates de la Málaga de su niñez, que él quiso reinventar en aquellas cajas de música de cartón, que Ramón viera en su taller, a las que Jean Cocteau llamaba las guitarras absurdas de Picasso...
Ramón Gómez de la Serna volvió a encontrarse dos veces más con Picasso, en la Rotonda, modesto bar de cocheros, cuenta, dónde solían acudir pintores como Modigliane, siempre borracho, Ortiz de Zárate y también Picasso bajo un sombrero hongo, extravagante, acompañado siempre de alguna bella señorita. Más tarde, sería en Pombo, en Madrid, donde se le preparó una cena triste y memorable a la que no acudió casi nadie porque nadie le conocía, y en la que el pintor, no obstante, procuró estar alegre y lo más simpático posible. Al día siguiente se iría Paris, con los ballets de Diagheilev, seguramente para no volver...
Conoce a la bailarina rusa Olga Koklova, aristócrata, hija de un general, quien se presentara al pintor diciendo que es sobrina del mismísimo Zar. Se enamoran y se casan en una iglesia de París por el rito ortodoxo, boda en la que firman como testigos sus mejores amigos: Max Jacob, Jean Cocteau, el poeta Apollinaire....”Fui legalmente la esposa de Picasso, con el que conviví doce años y, como a casi todas, me abandonó. Di a luz su primer hijo, Pablo.” 

a madre del niño, mujer un tanto ligera de cascos, pero de una extraordinaria hermosura. ¿Una novela más sobre la guerra y la inmediata postguerra? No, en modo alguno. El carácter fuera de serie de los personajes, así como su marcado localismo y algunas de las situaciones que en ella se describen, la hacen única. A estas razones habría que añadir las varias moralejas que el lector puede arrancar de sus páginas. Todo esto y mucho más, contado con estilo sabrosamente arcaizante, hará las delicias de todo el que se adentre en esta extensa obra de Carlos Asenjo Sedano -cuatrocientas páginas-, el reputado investigador accitano, desde ahora, también novelista, y, no estará mal añadir, novelista de indudable calidad.
José Carlos, además de sus pinturas y paisajes, es tambien un magnifico caricaturista, del que presentamos aquí algunas de ellas sobre personajes conocidos,como Obama, Elena o Indurain.


Son muchas y variadas las caricaturas en linea o en color, rápidas o reposadas, que José Carlos puede realizar, siendo, sin duda, un maestro en este arte del retrato sicológico, audaz y dificil.
Remitimos a los interesados a su blog donde se puede contemplar parte de su trabajo en permanente superación.


